LOS AVANCES CIENTÍFICOS LA CONVIERTEN EN UN MÉTODO FIABLE Y EFICAZ

¿Por qué la vacuna de la gripe salva vidas?

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Constantes y Vitales
  Madrid | 20/01/2025

Las vacunas no garantizan que no nos infectemos, pero sí reducen la carga de la enfermedad y, lo que es aún más importante, salvan vidas. Los síntomas leves o moderados tras una infección son un precio pequeño a pagar si consideramos que las vacunas nos protegen de hospitalizaciones, complicaciones graves y muertes.

La pandemia de gripe de 1918 fue causada por una cepa particularmente virulenta de virus de Influenza, infectando a 500 millones de personas y causando entre en torno a 50 millones de muertes. El impacto fue tan severo que la esperanza de vida mundial cayó drásticamente, causando más víctimas que las asociadas a la Primera Guerra Mundial.

En sus intentos por desarrollar una vacuna, los investigadores de la época trabajaron bajo la suposición errónea de que la gripe era causada por una bacteria, basándose en el descubrimiento de Richard Pfeiffer en 1892 del “bacilo influenzae”, que hoy en día se conoce como la bacteria Haemophilus influenzae.

Los virus dan la cara

No fue hasta 1931 cuando Richard Shope descubrió el virus Influenza A en cerdos y, en 1933, Wilson Smith, Christopher Andrewes y Patrick Laidlaw el virus Influenza A en humanos.

Distintos trabajos posteriores permitieron describir diferentes versiones de las proteínas de superficie del virus denominadas hemaglutinina (HA) y neuraminidasa (NA), cuyas distintas combinaciones dan lugar a los subtipos de virus de la influenza de tipo A; entre ellos, los subtipos H1N1, H2N2 y H3N2 que han afectado a la humanidad durante más de 100 años.

La primera vacuna inactivada contra la gripe para uso en personas fue desarrollada por Thomas Francis, que había descubierto también en 1940 el virus Influenza B, y su discípulo Jonas Salk, el mismo que desarrolló posteriormente la vacuna frente a la poliomielitis.

La vacuna frente a la gripe fue probada para evaluar su seguridad y eficacia en el ejército estadounidense en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, antes de ser licenciada para un uso más amplio en 1945. Sin embargo, pronto se observó cómo la alta tasa de mutación del virus requería de una actualización anual para conservar la eficacia.

Una evolución continua

Actualmente existen distintas tecnologías y métodos de producción de vacunas antigripales. En el caso del hemisferio norte, la vacuna para que se administra en otoño se comienza a diseñar en febrero, en función de las cepas que se encuentran en ese momento circulando.

Durante las décadas siguientes, las vacunas evolucionaron en respuesta a los cambios en los virus circulantes. En 1948, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció el Centro Mundial de Influenza y, en 1952, el Sistema Global de Vigilancia y Respuesta a Influenza (GISRS por sus siglas en inglés) para rastrear cepas emergentes. Esto permitió la producción de vacunas actualizadas cada temporada, una práctica que persiste hasta hoy y que se utiliza como base para que la OMS recomiende anualmente determinadas cepas a incluir en las inmunizaciones de cada hemisferio frente a los virus de Influenza A H1N1 y H3N2, así como Influenza B.

La gripe regresa anualmente en forma epidémica creando una amenaza constante para la salud pública, afectando a millones de personas y generando complicaciones graves en los más vulnerables: niños pequeños, adultos mayores y personas con enfermedades preexistentes.

¿Hasta qué punto son eficaces las vacunas?

En 2010, la recomendación para la vacunación total de la población (a partir de 6 meses) supuso un importante avance para reducir el riesgo de contagio y de complicaciones derivadas de la infección, así como para liberar gran parte de la carga hospitalaria que se acumulaba en los meses de invierno. Desde entonces, el impacto de la gripe ha disminuido, pero ¿qué sabemos sobre su verdadera eficacia?

En este contexto, nuestro equipo ha realizado un estudio donde se analizan distintos parámetros que sirven para calcular la eficacia de la vacunación antigripal tanto en la prevención como en la reducción de la severidad y mortalidad asociada a la infección, especialmente en las poblaciones de riesgo más vulnerables.

Nuestro trabajo consiste en un análisis de más de 119 artículos publicados en los últimos 10 años, que suman un total de 192 705 pacientes. Además, cuenta con una validación de los modelos matemáticos, usando más de 6,5 millones de pacientes de la base de datos TrinetX.

Así analizamos en qué porcentaje aparecen los virus de la gripe más comunes como Influenza A (H1N1 y H3N2) e Influenza B en diferentes grupos de edad: menores de 5 años, personas entre 5 y 65 años y mayores de 65 años. Además, estudiamos la efectividad de las vacunas frente a estos virus en los mismos grupos de edad.

Los resultados muestran cómo las vacunas son eficaces previniendo la infección de los distintos virus Influenza que se pretenden evitar, aunque en el caso de H3N2, esta protección sea más limitada.

En cuanto a su eficiencia en evitar muertes, nuestro análisis de los datos muestra que la vacunación antigripal es capaz de reducir la mortalidad asociada a la infección a la mitad en términos globales, incluyendo las infecciones por H3N2.

En el caso de los grupos de riesgo, aquellos con condiciones preexistentes que aumentan entre 2 y 10 veces la probabilidad de fallecer tras una infección por gripe, la vacunación redujo en algunos casos su mortalidad hasta niveles comparables con los de personas no infectadas. Esto destaca la capacidad de la vacuna para proteger incluso a quienes afrontan mayores riesgos.

Comprobado: vacunar salva vidas

En una sociedad donde la desconfianza hacia las vacunas parece estar en aumento, es crucial recabar evidencias y analizar la información con los datos disponibles, compartirla y sacar conclusiones que sirvan para tomar decisiones más allá de opiniones o juicios de valor.

Es cierto que vacunarse no garantiza que no nos infectemos, pero sí reduce la carga de la enfermedad y, lo que es aún más importante, salva vidas. Los síntomas leves o moderados tras una infección son un precio pequeño a pagar si consideramos que las vacunas nos protegen de hospitalizaciones, complicaciones graves y muertes.

A menudo escuchamos frases como “este año me vacuné y aún así me enfermé de gripe”. Con los datos delante, podemos tener la certeza de que sin la vacunación, la gravedad de la infección asociada a virus Influenza pudo haber sido mayor.


Este artículo ha sido escrito con la colaboración del físico Jesús Presa Mansilla

Estanislao Nistal Villán, Virólogo y profesor de Microbiología de la Facultad de Farmacia, Universidad CEU San Pablo y Javier Arranz Herrero, PhD Student en la Universidad CEU San Pablo. PFIS en el Instituto de Salud Carlos III y Visitor Researcher en Mount Sinai, NY, Universidad CEU San Pablo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.