VER, OÍR Y NO CALLAR

Araceli Hidalgo y esa España de las cejas finas

"No hay rastro de rencor, tampoco de reproche. Algo que sería perfectamente comprensible porque han sido las residencias de mayores donde el virus mostró su cara más feroz. Ese lugar del que muchos llevan meses sin salir, sin recibir visitas"...

Hubo al menos un par de generaciones de mujeres españolas que maduraron y envejecieron con las cejas finísimas. Delineadas por otras dos generaciones de peluqueras que dictaminaron que la belleza facial pasaba por trazar una línea sobre los párpados tras el uso y abuso de las pinzas de depilar. Esas dos generaciones de mujeres convivían convencidas de haber hecho lo correcto y así morirán, sin que nadie les haya hecho cambiar de opinión.

Por alguna de esas manos ha debido pasar Araceli Hidalgo, la primera mujer en convertir su antebrazo en protagonista de la historia de España. La primera imagen esperanzadora desde que nos visitó la pandemia. La primera en dejarse atravesar por una aguja que contiene la vacuna contra el COVID-19.

Hidalgo tiene una voz demasiado parecida a la de Cándida, la entrañable crítica cinematográfica de Gomaespuma. Es una señora que, tras sentir el pinchazo, se marchó con su andador a tomarse un café y unos churros. Un detalle que ha llamado la atención de algunos colegas periodistas. Pero cualquiera que haya visitado con frecuencia una residencia sabe que ése es el desayuno de los domingos. El menú de mañana que despierta a las mujeres de cejas finas y pelo corto, que es como envejecen ellas en España.

La escena apenas dura unos segundos. Araceli va vestida de domingo, limpísima y de oscuro. Se ha puesto un collar y unos pendientes muy discretos, un fular muy fino, una camisa blanca de manga corta y unos zapatos con cuña leve, de los que lucen todas las ancianas de España que llevaron tacones durante demasiado tiempo.

Llega curiosa, obediente, como todos los que ya saben lo que supone entrar en una residencia en España. Dejas de mandar y te toca obedecer. Tiene pinta de que asumió bien el cambio de actitud, porque se muestra contenta y agradecida casi todo el rato. En la residencia hace gimnasia, ve la tele y hasta tiene tiempo para el ganchillo porque, dice, tiene "buenos ojos".

Se santigua, un gesto que solo puede chirriar a los cretinos y a los sectarios. Luego, cuando decida dar gracias a Dios por lo que acaba de ocurrir, vendrán los faltos de cariño en las redes sociales a recordarle que el Altísimo no ha hecho nada por ella, sino la ciencia. No sé si saldremos mejores, pero desde luego no más listos. Tampoco más empáticos.

Asoma el brazo con rapidez porque la manga de la camisa pone las cosas fáciles. Un brazo que hace tiempo dejó de estar turgente y que una intuye que no le ha preocupado demasiado. Ha sido un pinchazo leve, dice, que no le ha molestado demasiado, afirma con voz contenta y con restos de ese acento granadino que conserva, aunque lleve años siendo vecina de Guadalajara. Da las gracias a la enfermera, Carmen Carboné, y se va por donde ha venido, sin hacer ni caso a las cámaras que inmortalizan todos y cada uno de sus pasos.

Será entonces el turno de Mónica Tapias, auxiliar de la residencia Los Olmos donde Araceli vive desde hace siete años. Lleva una década trabajando en el centro y reconoce estar nerviosa. Luce un gorro de colores como los que popularizó en pantalla Patrick Dempsey, alias 'Doctor Macizo' en Anatomía de Grey.

Araceli reconocía ayer en la radio haber dormido estupendamente la primera noche tras esa primera dosis de vacuna. Seguía sin darle demasiada importancia a su papel en esta película. Una actitud maravillosa y común en aquellos a los que la Wikipedia no tenía un sitio reservado y lo asumían sin un gramo de insatisfacción. Araceli ha tenido que cumplir 96 años y sobrevivir a una guerra civil, una posguerra, una dictadura y una pandemia para ver su cara en todos los telediarios. Recuerda a su familia. Hijos, nietos y bisnieta.

No hay rastro de rencor, tampoco de reproche. Algo que sería perfectamente comprensible porque han sido las residencias de mayores donde el virus mostró su cara más feroz. Ese lugar del que muchos llevan meses sin salir, sin recibir visitas. Ese sitio en el que no consideran el toque de queda ni los cierres de la hostelería como un recorte de libertades. Tampoco una plaga bíblica cuyo objetivo es amargarles la vida. Ellos sí que han salido mejores.

laSexta/ El Muro/ Ángeles Caballero