Durante estos meses hemos podido ver a mucho columnista preocupado. Hay un cierto ambiente de congoja en los cenáculos de Madrid de copa de balón, DNI empolvado, y tiradas editoriales de escasos cientos. Ya no pueden insultar y despreciar a los débiles como siempre han hecho sin que estos muestren su rechazo y expresen su opinión como un igual. Plumillas canallitas desencantados con los viejos tiempos donde su mierda de opinión se grababa en letra de piedra sin que nadie pudiera rebatirles y que han hecho de su línea editorial un monográfico sobre los peligros de que sus artículos sean objetivo de la indignación de los colectivos feministas, de la LGTBIQ+ o de cualquier grupo de la izquierda con fuerza para que su presión obligue a los medios en los que trabajan, a los muchos medios en los que trabajan, a prescindir de ellos. Cancelación lo llaman. Tienen pavor a que les suceda como a Plácido Domingo y después de reconocer un comportamiento de acoso sexual tengan que soportar compungidos minutos de aplauso en uno de los mayores teatros del mundo. Torturas de nuestro tiempo.
Un extraño temor, porque todo su tiempo lo gastan en insultar, despreciar y poner en el objetivo de sus críticas a aquellos colectivos vulnerables o grupos de población más susceptibles de sufrir agresiones físicas y la constante violencia simbólica que se hace insoportable en esos medios que les pagan por sus columnas. No la temerán tanto cuando buscan mil y unas formas de despreciar a esos grupos que tanto dicen temer. Porque valientes no son, por eso siempre se ponen de lado cuando el asunto se pone difícil y jamás mirarán en sus columnas al poderoso. Es fácil identificar a esta soldadesca del clic, nunca escriben contra el poder económico ni contra aquellos que sí tienen capacidad para levantar un teléfono de forma silenciosa y cortar el grifo.
Esos polemistas extremocentristas de mirilla siempre escorada a la derecha han sido partícipes de favorecer un caldo de cultivo de odio que ya ha llegado a las calles de manera dramática. Solo cuando ese odio se materializa, se hace concreto y cuesta vidas escriben un texto exculpatorio que les separe de la reacción más exacerbada. Son como un perro chico débil y ruidoso que marca la pieza, que ladra chillón provocando de manera insistente a su compañero más fiero y corre a esconderse en una esquina para observar cómo el grande de dientes afilados despedaza a la víctima. Siempre saben ponerse en el lado más seguro, próximos al poderoso y sirviendo a sus intereses.
No se engañen ustedes que me leen, estas posiciones no parten de un profundo convencimiento y de una ideología reaccionaria bien armada. Quienes deciden dejar que su teclado atienda a los intereses de la primavera reaccionaria lo hacen porque saben que es mucho más productivo en términos de rendimiento monetario servir a los poderosos con este trampantojo de cancelaciones imaginadas. Saben, porque son muy listos, que existe una manera de proceder en España que sí cuesta trabajos y tiene repercusiones laborales. Lo saben porque son muchos los compañeros que lo han sufrido, el último es Javier Ruiz, que decidió que su trabajo no iba a servir como cómplice de esta deriva de legitimación fascista de un partido que pone a editores de revistas satíricas dentro de una diana. Eso le ha costado su puesto.
Hay mucho dinero en juego, el asalto que hoy se dará en Telemadrid por parte de Ayuso y VOX sirve para que el pastel del dinero público se reparta solo entre unas pocas productoras que sirven a esos intereses de cancelación reaccionaria. Dinero y poder, de eso se trata. De laminar a quien pone más difícil el acceso al botín. Lleva tiempo dándose una cadena de sucesos que abrirá el cofre de la panoja en la cadena pública madrileña para las productoras amigas. Se lamina a Javier Ruíz y a todos esos periodistas que hacían más difícil tener los votos para una mayoría junto a VOX. Una vez conseguidos los votos la primera decisión del gobierno es quitar de su puesto al director general de Telemadrid para poner a uno que sea obediente y otorgue todos y cada uno de los programas a quienes han servido bien a la causa. Muchos millones de euros. Así se cancela en España, así se reparte el pastel.