MALA VIDA

La insoportable sexualidad de Rosa Peral

"La nube de morbo sexual inflada y abonada durante meses entorno a la figura de la acusada, Rosa Peral, ha contaminado, incluso, lo que debería ser especialmente aséptico e inmune: el proceso judicial"...

Ayer, leí en Facebook a un prestigioso psicoanalista que venía a decir que "los hombres homófobos, esconden, detrás de su discurso, sus propias tendencias y proclividades homosexuales". Y me pregunto yo, como aquel que no quiere la cosa, ¿aquellos que subliman o satanizan a una mujer por la elocuencia y proyección de sus encantos son, quizá, frustrados-as o envidiosos- as?

No está en mi ánimo descalificar a nadie, pero empieza a resultar bochornoso constatar prácticamente día si y día también como, durante el juicio por el caso de la Guardia Urbana, la nube de morbo sexual inflada y abonada durante meses entorno a la figura de la acusada, Rosa Peral, ha contaminado, incluso, lo que debería ser especialmente aséptico e inmune: el proceso judicial.

Va a resultar ahora que es relevante la cantidad o calidad de la relaciones sexuales de cada cual a la hora de situarlo en un lugar u otro de la parrilla de la imputación. Tremendo.

Las preguntas del fiscal

El fiscal del caso, derrocha amabilidad. Incluso la derrocha con los policías a los que interroga y a quienes pide disculpas y condescendencia: "por el mal trago que van a pasar, intentaré ser rápido"; dice, antes de preguntarles, como si los agentes no estuvieran acostumbrados a prestar declaración en un juicio. Ese fiscal, de formas educadas, acaso almibaradas, sin embargo y quizá sorprendido por la rotundidad y solvencia con las que, por ejemplo, la testigo Tania (una exreclusa que compartió cárcel con Rosa Peral y las supuestas "contratadoras de sicarios", Ányuli y Jennifer) explicó la exquisita conducta de Peral en el talego, va y le pregunta, "¿Usted, señora Tania, y Rosa han mantenido relaciones sexuales?" ¿¡Perdón!?

Pero si no teníamos bastante con una, lo repitió con la tal Ányuli, una desmemoriada reclusa, amiguita del cocinero de la cárcel que avisó a Rubén, exmarido de Rosa, de que ésta quería contratar a un sicario para matarlo. A Ányuli, el fiscal le preguntó lo mismo. Simplemente extraordinario.

¿Qué se esta juzgando?

Ambas lo negaron. Pero —y digo yo—, de haber sido cierto, ¿qué?

Mas allá de enturbiar, confundir o, en definitiva, llamar la atención del jurado, ¿qué importancia tiene eso para el esclarecimiento de las indagaciones? ¿Qué importancia tiene, mas allá de echar estiércol sobre la imagen de la acusada, cuando lo que hay que echar sobre ella (y sobre él) son pruebas que justifiquen una acusación y, en consecuencia, una sentencia?

La acusada por todo

Rosa Peral huele a sexo, a carnaza para un determinado sector de la prensa, incluida aquella liderada por mujeres cuyo discurso relativo a la vida y milagros de la acusada es, cuanto menos, tan machista y cruel como el de los que postulan y luchan por derogar la ley de Violencia de Género. Las asociaciones feministas, como si oyeran llover.

"Rosa me dijo que Pedro follaba mejor, Albert", dijo una testigo. ¡Que guay! Otra testigo, cuya foto desnuda aparece en el móvil y el ordenador de Rubén (el marido de Peral), declaró, en relación a la participación de Rosa en intercambios de parejas, que "algo se oyó". Otro testigo, por lo que se intuye, más frustrado que envidioso, reconoció que le envió a Peral fotos eróticas y, contra lo titulado por ese sector carroñero de la prensa, reconoció a continuación que ella no le mandó foto alguna a él.

Justicia ciega, jurado atento

Me pregunto si la Justicia, que debe de ser ciega para no estar contaminada y, en consecuencia, ser justa, no debería proteger al Jurado de ese tipo de niebla latente y ácida que empaña aquello de lo que verdaderamente se ha venido a hablar en este juicio: ¿Albert, Rosa o los dos, mataron a Pedro? Como dijo el fiscal con brillantez, "porque, claro, Pedro no se asesinó a si mismo y se quemó después".

Ni sé ni debo saber ni estoy cualificado para, ni tan siquiera, sugerir culpabilidades o inocencias. Para eso están las leyes y los tribunales. Pero como periodista, sí me veo en la obligación de inquirir que la Justicia identifique y acredite si uno, otra o los dos lo hicieron, y que paguen por ello, pero no por lo que a algunos les gustaría que hubieran hecho y así poder dar pábulo a una realidad virtual y mediáticamente rentable.

Tras este juicio, acabe como acabe, el discurso emancipador de la mujer, que tanto ha costado levantar, sufrirá un bofetón.

laSexta/ El Muro/ Carlos Quílez