MALAMADRE JEFA AL HABLA
"A ver si se enteran de que no soy madre ni ná"
"Y así me desperté anoche, desconcertada y con el miedo en el cuerpo. Era una pesadilla, sí, a esas horas no podía ser otra cosa y ya os digo que no sueño. UNA PESADILLA, en mayúsculas. Había sido víctima de un bulo en redes sociales"...
Anoche me desperté sudando a las 3 de la mañana.
El colmo de una Malamadre es despertarse a media noche motu propio y no porque la niña intensa, como cada noche, se persone cual niña maceta al lado de tu cama, echando su respiración en tu cara, sin intención de irse, clavando su mirada en tu maltrecho cuerpo, hasta que sientes su presencia fantasmal y te despiertas con un sobresalto nivel 'Stranger Things'. En ese momento serías capaz de coger la puerta y huir en pijama de franela sin mirar atrás si no fuera porque es la niña de tus ojos y la quieres hasta el infinito y más allá. Quede dicho esto último siempre por delante, no vaya a ser que a estas alturas me tachen ustedes de "mala madre".
El caso es que anoche, la niña intensa durmió como una bendita y claro mi cuerpo no está preparado para dormir del tirón, así que a cierta hora ya se busca él las excusas para vivir una noche movida. Creo que hacía años que no dormía tan profundamente. Yo creo que las madres tenemos un duerme vela continuo, con el sensor de madre que se activa al mínimo movimiento o vocecilla en mitad de la noche gritando: "mamá", "papá", "pipí", "agua"… Y eso nos impide soñar. ¡Con lo bonito que es soñar y despertarte diciendo: "ay, me gustaba más mi vida en sueños que la realidad"! Pero oye, desde que soy madre ya no sueño con que Ryan Gosling me lleva a tomar un helado a la playa, ¿habré perdido mi sex-appeal con la maternidad?
El caso es que me desperté desconcertada, como cuando hace unas semanas nos fuimos de puente en formato "happy family" y la primera noche me despertó la buenahija a las 6 de la mañana susurrándome al oído izquierdo: "mamá, ¿es de día?". En ese momento no sabía dónde estaba ni quién era esa niña que me hablaba. No sabía si estaba en mi casa, en Massachusetts o en un búnker. Y así me desperté anoche, desconcertada y con el miedo en el cuerpo. Era una pesadilla, sí, a esas horas no podía ser otra cosa y ya os digo que no sueño. UNA PESADILLA, en mayúsculas. Había sido víctima de un bulo en redes sociales. El mayor bulo jamás contado, más fuerte que cuando Ricky Martín fue descubierto en "Sorpresa Sorpresa". ¡Qué tiempos aquellos! Se me acusaba en Twitter de no ser madre. ¿Os imagináis? ¿Hay peor bulo que pueda sufrir la Malamadre jefa de España? Yo creo que no…
Cuando empecé a ver el acoso que sufría por lo ancho y largo de Twitter e Instagram, los cientos de Whatsapp que me llegaban y mensajes directos, empecé a gritar enajenada, pensando "¿qué sentido tenía todo esto?". Me fui corriendo al cuarto de mis hijas a abrazarlas, buscando consuelo. Pero ellas no estaban allí. Después busqué al buenpadre y él tampoco estaba. Mi madre no cogía el teléfono. Mi casa era mi casa, pero no era la casa de una madre, era la casa de una no madre, soltera. Empecé a observarla e incluso tuve un momento de satisfacción, me puse un té, abrí un libro, disfrutando del silencio y la soledad por unos minutos. Pero la angustia empezó a invadirme cuando entré en el carrete de fotos del móvil y no encontraba ni uno de las miles de vídeos de mis buenashijas comiendo, cantando, bailando, en la playa, en el campo, en el circo, en el parque. ¡Qué horror!
En ese momento me desperté… Sudando… Miré a mi izquierda y ahí yacía inerte el cuerpo del buenpadre, incapaz de despertarse aunque cayese una bomba dentro del dormitorio. Me acerqué al dormitorio de las niñas y allí estaban, no entré, no fuera a ser que se despertaran y me retiré a mi humilde morada cual ninja desorientada. No volví a quedarme dormida. Porque por supuesto esta pesadilla me estaba queriendo decir algo. Algo que vivimos a diario en redes sociales todos los que somos tachados sin escrúpulos de "influencers", "prescriptores", "instagrammers" o "gente de la farándula digital", como si nunca hubiéramos tenido una vida ajena o propia y sobre todo corazón detrás de la imagen que damos en redes.
Me cabrea infinito cuando un seguidor o seguidora presupone cosas de tu vida sin conocerte, cuando tergiversa tus palabras o las hace suyas para destruirlas. Me genera impotencia este mundo 2.0 documentado hasta el fin de tus días, esos seguidores/as que tiran de hemeroteca para recordarte que un día dijiste que no te gustaba el brócoli, que nunca vestirías a las niñas igual o que nunca le darías una galleta de chocolate. Y te lo espetan, como un delito, como esperando pillarte lenta de reflejos o en horas bajas y buscando que ese comentario por fin te haga saltar sin pensar, rebatir porque sí, porque eres persona, y entrar en conflicto y ya para qué queremos más. Porque tú, como "influencer de bien" debes callar, contestar diplomáticamente, invitarle a entenderte o tomarse un café contigo, no vaya a ser que le digas que no tiene ni pajolera idea y encima te tachen de "influencer venida a más". Cada día desconozco más las normas del buen vivir en esto del Internet y me preocupa ver a compañeros y compañeras de la red sufriendo esos comentarios, mensajes, mentiras y ataques, así que me agarro a la séptima enmienda, que me invento en este mismo momento que escribo, para dejar claro que "soy incoherente por naturaleza, que las palabas que escribo son mías, que siempre intento hacerlo con amor, empatía, sin hacer daño a nadie y que si lo hacen quizás sea porque esa persona está leyendo mucho más allá de lo que yo quise expresar". A ver si me van a pillar un día en un renuncio y se enteran de que no soy madre ni "ná".
¡A soñar bonito!