Cómo convertir un detalle sin importancia en una novela salvaje sobre la precariedad y la violencia estructural
En Los violentos, José Ángel Barrueco levanta toda una historia de venganza producida por un simple encontronazo entre dos vecinos del barrio de Lavapiés.
José Ángel Barrueco
Editorial: Bunker Books
Año de publicación original: 2024
Podría haber sido un relato explosivo, un hilo de Twitter, o incluso un audio de WhatsApp enviado a un grupo de colegas. Pero de una simple anécdota José Ángel Barrueco ha escrito toda una novela. 244 páginas desatadas por un absurdo encontronazo, un pequeño choque entre dos hombres que podría haberse solucionado con un 'disculpa'. Pero estaban destinados a odiarse.
De una simple anécdota José Ángel Barrueco ha escrito toda una novela
A partir de aquí, Barrueco narra una escalada de tensión que se prolonga durante días. Y lo hace prácticamente del tirón, como un dibujo de un solo trazo. El título de la novela no engaña: la historia es tremendamente violenta. También visceral, desagradable e incómoda. Y muy visual. En algún momento llego a preguntarme qué necesidad tengo de estar leyéndola. Y la propia novela responde: "En el ser humano la curiosidad es más poderosa que la prudencia".
Esa esa curiosidad, ese y ahora qué que el autor maneja a la perfección, lo que te arrastra salvajemente por un barrio de Lavapiés hostil y en descomposición.
Una historia de personajes
La historia nos sitúa en pleno verano, en Madrid (que es algo que debería estar prohibido por la OMS). Al calor y al bochorno habitual se suman montones de basura debido a una huelga de limpieza (que ocurrió de verdad), que convierten al barrio de Lavapiés en un auténtico vertedero... y en un polvorín.
Es en esa "ciudad violenta, calurosa y hedionda", y en ese barrio por el que se pasean ratas, yonquis y borrachos, donde Izan Arroyo y Tranquilino Peón, en un roce de hombros, sucumbirán a un espiral de venganza.
Esta novela cruda y maloliente es, ante todo, una historia de personajes rotos
El primero es un maltratador, un tipo conspiranoico que basa su realidad en un puñado de titulares de prensa y en todas las series que se traga a diario. "Hay evidencias que no necesitan pruebas", piensa Izan, que vive con Yomaira, una mujer que ve "el mundo a través de una cámara de móvil".
El segundo, Tranquilino, también maltratador y alcohólico, vive en "un tabuco infecto y diminuto" con Adolfa, que sobrevive siendo consciente de que "en su vida no va a subir nuevos peldaños". Esta novela cruda y maloliente es, ante todo, una historia de personajes rotos.
Un virus imposible de erradicar
El retrato psicológico de cada uno de ellos es brillante. Barrueco dibuja a sus personajes con detalle y los dota de personalidad a través de un lenguaje explosivo, repleto de vulgarismos y diálogos directos como puñetazos.
Entretanto, casi sin darnos cuenta, el autor nos habla de exclusión social, de gentrificación, del problema de la vivienda, de la precariedad estructural que atraviesa nuestra sociedad.
"Quien no es capaz de confirmar las lentejas del mañana, es proclive a los arrebatos de furia y amargura"
"Quien no es capaz de confirmar las lentejas del mañana, es proclive a los arrebatos de furia y amargura", leemos en las primeras páginas de esta historia marcada por ese virus que "afecta a cuantos lo ven y lo padecen", ese virus que "se transmite por el aire", ese virus "imposible de erradicar". La violencia.