TODO ESTÁ EN BOURDIEU
El cómico cobarde y la pendiente deslizante
"Cuando las ideas fascistas se extienden se comienza a entrar en una pendiente deslizante en la que se celebran y justifican comportamientos violentos como herramienta válida de acción política en las sociedades libres".
Un nazi es un nazi. No hay que perder demasiado tiempo en justificar que su comportamiento siempre será inmoral y violento. Un nazi, además, nunca tiene otra identidad diferente y complementaria a la de un nazi porque es el mal esencial, puro y decantado. Un nazi no es entrenador, bombero, enfermero o sobrino a la hora de actuar y por lo tanto valorar sus actos acorde con esas otras identidades es naturalizar una ideología criminal que tiene que ser erradicada como la enfermedad mortal y contagiosa que es. Ser nazi opaca y oculta cada una de esas otras identidades que todos tenemos porque serlo ennegrece el alma. Nunca, jamás, nadie puede ponerse del lado de un nazi y justificar su comportamiento acorde a esas otras identidades intentando no quedar manchado por acercarse a un nazi. Si lo haces, si justificas el comportamiento de un nazi sin importar lo que haya hecho, eres escoria igual.
Me da igual el cómico, porque he perdido cualquier tipo de consideración y lástima por el personaje, pero su actitud tiene consecuencias sobre gente que quiero, respeto y admiro. Hoy están más en peligro que ayer solo por la actitud infantil de un cómico que se puso a jugar al humor negro con un nazi sin ser consciente de que las consecuencias de sus actos no solo iban a repercutirle a él, sino a la gente que se enfrenta de manera frontal con el fascismo. Su gracia pone en peligro a mucha gente porque el compromiso antifascista no es un juego. Disculparse con un nazi que te ha agredido tiene consecuencias concretas para aquellos que nunca van a disculparse con ellos, los enfrentan, y son conscientes de que replegarse ante el fascismo es acercarse a la barbarie.
El cómico tendrá miedo, no lo discuto, y el miedo es libre, pero si alguien es timorato no acude a hacer bromitas a la foto de perfil de un nazi que ha colgado una foto con su hijo. Si se hubiera informado sobre los códigos de conducta de esta gente, no tomando el antifascismo como una identidad de Twitter, sabría que la concepción íntima del honor y el deber de protección de su familia de esta gente no dejaría pasar como una disputa más los comentarios del humorista. El cómico consideraba divertido buscar bronca con los perfiles de los nazis como si fuera un juego de la 'Play' ignorando a los compañeros que se han dejado la vida en las calles combatiendo a esta escoria. Si eres tan tonto como para creer que no va a tener consecuencias sobre tu seguridad hacerlo no tiene por qué importarnos que te lleves un par de hostias, pero defender que esa bofetada no quede impune no tiene que ver con un cómico gilipollas, sino con la seguridad de personas admirables que siempre han puesto su cuerpo contra el fascismo en las calles y no tienen miedo a hacerlo a pesar de ser conscientes del riesgo que entraña para su vida. Porque esas personas tienen un compromiso superior que busca hacer la vida de los más vulnerables un poco mejor sacando de las calles a esa basura inmunda. El cómico decidió ejercer su labor de esa manera, pero si consideras divertido hacer bromas con un nazi pones pie en pared asumiendo las consecuencias, porque hoy su cobardía tiene una repercusión directa en la seguridad de quien considera el antifascismo un deber moral superior y no una chanza en redes.
Lo más grave que ocurrió ayer no fue la hostia que se llevó el cómico, sino la justificación de que ese acto violento era aceptable. No importa lo que el cómica dijera o escribiera, da igual, cualquier comentario inapropiado se dirime en los tribunales. Si no te gusta le denuncias. Nunca, jamás, la violencia puede ser aceptada y tolerada para dirimir la indignación por un comentario, chiste, artículo, mensaje o palabra. Eso, algo básico que nos hace vivir en sociedad y no en un régimen de barbarie donde prime la ley del más fuerte, ha sido cuestionado por columnistas y medios de comunicación que se pretenden llamar a sí mismos profesionales. Juan Soto Ivars, que lleva tiempo haciendo de su trabajo una simple provocación inane, justificó que un chiste pueda ser combatido con un par de hostias en justa respuesta. No sé si es consciente el pelito lacio que él sería el primero en sufrir que ese tipo de comportamiento se generalizara por su manera de ejercer el columnismo. Estoy convencido de que existe una larga cola de damnificados que ejercerían lo que el plumilla defiende con mucho agrado si esa práctica se convirtiera en la manera adecuada de disolver las controversias. Porque si algo tiene el lenguaje es que siempre habrá al otro lado un receptor que considere que lo que escribe Soto Ivars se merece un par de hostias. Hace tiempo que sé que nunca cree en lo que dice y desde luego no defiende que eso sea práctica común porque es aun más temeroso que el cómico al que considera merecedor de la agresión. Así que seré yo para su propio bienestar el que defienda un mundo mejor en el que nadie merece ser agredido por expresar su opinión, escribir o contar un chiste desafortunado. Ni el cómico, ni el canallita que da la mano blanda.
Cuando las ideas fascistas se extienden se comienza a entrar en una pendiente deslizante en la que se celebran y justifican comportamientos violentos como herramienta válida de acción política en las sociedades libres. El nazi ya no es nazi y se convierte en un padre dolido y de repente se considera que un chiste infame de un cómico cobarde puede ser respondido con un par de hostias en su lugar de trabajo y que quede impune. Si alguien cree que estos hechos y justificaciones quedan colgados en el vacío y no vienen acompañados de otros actos mucho más violentos es que no han abierto un libro en su mierda de vida.