VER, OÍR Y NO CALLAR

El bodorrio del Casino y otros idiotas del montón

"Es el triunfo del amor y de las familias de bien. De los que saben en qué orden van los cubiertos y que a una boda jamás hay que ir recién salido de la peluquería. Es la unión de un apellido de papel couché con un canterano del Real Madrid. Es la enésima demostración de que el ascensor social sólo funciona en uno de cada mil casos".

En 2003, cuando La Oreja de Van Gogh lanzó la canción '20 de enero', a Amaia Montero aún no se le había 'apitufado' la voz y no hacía cosas raras en su cuenta de Twitter. Eran otros tiempos, aún faltaban unos años para que pinchara la burbuja inmobiliaria y Rodrigo Rato era el ministro de Economía con halo de superhéroe de Marvel. Éramos más jóvenes y los bancos te prestaban dinero para la casa y los muebles sólo con pestañear, José María Aznar había colocado por fin a España en el lugar en el que se merecía y no nos tosía casi nadie. Qué festín.

En esa época parecen aún vivir los invitados a la boda de este fin de semana en el Casino de Madrid. Quien dice una boda, dice una entrega de premios de un periódico. Porque fue en ese mismo lugar donde se celebró la fiesta por la que Pedro J. Ramírez estuvo encantado de dar la cara.

Uno de esos sitios deslumbrantes de Madrid que tuvo su germen en 1836, explica su página web, "cuando un grupo de jóvenes románticos y progresistas, cansados de tanta exaltación política, decidieron encontrar un lugar tranquilo donde poder reunirse en paz y armonía". Desde entonces, ni una sola mujer ha ejercido la presidencia. En 2021, ninguna mujer ocupa un cargo en la junta directiva, a pesar de que está formada por diez personas.

El Casino es un edificio majestuoso, en la acera de los impares de la calle de Alcalá, en el que siempre parece haberse detenido el tiempo y en el que, en tiempos de pandemia, parecen pasarse por alto algunas normas. Por ejemplo, el uso de mascarillas en plena tercera ola de coronavirus y el metro y medio que debe haber de distancia entre las mesas.

Eso sí, en otros asuntos, tolerancia cero. "Para sentirse lo más cómodo posible en el interior, Casino Gran Madrid recomienda el uso de una vestimenta adecuada al espacio. En todo caso, está prohibido el acceso al interior del Casino con: ropa de baño, chanclas, prendas de chándal, pantalón corto deportivo, camiseta de tirantes en caballero, gorras y objetos voluminosos (tales como mochilas o cascos de moto)". No especifican lo que entienden por vestimenta adecuada. Una lástima. Ahora fíjense en lo ocurrido este fin de semana. Son cuarenta segundos de vídeo en el que los novios entran en el salón, repleto de gente que no respeta la distancia social ni lleva mascarilla y agitan tus tersas e hidratadas manos con la servilleta. Es una entrada triunfante de la pareja porque acaban de casarse, es una entrada pletórica porque una mujer con esas piernas tan largas y ese mono tan bien defendido no puede sino regodearse delante del personal.

Es el triunfo del amor y de las familias de bien. De los que saben en qué orden van los cubiertos y que a una boda jamás hay que ir recién salido de la peluquería. Es la unión de un apellido de papel couché con un canterano del Real Madrid. Es la enésima demostración de que el ascensor social sólo funciona en uno de cada mil casos.

Durante unos segundos, a muchos nos dio por pensar que nos la habían colado otra vez y que esa celebración podía ser de hace un año. Pero dos personas en ese salón están protegidas con mascarilla. Camarero y fotógrafo, currantes de domingo. Uno sostiene la bandeja y el otro la cámara y una imagina que sólo piensan en lo que facturarán ese día. Bonita manera de cerrar un fin de semana en el que la Policía intervino sólo en Madrid 246 fiestas ilegales.

Ninguna de esas fiestas incluye la boda de Jaime y Beatriz. 'Ja' y 'Be' si adoptamos los patrones del pijerío madrileño, entregado a esa irritante manía de acortar los nombres propios. Pero también fue detenido el dueño de un bar en Villa de Vallecas por posible delito contra la salud pública y desobediencia en el que estaban cuarenta y una personas que también fueron denunciadas por incumplir las normas. Lo cual demuestra que la estulticia y el egoísmo no entienden de clases sociales. Aunque a los responsables de la boda, ni tocarlos. La economía y el amor, ya saben, no pueden parar.

¿Se acuerdan de cuando en la primera ola teníamos cierto sentido de la colectividad? ¿De cuando sentíamos que quedarse en casa era la única manera de protegernos a nosotros mismos y a los demás? Suena tan marciano como esa canción de La Oreja de Van Gogh con otra voz que no sea la de Amaia.

laSexta/ El Muro/ Ángeles Caballero