Todo está en Bourdieu
No trabajes, medra, arrástrate, sé Trevijano
Pedro González Trevijano sabe, sabía, que no había ninguna posibilidad de lograr la presidencia del Tribunal Constitucional pudiendo convertirse en el mayor experto en asuntos constitucionales de España. El único camino para lograrlo era ser una garrapata del PP.
La cultura del mérito en la derecha se basa en ser lo más reptil posible. Un siervo apocado y taimado útil para el partido y que este te garantice una carrera fructífera si le eres obediente. La meritocracia pepera consiste en arrastrarse ignorando cualquier atisbo de dignidad incluso cuando ya estás en edad de jubilación y no hay un puesto más alto al que puedas aspirar. Solo se entiende la sumisión babosa de Pedro Gonzalez Trevijano al PP si atendemos al hábito y la costumbre, no ha sabido hacer otra cosa en toda su carrera profesional y un hombre bien disciplinado en el medro nunca pone en cuestión la orden de quien le ha asegurado la carrera. Está bien adiestrado. Buen juez, Pedro. Toma tu recompensa. Descansa, Pedro. Has sido bueno.
Trevijano se fraguó su puesto en el Tribunal Constitucional facilitando una estructura en la Universidad Rey Juan Carlos que le garantizara carreras y títulos falsos a Pablo Casado y a Cristina Cifuentes. No se consigue ascender en la derecha patria sin hacer favores a quien te los hará. Es una estructura de favores para el medro. Nunca importa el mérito, la capacidad y el talento, solo haber sido un peón al servicio de la causa del privilegio. Eso te garantiza un puesto, puede que el más alto, pero siendo consciente de que el partido un día acudirá a ti y tendrás que despojarte de toda credibilidad para pagar los servicios prestados. En cierto modo funciona como los usos mafiosos: te ascienden, te colocan en los puestos de dirección, sabiendo que algún día, puede que muchos, o puede que ninguno, acudirán a ti y tendrás que ponerte al servicio de la familia sin pensar ni divagar.
Pedro González Trevijano sabe, sabía, que no había ninguna posibilidad de lograr la presidencia del Tribunal Constitucional estudiando, haciendo méritos y pudiendo convertirse en el mayor experto en asuntos constitucionales de España. No importa si lo hubiera llegado a ser, que no es el caso, pero sabía y era consciente de que el único camino para lograrlo era ser una garrapata del PP. Personajes de la talla moral del presidente del Tribunal Constitucional no tienen ningún problema en tirar por las cloacas toda su obra académica con tal de ser un ejemplo de servidumbre. Es su manera de ser, su manera de estar en el mundo, arrastrarse sin pudor cuando el partido, al que sirve como a su dios, le pide pleitesía. Esclavo orgulloso de quien le facilitó todo lo que es.
El sumiso Trevijano escribió un ensayo curioso que se entiende mirando cómo se fraguó su carrera profesional. El título es El dedo de Dios, la mano del hombre. En él analiza la imagen del dedo de Dios en el imaginario artístico cristiano y todas las facetas que tiene, el dedo de gracia, el dedo del derecho, el dedo docente, etc. Es comprensible que un hombre como Trevijano, que todo lo debe a la concesión digital de un ser dador superior, el partido, le haya dedicado un ensayo entero al poder que tiene un dedo cuando te señala. Todo está en los libros, incluso en los que no lee nadie. Freud estaría orgulloso de la obra de Trevijano sobre el poder concesor del dedo.