Ver, oír y no callar
Messi, el genio monocorde y ciclotímico
"Podemos quedarnos con que Messi fue un pesetero que acudió al cheque que más calienta. Podemos pensar que la nefasta gestión del club de su vida no hizo lo suficiente como para que se quedase. Quizá ambos tengan razón. Quizá no sea cierta ninguna de las opciones"
En la película de Juan José Campanella 'El secreto de sus ojos' (2009), uno de los personajes le argumenta al protagonista, Ricardo Darín, la clave para descubrir al asesino de una mujer ocurrido años atrás. "El tipo puede querer cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios, pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín: de pasión". Esa pasión era un equipo de fútbol, el Racing de Avellaneda. Y es esa pasión la que les conduce al asesino mientras acude al campo de fútbol a ver jugar a los suyos.
La escena sirve para recordar una película maravillosa pero también para reconocer la dificultad de hablar de fútbol por ser precisamente eso, pura pasión.
Podemos quedarnos con que Messi fue un pesetero que acudió al cheque que más calienta. Podemos pensar que la nefasta gestión del club de su vida no hizo lo suficiente como para que se quedase. Quizá ambos tengan razón. Quizá no sea cierta ninguna de las opciones. En otra película, 'Moneyball', Brad Pitt afirma una frase oportuna en días como estos: "Los fans no dirigen mi club". El cine, una vez más, como reflejo de la vida.
Messi es una estrella atípica. Tiene cosas fácilmente achacables a los estereotipos del fútbol: muchos tatuajes, poca facilidad de palabra, tono monocorde, tasa de natalidad muy alta, avión privado. Tiene otras que gustan a los que observan desde fuera el negocio: lleva con la misma mujer desde que ambos entraron en la pubertad y se desconocen juergas salvajes, salidas de tono, fotocoles y excentricidades. Y fue condenado a 21 meses por defraudar a Hacienda 4,1 millones de euros. Pero ya se sabe que en el fútbol estas cosas, lejos de manchar la imagen, la encumbran.
Las últimas horas en la vida de Lionel Messi dan para la segunda parte de película cuya primera mitad vivimos hace precisamente doce meses, cuando el argentino mandó un burofax al club de sus amores pidiendo que le dejaran marcharse. Fue un torpedo frío y racional, tan sólo superado por aquel fax despiadado que envió el actor Daniel Day-Lewis a la también actriz Isabel Adjani para dar por finalizada una relación de seis años con un hijo de por medio.
Esa herida (la de Messi, no la de Adjani) acabó cerrándose en falso, y la cosa siguió como estaba. Con Lionel brillando y el Barça sin ganar un solo título y gastando mucho más de lo que se podía permitir.
Parecían sinceras las lágrimas del futbolista el pasado domingo a las doce de la mañana. Vestido de manera impecable, con la familia en primera fila, bajó la cabeza y se sonó los mocos como sólo se hace cuando es de verdad. Lamentó lo ocurrido, dijo que hizo todo lo posible y los culés no pudieron sino empatizar con él y acordarse no precisamente para bien de la familia de toda la junta directiva del club.
Volvió a salir cabizbajo de casa mientras se dirigía al aeropuerto del Prat. Pero llegó a París y además de cambiar de semblante se cambió de camiseta. Saludó desde un balcón y solo le faltó la fumata blanca. Lionel vuelve a sonreír y duerme en un hotel que cuesta por noche 15.000 euros mientras le buscan casa. Porque ya se sabe que las penas con sábanas de hilo son menos.
Y el lunes a las diez y media de la noche, con el aire acondicionado puesto en media España a pesar del precio de la luz, lo vimos vestido también de blaugrana y con un poco de blanco pero en otro equipo. Con un dron que recorría el estadio del PSG y su fibroso y pequeño cuerpo posando y pisando un balón. Quiere ganar títulos, dice; no quiere trabajar gratis, decimos. "Si tanto quiere al Barça, que se quede sin cobrar". Es la frase que he escuchado estos días a unas cuantas personas. Es maravilloso opinar de otros, ¿verdad?
Esta mañana volvió a vestirse de formal y fue presentado por el presidente de su club. Un tipo que no se salió del argumentario que rodea a este deporte. Habló de orgullo, de ambición, dio las gracias a la mujer y al padre de Messi por las facilidades (ahí la llevas, Laporta) y también a su "socio comercial", al que prometió no defraudar jamás. Mientras, Messi no paraba de sonreír. Y habló.
Habló el Messi previsible: "Estoy muy feliz. Fue muy duro porque son muchos años". Habló el Messi exagerado: "No más llegar acá la felicidad es enorme". Habló el Messi discreto y abrumado: "Estoy deseando que todo pase rápido y empezar a entrenar". Fotos, poses y abrazos después. Se fue a descansar a la suite de 15.000 euros y después de haber asegurado su sueldo de 35 millones de euros por cada uno de los próximos dos años. "Un salario confortable", dijo Al-Khelaïfi. Casi tanto como dormir en sábanas de hilo.