'Perro fantasma', un poeta desdoblado en yonqui y cajera de supermercado que denuncia la miseria del día a día
José Daniel Espejo firma un libro duro de roer pero imposible de dejar a un lado. Su autor escribe desde la mirada de un drogadicto o una cajera de supermercado, desde esa rabia que deja la marginalidad y la miseria.
José Daniel Espejo
Editorial: Candaya
Fecha de publicación original: 2023
"Qué feos somos señor / todos en mi barrio a veces sueño / que nos borran". La mirada del cojo recorre la barriada del bloque 10, anotando en su cuaderno lo que ve e intentando vender lo que escribe. Otras veces se convierte en una cajera que "espera la madrugada bajo el tubo fluorescente", transformándose más tarde en quien especula con la vuelta de amigos y familiares a su casa, cuando todo sea mejor: "Y no se podrá fumar porque las cortinas estarán limpias".
José Daniel Espejo es poeta, periodista, librero y activista. Los lagos de Norteamérica, su anterior libro, le sirvió para ponerse en la piel de un padre viudo con dos niños a su cargo, uno de ellos con autismo. Ahora la editorial Candaya edita su último poemario, Perro fantasma, que agotó su primera edición en dos meses y que presenta una segunda.
De yonkis y fantasmas
El poeta cuenta con la capacidad sobrenatural de desdoblarse a lo largo y ancho de sus libros. Asumir las formas de los espectros del día a día. Aunque los fantasmas del escritor no vagan por la tierra queriendo ponerse a la altura de sus penas. Son como los de "las películas japonesas", libres de obrar y recorrer la vida sin arrastrar más cadenas que las de las vidas que ocupan, tomado la forma de los poemas que su autor nos propone.
El cojo por momentos se convierte en una versión cruda de Rimbaud. La mala sangre del francés, aquel recordatorio a sus antepasados galos en el "tengo los ojos azul pálido, el cerebro pobre y la torpeza en la lucha", se convierte aquí en "los turistas que atestan el cabo y se drogan mucho más que yo". Porque el cojo también es un yonqui que va dejando registro de lo que ocurre al otro lado de la adicción. En otro poema, por ejemplo, piensa en cómo "su padre creará una asociación" y "se le pondrá un nudo en la garganta al hablar de mí".
"Hay una vocecita socialdemócrata en mi cabeza / como de pito / creo que es la de rosa montero"
A veces esos espectros toman la forma de mensajes, tratan de comunicarse con nosotros. La pantalla del ordenador escupe desde una web de streaming una pregunta para saber si seguimos ahí, atentos y visionando; y el narrador aprovecha aquella aparición para preguntarse si realmente puede continuar con su vida.
Otras emiten las palabras cansadas de la socialdemocracia tibia e impune que trata de salvar a sus hijos descarriados: "Hay una vocecita socialdemócrata en mi cabeza / como de pito / creo que es la de rosa montero", dice en un momento dado el cojo, que ve cómo la voz desaparece, le abandona, cuando llega al bloque 10. La burocracia se queda en silencio y la beneficencia termina encallada contra el hormigón mal fraguado y los adoquines levantados que anuncian su hogar.
La voz de los marginados
Sus personajes anotan sobre la esperanza en un día en que todo queda en equilibrio: "El monstruo que soy la primavera / el río lleno de mierda y una garza / que bebe de él / majestuosamente". Hay un punto de humor que se convierte en una mueca amarga, donde conviven las reflexiones más bellas siempre al filo de la tragedia. "Me lamo las heridas con la lengua / y entra en mí el veneno otra vez y ahora / recurro al veneno mismo para dormirme".
Incapaces de asir la realidad, las frases quedan incompletas, rellenándose en el verso siguiente, como a destiempo
José Daniel Espejo presenta un libro que le reafirma como una de las voces más interesantes del panorama poético nacional. Un estilo cargado de imágenes que sorprenden al lector, con la habilidad de cambiar de voz en cada poema.
En el ejercicio de conjurar y reunir espectros, las palabras se convierten en "muñones", como apunta la escritora Begoña Méndez en su prólogo. Incapaces de asir la realidad, las frases quedan incompletas, rellenándose en el verso siguiente, como a destiempo. El mismo traqueteo mecánico de quienes asisten cada mañana a su lugar de trabajo, de quienes se agolpan en las colas del hambre, de quienes persiguen saciarlo con lo que otros venden a un precio siempre demasiado alto.