Ver, oír y no callar

Irse a Nueva York: a qué, con quién, por qué

Irene Montero en Nueva York | EFE
  Madrid | 05/07/2022

Que un cargo público se haga una foto en Nueva York se parece un poco a la paternidad. Nunca es buen momento. Siempre pasará algo que convertirá la foto en innecesaria.

Aquella tarde de agosto hacía un calor de mil demonios y la humedad hacía que sintiera mi cuerpo como un objeto pegajoso con el que no tenía más remedio que convivir. Me había puesto un vestido ligero de color fucsia con lunares blancos muy pequeños y mi mejor bolso porque me había propuesto que aquellos días yo tenía que estar a la altura del lugar de mis vacaciones. Pero mi hija, a la que le quedaban varios días para cumplir los dos años, decidió romper mis planes. En aquella plaza atestada de gente, de luces y de ruido, optó por una rabieta descomunal y yo no supe controlarme.

Todo eso se nota en la foto que nos hicimos. Las dos con la cara roja tras la ira, el rostro sudoroso por la maldita humedad. Pero qué bonito era mi vestido y qué bonito es Nueva York, aunque sea ésa la única foto que tengo de Times Square.

Nadie va a Nueva York y le resulta indiferente. Uno puede ir a trabajar, como turista o a visitar a un familiar, como estuve yo durante muchos años. Uno va a esa ciudad por primera vez y no da crédito porque conoce la ciudad como el salón de su casa gracias al cine. Uno va a esa ciudad y se arregla un poco más porque cree estar siendo grabado mientras pasea. Como en un videoclip con escenario descomunal.

Uno va a Nueva York y no puede ni quiere evitar inmortalizarse con esas calles de fondo. Lo hizo Isabel Díaz Ayuso cruzando una acera de Manhattan con unos stilettos. Lo hizo Irene Montero con los neones de Times Square. Lo hizo María Teresa Campos vestida de Audrey Hepburn en el escaparate de Tiffany’s.

En las últimas horas he visto multitud de chistes al respecto del viaje que ha hecho la ministra de Igualdad con dos asesoras y una secretaria de Estado. Me gusta mucho el que incorpora en la foto a Carlo Ancelotti fumándose un puro tras ganar la Champions porque ya saben que una no nació para el humor inteligente.

También me divierte ver cómo se solivianta el personal en redes sociales y se toma tan en serio estos asuntos como para enzarzarse en disputas. Comparando este viaje de trabajo con otros viajes de trabajo, como el que hizo la presidenta de la Comunidad de Madrid hace meses. Por ver, hasta he visto a Mariano Rajoy fumándose un puro por las calles de Manhattan y hasta juraría que a Elías Bendodo convertido también en personaje de Woody Allen, que es lo que soñamos casi todos cuando vamos a esa ciudad.

Se me ocurren unas pocas palabras al pensar en las reacciones. He revisado la agenda de la ministra en esos días, las personas con las que se ha reunido, las instituciones que visitó. Yo estaría muy disgustada porque he venido a este mundo a que me quieran, pero hay algo en mí que la imagina como Rajoy, con un habano, comprobando cómo salen siempre los mismos a recordarle que el sitio en el que está no le pertenece. También he revisado el documento que aportó la señora Díaz Ayuso con su agenda de trabajo los días en los que ella estuvo. Porque allá donde haya un fuego, siempre estará ella para avivar la llama.

Pero una ya es perra vieja y no está para educar ni sermonear a nadie. Seguiremos tratando estos asuntos con infantilismo y sectarismo según quien se haga la foto. Seguiremos pensando que las mujeres viajan a lo Sexo en Nueva York y Gossip Girl mientras ellos van a trabajar duramente por España. Recordaremos que ministras y presidentas no tienen derecho a viajar con esos privilegios y a ocupar esos puestos. Por qué ellas y no nosotros. Irse a Nueva York a qué. Irse a Nueva York con quién. Y con nuestro dinero.

Que un cargo público se haga una foto en Nueva York se parece un poco a la paternidad. Nunca es buen momento. Siempre pasará algo que convertirá la foto en innecesaria. Porque siempre hay problemas e inconvenientes. Ahora y entonces. Crisis, desigualdad. Siempre habrá alguien que lo reproche y exigirá comprobantes de lo que ocurrió esos días.

Que nos demuestren qué han traído a cambio además de un imán para la nevera. Y por qué todos sonríen al posar en las fotos. Porque la envidia es pegajosa como el sudor en agosto en Nueva York. Y nosotros somos una niña de menos de dos años y su madre, incapaces de contener la rabieta en el verano de 2009.