La vida al pil-pil
Vacunas y regidores
Nuestro alcalde ve el cielo abierto. Coge del brazo a su mujer y enfila al médico. "Oiga buen hombre, que no se pierdan estás maravillas de la ciencia moderna. Aquí tiene usted dos voluntarios para frenar a la pandemia..."
Aquella mañana, Don Rufo Ganguero Morro, alcalde de Villasufrida de la Alameda, se levantó radiante y lleno de optimismo. El día anterior la Consejería de Sanidad le había confirmado que esa misma mañana pasarían por la residencia municipal para aplicar a los veteranos del pueblo la primera dosis contra la COVID.
Al fin una buena noticia en un año tan duro. Complicado no por tanto cierre por la pandemia, él iba a cobrar igual a fin de mes, sino por la suspensión de los partidos de su querido CF Alamedano, líder de segunda B y con un flamante campo de hierba natural recién estrenado dotado de palco de autoridades con surtido mueble bar. Todo ello levantado por su cuñado con un ligero sobrecoste del 40%. ¡Cuántos buenos negocios cerrados en ese palco! Suelos agrícolas que pasan a urbanos en horas, el humedal protegido menguado para dar cabida al campo de golf o ese museo del vino que le arrancaron a la diputación, aún sin dotación ni contenido, pero que le permitió colocar a la empresa del primo Ramiro sin concurso. ¡Qué gran jugada!
Si el año pasado había sido malo era por los malditos plumillas del periódico provincial, 'El Avizor', que habían metido la nariz en la ampliación de su restaurante sobre un terreno público reservado para ampliar el colegio público. ¡Hombre por favor! ¡Que los chavales tienen todo el campo para correr! ¿Qué necesidad hay de levantarles un polideportivo? En sus tiempos, con tirar piedras a los pájaros ya había suficiente para mantener el tono muscular.
Lo cierto es que el maestro del pueblo se chivó a un periodista amigo y aquello le llevó a las páginas de 'regional' con un artículo a cuatro columnas y foto de su establecimiento, 'El cochinillo feliz', en plena obra de ampliación del párking. Al final tuvo que levantar el pavimento echado y devolverle al Estado ese solar infrautilizado con los mocosos que no pueden pagarse el colegio de las Ursulinas, donde la gente de bien del pueblo lleva a sus mozos. Un asco todo. Eso sí, dos llamadas a la sede regional del partido y ese maestrillo no vuelve al pueblo. ¡Por frenar el progreso!
Pero hoy todo va a cambiar. Viene la vacuna al pueblo y Don Rufo, como regidor responsable, acudirá a la residencia 'El Amanecer' para supervisar la operación y de paso saludar a los residentes. Faltan dos meses para las municipales y esa gente tiene poca memoria.
Tras recorrer los 600 metros que separan su chalet de la residencia en el coche oficial conseguido a precio de ganga en el concesionario de su hermano Dionisio, el alcalde y su señora hacen entrada triunfal en la residencia. Allí están ya los médicos del hospital provincial dale que te pego con los ancestros, entre jeringas, viales y algodones empapados en alcohol.
Don Rufo es un tipo extrovertido y locuaz con bromas para cada anciano. Su entrada llena la deprimente institución de acogida con su proverbial alegría. Evita eso sí al responsable de la residencia, tan cansino con sus inoportunas reivindicaciones sobre el estado del tejado o la dudosa calidad del catering que llega desde 'El cochinillo feliz' a precio de estrella Michelín.
Tras posar junto al primer residente inmunizado para la portada de 'El Zalamero' (Es la revista local. 'El Avizor' no ha sido invitado) Don Rufo se presta a marchar con la misma velocidad de su llegada cuando escucha una voz en la distancia. "Pues sobran dosis. Estos viales traen vacunas de más". Música para los oídos del regidor, que añora las partidas de mus con sus concejales en el casino del pueblo.
"Los residentes y trabajadores están vacunados. ¿Hay algún octogenario que resida cerca para aprovechar las dosis?" Pregunta impertinente el galeno. Y lo cierto es que viven ancianos cerca. El pueblo tiene una media de edad de 55 años con un 40% de gente mayor de 65. De hecho, Higinio y su mujer, de 87 y 85 años respectivamente, viven frente a la residencia, pero tienen menos vida social que un santo de madera. No la iban a aprovechar, piensa Don Rufo, siempre pragmático. Nuestro alcalde ve el cielo abierto. Coge del brazo a su mujer y enfila al médico. "Oiga buen hombre, que no se pierdan estás maravillas de la ciencia moderna. Aquí tiene usted dos voluntarios para frenar a la pandemia".
El practicante duda. El alcalde y su mujer no superan los cuarenta y parecen sanos como las famosas manzanas locales. "No lo hago por mí. Dios me libre. -ataca el regidor ante las dudas del médico- Pero este pueblo es temeroso con estos inyectables. Si ven que su alcalde se vacuna, seré ese ejemplo que necesitan para conseguir la inmunidad de rebaño. Además, como máxima autoridad del pueblo tengo contacto diario con personas vulnerables. Antes de desaprovechar esa dosis, mejor evitar con ella que me convierta en vector de propagación. Es mi deber constituirme en ejemplo contra la pandemia. Símbolo de la unidad de acción. Rompeolas del negacionismo"
"Aún sobrarían tres dosis. Dos por vial" comenta el practicante perplejo y acuciado por la urgencia de dar destino a unas vacunas que caducan. "Mi señora una, que colabora con la parroquia y por ahí pasa mucho anciano. El resto para mi concejal de urbanismo. Es joven y Lozano, pero muy estresado. A ver si la hipertensión me lo va a lanzar en brazos de la miasma".
Al día siguiente nuestro alcalde volvía a ocupar las páginas de 'El Avizor'. Esta vez a todo color y en portada. En su despacho, bajo una talla en madera de la virgen local y escoltado por las banderas de España y la UE, Don Rufo zanjaba las impertinencias de la prensa con un titular, que al menos en su cabeza, sonaba a verdad revelada: "Frente a tanta insidia solo pondré de manifiesto que personal y residentes se han vacunado. Yo no soy importante. Sólo aproveché lo que de otro modo iba a la basura. Mi labor es dar seguridad y confianza a mis vecinos".