TODO ESTÁ EN BOURDIEU
La izquierda lepenista y la nostalgia de un ensueño
No hay nada más reaccionario y falsario que mitificar la nostalgia de los 70 y 80 y la vida de nuestros padres. Claro que tu vida es mejor que la de tus padres, porque tienes un colchón de estabilidad que te han dado ellos, a los que acudir cuando se rompe la red que tú te has tejido.
El mayor pecado de Unidas Podemos es uno del que se habla muy poco, haber dado espacio a Jorge Verstrynge como representante intelectual del partido en sus inicios dejando vía libre a su último intento de inculcar las ideas de la 'Nouvelle Droite' en España. Después de fracasar para instaurar el fascismo español en Alianza Popular esperó su momento y lo encontró por la amistad con Pablo Iglesias para valerse de un altavoz como portavoz oficioso y aprovechar cada minuto para inocular poco a poco las ideas reaccionarias contra la migración en parte de la izquierda. Verstrynge es listo y conoce muy bien las fronteras difusas que el pensamiento fascista tiene con la izquierda para crear una confusión ideológica que en tiempos líquidos es fácilmente asible por gente sin escrúpulos y despistados con ínfulas.
Hay una línea trazada, un hilo pardo que une a Alain de Benoist, Jorge Verstrynge, Hogar Social Madrid y Jorge Buxadé. Un bloque de pensamiento empeñado en continuar los adoradores del artículo-manifiesto que firmaron Anguita, Monereo e Illueca y que ellos mismos, excluyendo a Monereo, acabaron matizando al darse cuenta del peligro que suponía vincularse de manera tan directa a postulados próximos al neofascismo. Una corriente ideológica que encuentra su máxima expresión en la ardua e insistente tarea del frente anti-diversidad y del empeño de Daniel Bernabé por reducir al absurdo su propio trabajo ensayístico hasta convertirse en una caricatura que compró la perversión que se hacía de su mensaje en redes y que ahora, haciendo cuña en El Confidencial, busca explicarle a la izquierda institucional la necesidad de instaurar en España su marginalidad convertida en izquierda lepenista. "Travail, Famille, Patrie", el lema de la Francia colaboracionista de Vichy que firmaría cualquiera de los arriba indicados como núcleo fundamental de su corpus de pensamiento.
Así es su izquierda. Una izquierda tradicionalista que quiere contraponerse a la multicultural y que exige obviar las políticas de identidad para centrarse en lo material, pero que paradójicamente gasta su tiempo hasta lo obsesivo en nimios debates identitarios a los que nadie presta más atención que ellos. Porque no hay nadie que se fije más en las disputas culturales que aquellos que exigen medidas materiales hasta llegar a ridiculizar la importancia para las minorías de los avances en los derechos que igualan en ciudadanía a colectivos históricamente oprimidos. Una izquierda que exige un discurso obrerista que atienda a las mismas inquietudes que la extrema derecha pero sin capacidad para movilizar y capitalizar los beneficios de comprarle el marco a la ultraderecha. Una izquierda que apela únicamente a una clase obrera cada vez más atomizada pero jugando en el campo de batalla de la derecha radical. Un desastre estratégico absoluto que solo es válido cuando se mitifica un pasado de derrotas. Una izquierda que se postula como solución a la llegada de ultraderecha, cuando con sus ideas no haría falta que llegara.
El discurso de Ana Iris Simón ante Pedro Sánchez ha vuelto a poner en el debate público las frágiles fronteras que existen entre el nacional-sindicalismo y el progresismo y lo fácil que es colar un mensaje reaccionario que podría firmar cualquier carlista, falangista o lepenista apelando a la pureza que la izquierda debe defender. Están muy estudiados y teorizados los resquicios sobre los que se sustenta el discurso obrerista de la extrema derecha para cooptar el mensaje proteccionista de derechos de la izquierda como para que un mensaje tan simple y obvio pueda engañar. Ignoro si Ana Iris Simón es consciente de las implicaciones de su discurso o es simplemente víctima de él. No estoy aquí para juzgar sus intenciones, sino solo lo que implica su pensamiento porque es el que durante años han estado inoculando en el espacio europeo la 'Nouvelle Droite' y el gran filósofo francés, icono del Frente Nacional, Alain de Benoist.
Todo lo expuesto por Ana Iris Simón de forma condensada está en el 'Manifiesto por un renacimiento europeo', la obra fundacional de la extrema derecha lepenista firmada por Alain de Benoist y Charles Champeter que marca los principios teóricos del pensamiento que la izquierda tradicionalista está defendiendo. Un manifiesto que evalúa la inmigración como un fenómeno negativo que convierte al migrante en mercancía deslocalizable y se muestra a favor de políticas de restricción migratoria huyendo de la etiqueta de racista en favor de un antirracismo diferencialista contrario a la asimilación y la exclusión. Es decir, para de Benoist no existen razas superiores a otras pero cada una debe desarrollarse por separado en sus áreas de expresión territorial y cultural. En definitiva, no son racistas, son ordenados. El argumento tópico de la extrema derecha que dice no tener nada en contra de los inmigrantes pero quiere que se queden en su propio país. Es importante incidir en el tema de la inmigración porque es lo que a la izquierda le diferencia del Lepenismo. Si acoges sus postulados en esa materia ya estás en sus filas.
Ese es el problema fundamental del discurso de Ana Iris Simón y de quienes lo alaban. Tradición y revolución. Un discurso que apela a los valores de la familia, la natalidad, lo rural y bucólico, la nostalgia de un pasado idealizado exigiendo certidumbre, seguridad y orden pero excluyendo de los derechos del estado del bienestar a los migrantes puede ser muchas cosas pero nunca será progresista. No es solo conservador, es reaccionario. Lo es por cómo se presenta, por cuáles son los objetivos y cuáles son los obstáculos que impiden alcanzarlo. Un discurso de repliegue nacional, identitario y que busca cerrarse en sí mismo ante el abismo que le depara el futuro.
