Rodrigo Fresán | Fotografía de Alfredo Garófano

El nuevo libro de Rodrigo Fresán es un laberinto lleno de trampas del que a lo mejor no sales (y no pasaría nada)

En El estilo de los elementos, el escritor argentino firma una obra personalísima. Una novela completamente fuera de serie para replantearnos nuestra capacidad como lectores.

 |   | 13/09/2024

Rodrigo Fresán

Editorial: Random House

Año de publicación original: 2024

Hay libros que bien podrían ser ajustes de cuentas, de los Retratos a sus contemporáneas de Capote, a los comentarios literarios en el Quijote. Otros nos ofrecen retos que, generalmente por volumen, intentamos acometer al menos una vez en la vida. La broma infinita o Guerra y paz son capaces de poner a prueba nuestra perseverancia como lectores. A veces, incluso, las intenciones se solapan, encuentran y dan a luz libros capaces de borrar de un soplo todo lo leído para tomar vida propia.

Fresán nos pone frente a Land, un joven en plena dictadura sin nombre, en un país sin apostrofar

En El estilo de los elementos, Rodrigo Fresán nos pone frente a Land, un joven en plena dictadura sin nombre, en un país sin apostrofar y con unos padres, editores a cargo del sello 'ex Editors', habituados a la corrección de textos. Dicha labor se extiende a la vida de su propio hijo, quien se niega a escribir, dejando en última instancia sus recuerdos en mano de otros.

Con esta premisa en mente, su narrador convierte en texto sus recuerdos biográficos a partir de las cintas-confesión que deja su protagonista, y que nos enfrenta constantemente a los problemas de estilo que implican el intentar acotarla. Los mismos que arroja el lenguaje cuando intenta ajustarse a la existencia.

"De lo que no se puede hablar hay que callar"

El estilo de los elementos es un libro siempre a punto de desbordarse en el empeño por intentar contener la avalancha que son sus páginas.

Durante la adolescencia de Land, el Tractatus logico-philosophicus del filósofo Ludwig Wittgenstein se convierte en un pequeño misal sobre el que volcar sus anhelos literarios. Una obra en la que el estructuralista empezó a construir aquella escalera que fue su teoría, demostrando los límites de la comprensión y entendimiento humano, señalando sus fronteras y afirmando en su final que "de lo que no se puede hablar hay que callar".

'El estilo de los elementos' es un libro siempre a punto de desbordarse

Land tomará al pie de la letra esta última enseñanza. Su biografía se descuelga al mismo tiempo que la decisión, muy temprana, de que jamás será escritor. Si el niño Proust soñaba con el beso de su madre, Land detesta las reuniones de sus progenitores con diferentes autores. Los gritos, los excesos y las peleas del grupo impiden que pueda dormir, artistas todos que lo alejan de cualquier atisbo de vocación en común.

Esta decisión chocará con el deseo de sus padres, que ven en su hijo el último acto de corrección estilística posible. Sistemáticamente, en cada uno de sus cumpleaños, el único regalo que recibirá Land será un nuevo volumen de El estilo de los elementos, reafirmándolo aún más en su renuncia.

El estilo de los 'Nomes'

De dichas correcciones desaparecen los nombres propios, acosados por el ser peludo que es el 'Nome' (abreviación del no-me-acuerdo), quien borra la memoria (para después eliminar la del lector), con ese mismo énfasis que ponen las teleseries basadas en crímenes reales en sus cabeceras de "proteger a los culpables". El ejercicio es claro: somos nombres, datos, fechas... La alargada sombra del oficio familiar de la edición se proyecta sobre un hijo que se niega a escribir, a dejar más memoria, más nombres, más páginas.

De forma casi accidental todo nombre propio se sustituye por 'Nomes'. Aquella criatura dotada de la capacidad del olvido aparecerá rompiendo con la familiaridad del texto para llevarnos a otro lugar. Así, The Beatles se convierten en The Nomes, de la misma forma que lo hacen Edgar Allan Nome, Vincent Van Nome, Francis Scott Nome o Virginia Nome y un largo etcétera de omisiones que pretenden jugar a destruir el marco de referencialidad del lector.

Asistimos a la historia reciente de un país desconocido que nos llega sin banderas ni nombres

Pero no solo los nombres desaparecen. Asistimos a la historia reciente de un país desconocido que nos llega sin banderas ni nombres. No son relevantes para construir esta biografía, solo como un rumor de fondo que nos habla de huidas, revoluciones y dictadores, dolorosamente familiares.

En medio de ese juego literario, Land se convierte en un personaje, paradójicamente, inolvidable, a pesar de que apenas sabemos nada sobre él. Su nombre (Land en inglés es tierra) recuerda el protagonista en las primeras páginas, es el de la nación sin nacionalismo, el de una tierra que en inglés es capaz de mutar dependiendo del sufijo o prefijo que lo acompañe.

Un laberinto lleno de trampas

Fresán aprovecha para repartir munición, grabar nombres en las balas que se dedican a la industria de la literatura. Es César X Drill, el más prolífico de los escritores de la editorial que regentan sus padres, el único con la paciencia y el cariño para instruir a su ahijado en torno a la verdad, y, sobre todo, al eco primordial de la mentira.

El libro termina por convertirse en un laberinto sin asideros

La novela termina por convertirse en un laberinto sin asideros, construido a base de referencias sin nombre, que juegan con el recurso de la cercanía para que achiquemos los ojos, intentando enfocar y dejándonos con una sensación tan extraña como gratificante. Por momentos podríamos pensar que el libro se descuelga de una dimensión paralela, de un lugar sin tiempo ni historia, en el que nosotros mismos nos sentimos extranjeros. Convertidos, ahora sí, en Land, solo nos queda una opción: seguir leyendo.

En el centro de 'El jardín de las delicias', imagen fetiche a lo largo de toda la vida de Land, encontramos a Dios como lector, centrado sobre lo que otros narran y escriben sobre el mundo que ha construido. Ese es el papel que en última instancia adopta como propio Land, el de ser mero lector de las vidas de otros, con la creación ya aparcada. Ajeno a los problemas de estilo que puedan haber supuesto sus propios esfuerzos.

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