Cargando...

TRABAJOS SUCIOS

Fuegos artificiales

"La actriz principal, Ana Julia Quezada, no defraudó el día del estreno: muy lejos de la última imagen que teníamos de ella, se presentó perfectamente peinada, bien vestida y, cuando llegó su turno de palabra, compungida, llorosa, arrepentida y hasta esbozando una media sonrisa cuando evocaba a Gabriel y los batidos de galletas Oreo que le preparaba..."

Ana Julia Quezada en el juicio por el crimen de Gabriel | EFE
Manuel Marlasca
  Madrid | 15/09/2019

Un juicio con jurado es lo más parecido a un teatro que hay en la administración de Justicia. La sala se convierte en un escenario en el que cada uno de los actores tiene que dar lo mejor de sí mismo ante el público, los nueve componentes del jurado. Si, además de jurado, el juicio cuenta con el foco mediático, la puesta en escena está asegurada.

La vista por el asesinato de Gabriel Cruz no es una excepción. De hecho, es un ejemplo perfecto de esta teatralización de la justicia. Siete mujeres y dos hombres –el jurado- llevan cinco sesiones asistiendo a esta representación.

La actriz principal, Ana Julia Quezada, no defraudó el día del estreno: muy lejos de la última imagen que teníamos de ella, se presentó perfectamente peinada, bien vestida y, cuando llegó su turno de palabra, compungida, llorosa, arrepentida y hasta esbozando una media sonrisa cuando evocaba a Gabriel y los batidos de galletas Oreo que le preparaba.

El resto de actores también se han mantenido a buen nivel: Francisco Torres, el acusador particular, de porte y voz propios de la era dorada del cine negro de Hollywood, no ahorró expresiones ni gestos gruesos en su informe inicial.

Desde el primer minuto, quiere dejar bien claro al jurado que él va sobrado, que la procesada es tan malvada que hasta su papel de acusador debería estar de más. La fiscal, Elena Fernández, aséptica y muy en su rol de defensora de la legalidad, interroga procurando no incomodar a nadie, casi pidiendo permiso para requerir una respuesta, haciendo eternos soliloquios.

El abogado de Ana Julia, Esteban Hernández, le habló al jurado en su informe inicial de su papel de defensor y le insistió varias veces en que debían sustraerse de todo lo oído y visto sobre el caso y centrarse en lo que ocurre en la sala.

Pese a ello, hasta el momento, sus preguntas a los testigos han sido casi trámites y sus momentos estelares, los enfrentamientos que ha mantenido con Alejandra Dodero, la presidenta del tribunal, empeñada en darle al letrado motivos de protesta.

Hasta Susana, la oficial de sala,tiene un papel de secundaria con momentos de protagonismo. Ella es la encargada de enseñar a los testigos las pruebas de convicción –hacha, pala, rastrillo…- y se ha convertido en inesperado centro del foco mediático, sin pretenderlo.

En las cinco primeras sesiones de juicio, tan solo ha habido lugar para este teatro y para los fuegos de artificio que disparan todas las partes del procedimiento.

Lo que debe decidir el jurado no es si Ana Julia es mejor o peor persona; o si se aprovecha más o menos de los hombres; o si sufrió mucho o poco al llegar a España desde su país de origen; ni siquiera si Gabriel la insultaba a o no… Lo que el jurado debe decidir es si Ana Julia mató de forma premeditada al hijo de su pareja –lo que la llevaría a una prisión permanente- o si la muerte del pequeño fue fruto de un accidente –y su condena quedaría en tres años de cárcel-. Y para ello tendrán que ver y escuchar a unas inesperadas estrellas: los médicos.

Ellos hablarán de la mecánica de la muerte de Gabriel y de las huellas que de ella quedaron en su cuerpo. Fiscal, acusación particular y defensa saben que ese día la ciencia fulminará a los fuegos artificiales.