VER, OÍR Y NO CALLAR

Salvar los bares, otra forma de salvar vidas

Cada uno va al bar con el que se identifica. En el mío está Santos, el perfecto camarero madrileño. A veces nuestras miradas se cruzan y soy capaz de interpretarla. Son muchos años ya. Ayuso sabe que los bares son el eje vertebrador de esta comunidad y ha decidido apostar fuerte.

Los británicos tienen la hora del té como tengo yo la hora del vino y las bravas. La salsa es casera, pica lo justo y la ración es generosa. Un par de rondas y salgo casi cenada y con el artículo escrito. Así que cómo no voy a darle la razón a Isabel Díaz Ayuso. ¿Que el precio de la vivienda está por las nubes, que entre metro y metro hay demasiados minutos de espera y las salas de espera de los hospitales llevan saturadas desde mucho antes de la pandemia? A ver, tampoco dramaticemos. Nos quedan París y los bares. De Madrid.

Porque en cuanto pisas los bares de Segovia o Toledo te dan ganas de quitarte de en medio. Pero en los de Madrid, desde Buitrago de Lozoya hasta Cubas de la Sagra, uno entra y tiene un deseo irrefrenable de abrazar a todo el mundo. Te sientes diez centímetros más alto y diez kilos más delgado. Qué alegría. Qué alboroto. Qué campaña.

Cada uno va al bar con el que se identifica. El mío pone Cadena Dial, tiene higaditos y sangre encebollada de aperitivos, en el menú te ponen vino con casera y de postre ofrecen 'Comtessa'. Santos, que se llama así porque nació un 1 de noviembre, es el perfecto camarero madrileño de este templo sin pretensiones. Habla de fútbol, de cine en versión original y de vez en cuando echa un vistazo a la tele, donde siempre tienen puesto un canal de noticias. A veces nuestras miradas se cruzan y soy capaz de interpretarla. Son muchos años ya. Son muchas bravas ya.

Pero le encanta jugar al despiste. A veces vacila con que es del Atleti aunque sabemos que es madridista. A veces alaba a algún político o trolea al parroquiano de turno para avivar el ambiente. Es parco en los afectos pero sólo lo justo. Ha visto y escuchado de todo estos años. "Nos da para escribir un libro", me dice de vez en cuando. Es la persona de fuera de mi familia a la que más eché de menos durante el confinamiento.

Mi suegro, por ejemplo, va a bares de Chamberí, que es el barrio en el que vive Díaz-Ayuso. Pertenecen a esas calles en las que hay hambre descansada. Hay jornadas laborales prolongadas, hay misa de domingo, aperitivo y familias tradicionales, hay miradas furtivas al trasero de las camareras. Hay suficiente liquidez como para pagar 12 euros por un combinado. Hay aperitivos abundantes. Hay trato vip a los clientes habituales.

Hay un lamento común entre los que se sientan en las terrazas. Todo va mal si gobiernan Zapatero o Sánchez, no digamos Carmena. Hay un enorme sufrimiento en vecinos con pisos de más de cien metros de superficie útil. Tan lícito como irreal. Como irreal es lo que vivo yo en el mío, con la tranquilidad de tener la hipoteca pagada desde antes de tener hijos.

Los bares son parroquias laicas. En ellos los camareros y camareras aguantan mecha como pueden. Siempre mal pagados, pendientes de la generosidad de la propina de los clientes. Decía alguien hace poco que uno se retrata por la forma en la que los trata. Pocas veces he leído cosas tan certeras.

La candidata a presidenta por el PP sabe que los bares son el eje vertebrador de esta comunidad, que no núcleo irradiador. Sabe que ahí, con dos verdejos encima, decimos las verdades, prometemos amor eterno y disfrutamos de un espacio propio. Sin hijos, sin parejas, sin jefes. La barra de un bar es ese sitio donde somos nosotros mismos. Si nos lo quitan, nos matan.

Ayuso ha decidido apostar fuerte. Se trata de salvar los bares, que es otra forma de salvar vidas. Mal le irá a la oposición que no lo entienda.

laSexta/ El Muro/ Ángeles Caballero