MALA VIDA
El inventor de la mercromina que intentó matar a Franco
"Serrallach (el inventor de la mercromina) construyó la bomba con la que un grupo de falangistas harían volar por los aires al futuro caudillo"...
La historia de José Antonio Serrallach es, sin duda, una historia de película. En pocos personajes se han dado, al mismo tiempo, tantas circunstancias extraordinarias, tantas vivencias imposibles y tantos avatares increíbles.
Serrallach nació en 1902 en Barcelona y, en 1920, su acomodada familia lo envió a New York a estudiar la carrera de químicas en la universidad de aquel estado. Superó dichos estudios con las mejores notas de la promoción. Allá por los años 30, el joven Serrallach recaló en Berlín donde cursó nuevos estudios universitarios y obtuvo el doctorado en dos carreras relacionadas con la química y la física. De nuevo, Cum Laude.
Alemania le marcó
Berlín, por entonces, era un hervidero. Alemania, humillada tras la primera Guerra Mundial, encontraba en el caldo de cultivo del nazismo un agarradero de autoafirmación nacional, orgullo y venganza. El partido nazi cautivó a aquel joven científico español que, con la cabeza y el corazón empapados de aquellos principios de exultación patriótica regresó a Barcelona. Empezaba la Guerra Civil y aquel erudito científico tomó el carnet de la Falange y se alistó en la llamada Centuria Catalana Virgen de Montserrat (dirigido por el oficial alemán Von Harman) que luchó del lado franquista y que aglutinaba a soldados voluntarios, pertenecientes, muchos de ellos, a acomodadas familias de la burguesía catalana.
Falangista y doble agente
A ojos del Régimen, cuando Serrallach regresó del frente fue considerado un héroe. Pero, el estado de las cosas cambiaba por momentos y la precepción que de ellas tenía Serrallach, también. José Antonio Primo de Rivera había sido fusilado y fue Manuel Hedilla quien cogió el timón de la Falange, partido del que Franco trataba de desmarcarse para marcar perfil propio. Serrallach, pasó a ser el lugarteniente de Hedilla y ambos no escondieron el divorcio absoluto con la rama militar del movimiento que encabezaba el general. Antes de acabar aquel año 37, ambos fueron detenidos por conspiración para asesinar a Franco.
Serrallach construyó la bomba con la que un grupo de falangistas harían volar por los aires al futuro caudillo. Los servicios de inteligencia de Franco detectaron el complot, impidieron el atentado y los pusieron a disposición del juzgado militar. Juicio y pena de muerte.
A punto de ir al paredón, el teléfono de Franco recibió una llamada de Alemania. Dicen que fue el propio Hitler quien le pidió al general que conmutara la pena de muerte de Serrallach con quien el Tercer Reich mantenía una estrecha relación. (¿Sabía Hitler de las intenciones de Serrallach para acabar con la vida de Franco? ¿Lo sabía y lo permitió? ¿Quizá… lo propuso? ¿Era José Antonio Serrallach un contra-espía nazi en las filas nacionales?)
Química por política
Franco accedió y al cabo de tres años indultó a Serrallach quien, de nuevo en Barcelona, desarrolló una pequeña empresa química farmacéutica. Allí en aquel pequeño laboratorio, el eminente Serrallach inventó la mercromina, una medicamento con el que se hizo rico. El químico, con la ayuda de su esposa - la multimillonaria colombiana Monserrat Carulla Soler -, impulsó la empresa Lainco, haciendo de ese laboratorio farmacéutico (más tarde especializado en productos de fumigación) uno de los referentes mundiales del sector.
Tras su muerte (1987), el imperio empresarial de Serrallach pasó a unos directivos en aplicación de un precepto del derecho civil catalán que se conoce como es la "herencia de confianza". Serrallach dejó claro en vida que le cedía el negocio a unos directivos hasta que alguno de sus hijos, suficientemente capacitado, se hiciera con el control de la compañía. Pero ese trasvase de titularidad se ha demorado hasta hoy.
Los hijos, eminentes científicos, doctorados en universidades de medio mundo, han pugnado por recuperar lo que es suyo y, finalmente, tras años de contencioso judicial y gracias al trabajo tenaz e impecable del letrado Jos Prado, el TSJC les ha dado la razón y ha devuelto el imperio empresarial del inventor de la mercromina a sus hijos. Una sentencia (tumbar una "herencia de confianza" es dificilísimo en términos jurídicos) de las que solo se conoce en la historia judicial española dos precedentes.
Serrallach, que vivió una vida de película, ahora ya puede descansar en paz.