Casa, trabajo y seguridad. Es la máxima aspiración de la clase obrera. Todas la queremos. Pero de toda la clase obrera, sin exclusión. Lo que diferencia a una persona de izquierdas de un nazi de Bastión Frontal es considerar a un migrante de Senegal perceptor de pleno derecho de los mismos beneficios que una chica de Soria o un abuelo de Cáceres. No le den más vueltas, esa es la posición clave que marca la diferencia entre un marxista y un falangista. Si cuando hablas de inmigración no te fijas en dotar de seguridad laboral y estabilidad al temporero de Almería y pones el foco en que tendrían que quedarse en su país para pagar unas pensiones inexistentes en vez de las nuestras, estás culpando a la inmigración de que ese puesto de trabajo ocupado por un negro no sea de un joven de El Ejido. Porque la izquierda no ubica a cada raza en su país, se ocupa de que estén donde estén no les exploten y tengan dignidad y unos derechos humanos y laborales decentes. Claro que no hay que ver a los migrantes como divisas, sino como seres humanos sujetos de derechos. Si diferencias entre migrantes y nacionales no eres de izquierdas, solo un chovinista del estado del bienestar replicando el discurso de la 'Nouvelle Droite'; en vez de defenderlos quieres que no existan.
Exportar de fuera la natalidad en vez de importarla dentro, dijo Simón. Es que no hay que elegir, no importa de dónde sean los bebés nacidos porque no existe el derecho a tener descendencia. Mantener la pirámide de población con una base amplia con niños españoles de color blanco no es una medida de izquierdas, sino racista, por eso no importa de qué color sean los niños que llenan nuestras guarderías, que sí tienen que ser gratuitas sin importar de dónde sean los progenitores. El reemplazo demográfico es una teoría racista de la extrema derecha que la izquierda no solo no tiene que adoptar, sino que tiene que combatir como parte indispensable de su pensamiento.
Pagar las pensiones de sus padres o de sus abuelos es el argumento del ordenado que no se atreve a mostrar lo racista que es decidir cuál es el lugar de cada ciudadano. Los lepenistas, falangistas, carlistas y neofascistas pocas veces se atreven a explicitar que no quieren compartir espacio con negros, magrebíes o latinos por su raza, en su lugar argumentan que no hay recursos suficientes para todos y así tienen que desarrollar su propio país. No se le roba la mano de obra a quien no tiene obra, porque la manera que los migrantes tienen de pagarle el bienestar a su familia es con las remesas de divisas que consiguen en los países donde sí existe trabajo, porque ellos no tienen pensiones, y su manera de sobrevivir es compartir espacio y trabajo con nosotros. El mientras tanto. Si hay algo más indigno que robar la posibilidad a un migrante de venir a ganarse la vida a nuestro país para ayudar a su familia en el suyo es intentar vestirlo de obra de samaritano.
Es relevante el adanismo de algunos autores que quieren reinventar el pensamiento marxista hablando de los problemas de la diversidad sin mencionar a Claus Offe o de la familia sin partir de la obra de Friedrich Engels. La familia, claro que la familia es importante. Adoramos a las nuestras, en muchos casos son el único capital social de la clase trabajadora. Pero que la familia es un sujeto político causante de los mecanismos de opresión económicos, de clase y género está teorizado desde el siglo XIX. No hay nada más posmoderno que querer ocultar doscientos años de cultura y pensamiento y pretender convertirse en intelectual usando un mensaje natalista sin dotarlo de una reelaboración profunda del pensamiento reaccionario anclado en el concepto tradicional de familia. Pretender cambiar cientos de años de superestructura por desear muy fuerte tener un hijo y nostalgia de tu pueblo.
No hay nada más reaccionario y falsario que mitificar la nostalgia de los 70 y 80 y la vida de nuestros padres. La inmensa mayoría que tiene envidia de una estabilidad y certidumbres ficticias y ensoñadas basadas en un modelo de familia en el que el padre trabajaba de sol a sol para pagar las letras de una hipoteca mientras la madre no salía de casa pariendo, cuidando y limpiando para, como mucho, tener una semana de vacaciones en la costa no cambiaría un solo mes de su vida por la de sus padres. Gente que se gana la vida, mal, pero se la gana, escribiendo columnas y libros antes de los 30 considera que vive peor que sus padres porque no tiene hipoteca. Todos y cada uno de los logros de la vida que eres, de los viajes que tienes y de las fiestas que te das se deben a miles de renuncias de tus padres, madres, abuelos y abuelas.
Claro que tu vida es mejor que la de tus padres, porque tienes un colchón de estabilidad que te han dado ellos a los que acudir cuando se rompe la red que tú te has tejido. Ese es el privilegio que tus padres no tuvieron, la carrera que estudiaste a base de horas extras de tu padre y cuidados de tu madre es la que ahora te permite intelectualizar tu precariedad. Porque ellos lo fueron más aún, pero no tenían tiempo para pensarlo. Fuiste feliz y romantizaste la vida de tu infancia porque te construyeron un nido que no te dejó ver la vida de mierda que han tenido y que es mucho peor que la que te permite hablar en un foro de tanta representatividad. Si algo debes a tus padres es no idealizar su sacrificio diciendo que envidias lo que ellos jamás tuvieron. Una izquierda tradicionalista que exige volver a un pasado idílico inventado y le roba la memoria del sacrificio a su padre y a su madre nunca puede ser vanguardia.