"Había cadáveres en el patio, en la pista de baloncesto": la tragedia de Ortuella que Aramburu lleva a su nueva novela
Fernando Aramburu recuerda en El niño la tragedia ocurrida en la localidad de Ortuella (Vizcaya) en 1980. 50 niños y 3 adultos fallecieron a causa de una explosión de gas.
Tembló la tierra aquel 23 de octubre de 1980. Una explosión a mediodía se oyó por todo Ortuella. La primera sospecha: ETA. Eran los años de plomo.
Todavía hoy en el pueblo, que entonces contaba con 9.000 habitantes, recuerdan aquella mañana. Primero, la explosión; luego, los niños corriendo por la calle y gritando "la escuela, la escuela".
"¡Qué explosión! Salí al balcón y pensé: qué carnicería habrán hecho", recuerda ahora una vecina.
Un error catastrófico
La investigación revelaría después que bajo el suelo de ese pabellón de la escuela se habría acumulado una importante cantidad de gas propano, que entraría en combustión cuando el fontanero al que habían llamado para arreglar una avería encendió una candileja.
Emilio estudiaba en aquel edificio. Hoy recuerda cómo los cristales volaron, cómo salió corriendo en busca de su hermana, cómo su padre les dijo que se fueran a casa. "Había cadáveres en el patio, en la pista de baloncesto... Todo fue terrible".
La explosión ocurrió justo debajo de la clase de los niños de 5 y 6 años. 50 murieron ese día, la mayoría en el acto; otros, mientras eran trasladados al hospital más cercano.
El pueblo entero acudió a echar una mano y a consolarse los unos a los otros. Algunos perdieron a uno o dos hijos, sobrinos o nietos. Todo el pueblo perdió a algún conocido. Un dolor todavía hoy no superado.
Al funeral acudieron miles de personas, fue tan numeroso que tuvo que celebrarse en una nave.
Fueron enterrados en el cementerio, en el pueblo. Un monumento en el que todavía hoy se pueden encontrar velas y flores, homenajea a las víctimas de una tragedia que ha permanecido décadas en la memoria colectiva del País Vasco.
La herida de Aramburu
Fernando Aramburu la utiliza como punto de partida de El niño, su nueva novela tras Hijos de la fábula. Con ella pretende cerrar una herida "desde la literatura, en parte por una necesidad personal, por el deseo de objetivar un recuerdo doloroso, incómodo, triste", cuenta.
Y lo hace contando la historia de una familia a la que, como los cristales de la escuela, la onda expansiva de lo ocurrido aquella mañana hizo saltar por los aires.