TRABAJOS SUCIOS

La imagen que falta

"Pese a la dimensión de la tragedia y a lo grueso de los números, es un drama silente, una catástrofe con sordina, que solo retumba en las familias que han perdido a uno de los suyos. No hay una foto ni una imagen que sirva para representar fielmente la hecatombe que está viviendo nuestro país..."

Imágenes icónicas de la historia | Archivo
Manuel Marlasca
  Madrid | 06/04/2020

La foto de Kim Phuc, una niña de nueve años que en 1972 huye desnuda de un bombardeo survietnamita, enseñó al mundo los horrores de la guerra de Vietnam. El planeta entero se dio cuenta de la magnitud de la hambruna y la sequía que arrasaron África en 1993 cuando Kevin Carter fotografió en un rincón de Sudán a un niño moribundo, acechado por un buitre. El cadáver de Aylan, desmadejado, en una playa turca, despertó las conciencias que aún seguían dormidas en 2015 sin enterarse del drama humanitario que vivía Siria. Yana, una niña hondureña que llora desconsolada, mientras un policía tejano cachea a su madre en la frontera entre México y Estados Unidos en 2018, es la mayor bofetada a las tropelías disfrazadas de política migratoria de la administración Trump. A la hora de escribir estas líneas, casi 12.000 personas han muerto en España a causa del coronavirus, pero, pese a la dimensión de la tragedia y a lo grueso de los números, es un drama silente, una catástrofe con sordina, que solo retumba en las familias que han perdido a uno de los suyos. No hay una foto ni una imagen que sirva para representar fielmente la hecatombe que está viviendo nuestro país.

En los últimos días, el balance de víctimas mortales es aterrador: más de ochocientas, más de novecientas… Víctimas invisibles, salvo para los suyos. Al morir, se han transformado en meros guarismos, en cifras de cuadros y gráficos, sin que nadie se ocupe de contar la huella que dejaron a su paso por la vida. Vivimos nuestro confinamiento hiperconectados, al tanto de la evolución de las curvas y de la llegada de los picos, pero aún no hemos logrado ver la imagen que abofetee a quienes corresponda la responsabilidad de este drama.

Al morir, se han transformado en meros guarismos, en cifras de cuadros y gráficos, sin que nadie se ocupe de contar la huella que dejaron a su paso por la vida

Los periodistas contamos las gestas de los héroes que trabajan en los hospitales, la entrega de nuestras fuerzas de seguridad y de nuestras fuerzas armadas, los aplausos solidarios en los balcones y la dedicación de los que logran mantener el país en marcha. Y contamos cómo los soldados acuden a residencias de mayores a extraer media docena de cadáveres, cómo en Madrid no caben más muertos, por muchas morgues que se sigan creando, cómo las exequias fúnebres se celebran en la sombra y por la vía rápida… Pero, pese a ello, las imágenes que nos llegan son más propias de una producción hollywoodiense de ciencia ficción que del hoy y el ahora: médicos, policías y soldados envueltos en equipos de protección personal. Como si esos trajes preservasen también al público de la tragedia que estamos viviendo. Ni siquiera hemos visto a familias dolientes, llantos por las pérdidas, el dolor que acompaña a todo desastre. Vivimos un drama tan aséptico como un quirófano recién desinfectado.

Y aún hay muchos ciudadanos –la mayoría– que no son conscientes de la enormidad de lo que está ocurriendo. El marketing político se encarga de endulzar la catástrofe y a la crisis del coronavirus le falta un Aylan, una Yana, una Kim o uno de nuestros mayores. Pónganle ustedes el nombre.