TODO ESTÁ EN BOURDIEU

Una rave junto al campo de concentración

Una rave junto al campo de concentración | Reuters
  Madrid | 11/10/2023

"Los palestinos son un pueblo entrañable que merece toda nuestra defensa solo cuando asumen de manera pasiva el martirio de décadas de opresión de Israel, si mueren, si son masacrados, si se mantienen quietos en su campo de concentración merecen todo nuestro respeto...""

A solo tres kilómetros de la frontera del mayor campo de concentración de la historia contemporánea, que es Gaza, se estaba produciendo este sábado un festival de música por la paz. Lo sabemos porque fueron uno de los objetivos principales de los terroristas de Hamás cuando realizaron su incursión en Israel asesinando a muchos de sus participantes. El horror llegó a la fiesta y nadie merecía ese final porque, como dice la periodista israelí Amira Hass, el derramamiento de sangre no sabe de fronteras. Esa rave es una expresión grosera que define de manera precisa el conflicto entre Palestina e Israel. Una concreción inmoral que ayuda a comprender la relación de occidente con el sufrimiento del pueblo palestino. Una sociedad que asume con normalidad realizar una fiesta al lado de un campo de concentración es que ha metabolizado aquello que sufrió, la banalidad del mal.

La guerra es sucia, dura y cruel. Sobre todo, es injusta. Los terroristas de Hamás no preguntaron a quien asesinaron sus opiniones políticas, del mismo modo que un soldado israelí no discriminaría a Juan Soto Ivars por verle ese pelito si se cruzara con él en una calle de Gaza en medio de una redada. Sí, iba a darse cuenta de lo que iba a ser una cancelación de verdad, porque estos canallitas se creen que los defensores del orden y la seguridad no iban a sufrir la represión de las fuerzas del orden si les pillara alguna vez en la calle haciendo su trabajo. Se piensan que solo mueren bajo esas premisas los "buenistas" de izquierdas.

Israel comenzó un proceso de limpieza étnica en 1948 que dura hasta nuestros días. Lo que Ilan Pappe llama genocidio permanente. No hay una sola piedra, pueblo, villa o suceso que haya sucedido hoy y que no tenga su representación en un conflicto centenario para ayudar a comprender por qué una milicia como Hamás entra a realizar un ataque tan brutal como hizo el sábado. Una de las ciudades atacadas por Hamás fue Sederot, una ciudad de Israel que se encuentra a 1 km de la franja de Gaza. Esta ciudad antes fue una aldea palestina que sufrió el proceso de limpieza étnica en 1948. Donde ahora está la ciudad israelí de Sederot hubo un tiempo en el que estuvo la aldea palestina de Najd. Un pequeño asentamiento que la Brigada Negev arrasó en 1948 y de la que expulsó a sus 719 habitantes a los los campos de refugiados donde ahora se encuentra la Franja de Gaza. Uno de esos campos de refugiados es el de Jabalia, que ha sido bombardeado en represalia por las fuerzas aéreas de Israel, porque los campos de refugiados que surgieron de la limpieza étnica de 1948 ahora son ciudades bombardeadas por los mismos que los provocaron continuando ese proceso genocida.

Ese proceso de expulsión de los palestinos de multitud de aldeas que ahora ocupan colonias y pueblos israelíes es el que permite realizar una rave a tres kilómetros de la valla que separa Gaza de Israel. No solo hacen fiestas, en el kibutz de Kfar Azar, que fue uno de los arrasados por los terroristas de Hamás y de donde salió la noticia falsa de los 40 bebés decapitados, había una atracción turística para judíos de todo el mundo. Lo llamaban 'Gaza border experience' y en el espectáculo se llevaba a los turistas a hacerse fotos junto a la valla que mantiene encerrados en un campo de concentración a más de 2 millones de personas, incluso los llevaban a pasear en carritos de golf junto a los tanques que patrullan el área de exclusión manteniendo a los gazatíes entre la valla y el mar. Una experiencia completa.

Uno de los problemas fundamentales del conflicto es la humillación sistemática a la que Israel y una buena parte importante de su población, sobre todo los colonos, han sometido a los ciudadanos de Gaza y Cisjordania hasta convertirlo en un zoo y un espectáculo a donde llevar a sionistas de todo el mundo como si fuera un parque temático. Es normal tener esa apreciación del pueblo palestino cuando el ministro de Defensa Yoav Gallant avisó a la población civil de que los trataría como animales. Estos días hemos visto a analistas en España diciendo que el ataque terrorista de Hamás no se puede mirar como una parte más del conflicto, como si pudiéramos extirpar 50 años de ocupación, represión, asesinatos y crueldad para entender por qué unas milicias entran con parapentes desde Gaza a asesinar a todo aquel que se encuentran por su camino. Es una buena manera de limpiar sus conciencias para no reconocer que durante años han mirado para otro lado cuando Israel cometía crímenes de guerra contra la población civil y así evitar reconocer que tiene una concepción racista del dolor. Un niño israelí les duele, uno palestino es escoria desechable.

Es comprensible adoptar esta posición para poder vivir consigo mismo, lo entiendo, son los mismos que están defendiendo de manera radical el derecho de Ucrania a expulsar de su territorio al invasor ruso. Un derecho a la defensa que comparto y he defendido. Pero la hemiplegia moral que no se alcanza bien a comprender es aquella que impide aplicar ese mismo principio a la población palestina contra Israel. No se puede equiparar a Hamás con Palestina, dicen para lavar sus complejos, sin entender que Hamás es una expresión radicalizada de la humillación sistemática que Israel comete sobre Palestina. Los crímenes de guerra de Hamás son una creación sionista, lo son porque los niños gazatíes no tienen otra salida que resistir ante el invasor de cualquier modo posible, los violentos también, aunque no sean los únicos. Los palestinos también fueron masacrados en su marcha pacífica a la frontera en 2018. ¿Lo recuerdan? Nada, qué van a recordar.

Los palestinos son un pueblo entrañable que merece toda nuestra defensa solo cuando asumen de manera pasiva el martirio de décadas de opresión de Israel, si mueren, si son masacrados, si se mantienen quietos en su campo de concentración merecen todo nuestro respeto. No haremos nada por ellos, no levantaremos la voz contra Israel, no denunciaremos sus crímenes de guerra, pero les reconoceremos la legitimidad de su sufrimiento. Mientras sigan sufriendo. Pero si resisten, si se rebelan, si se atreven a devolver solo una parte ínfima del dolor que les causamos, entonces solo serán unos terroristas que merecen ser arrasados y aniquilados.