El edificio que existía antes que el universo (y una reflexión sobre la vida)
Santi Pérez Isasi, escritor, reseñista y profesor de Literatura, construye una novela a partir de microrrelatos sobre un edificio tan descomunal como inquietante.
Santi Pérez Isasi
Editorial: Ediciones El Transbordador
Año de publicación original: 2023
Imagina un edificio tan alto que los trabajadores que levantan sus últimos pisos tienen que quedarse a vivir allí, porque no les daría tiempo salir y llegar a sus casas antes de que tengan que volver a trabajar. Imagina un edificio cuya figura se intuya a cientos de kilómetros a la redonda y su simple presencia modifique el azul del cielo.
Una mole con 5.000 apartamentos por planta (en las plantas más bajas) y hospitales de campaña en las plantas intermedias. Una construcción tan descomunal que la mayoría de sus inquilinos han nacido allí y no conocen otra realidad que esa casa. Es más, para ellos, lo de fuera no es más que una suposición, leyendas antiguas, mentiras creídas... una especie de religión. Un edificio que podría ser perfectamente el mundo en el que está levantado y no al revés.
"El edificio no es un símbolo o una metáfora; reducirlo a un símbolo o a una metáfora sería como decir que no es existe, y el edificio, si algo hace, es existir"
Imagina que el universo entero se creara con la única finalidad de albergar en su interior ese edificio, centro y final de todo lo que ha existido.
Y ahora convierte esa idea en algo real, tangible, con peso y tacto de cemento, acero y cristal. Porque el edificio no es "un símbolo o una metáfora; reducirlo a un símbolo o a una metáfora sería como decir que no es existe, y el edificio, si algo hace, es existir".
La posibilidad de lo imposible
Eso es lo que ha hecho el profesor de Literatura de la Universidad de Lisboa Santi Pérez Isasi. Moldear una idea con elementos tangibles, darle forma a un invento y forzarlo hasta la realidad. Así, al introducir un concepto imposible en el mundo físico se genera algo parecido a la ciencia ficción, un relato en el que todo parece una metáfora de algo, una crítica de nuestra sociedad, pero esa representación nunca se muestra abiertamente ante los ojos del incrédulo lector.
Pérez Isasi juega con el poder de la imagen creada, con la cantidad de historias posibles en un lugar tan inabarcable
Porque con eso juega Pérez Isasi, con el poder de la imagen creada, con la cantidad de historias posibles en un lugar tan inabarcable, explorando los límites de ese edificio, físicos y psicológicos, donde los animales no soportan entrar y los humanos se niegan a salir. Donde los profesores se niegan a hablarle a sus alumnos del mundo que hay fuera por miedo a llenarles la cabeza de ideas imposibles. Tan imposibles, realmente, como su propia realidad.
Y en ese juego mental, hábilmente tejido por el autor, el lector asciende por los pisos del edificio a veces con inquietud, a veces con miedo, otras con una sonrisa en los labios. Porque en El edificio, como en la vida (y ahí hay una de las metáforas más obvias del libro) hay espacio para absolutamente todo.
Microrrelatos como pisos
Pero hay muchas más metáforas posibles. Críticas al capitalismo extremo, a una sociedad borrega incapaz de buscar su propio camino, incapaz de evitar su destino fatal. ¿Puede ser Dios todopoderoso un edificio inerte? Incluso hay, oculta entre pisos, una especie de fábula apocalíptica en la que las élites nos llevan al matadero mientras la humanidad cantan canciones celebrando la idea.
Al terminar de leer 'El edificio' queda una sensación líquida que se traspasa, como una lágrima, al ánimo del lector
Y todo está narrado a partir de pequeñas píldoras, de microrrelatos que se suceden y se amontonan, como los pisos de un edificio y que, sumados, conforman un hogar narrativo, una unidad, una novela casi. 150 textos breves, de no más de una página, que hacen de la lectura de El edificio algo sencillo, pero cuya digestión no lo es tanto.
Porque la idea, esa suposición increíble llevada a la realidad por Santi Pérez Isasi, tiene un núcleo fluido debajo de tanto hormigón y cemento y acero. Y al terminar de leerlo, esa sensación líquida se traspasa, como una lágrima, al ánimo del lector que, como pasa con el mundo real, no tiene muy claro si lo que ha vivido es para reír o para echarse a llorar.