TRABAJOS SUCIOS
A puerta cerrada
"La familia de Gabriel Cruz pretendía que todo el juicio contra Ana Julia Quezada –para la que se solicitaba la máxima pena prevista en nuestro Código Penal- fuese a puerta cerrada, completamente en la sombra: sin público ni prensa"...
Hace más de treinta años, el Tribunal Constitucional dejó claro en una sentencia que la Justicia no se podía impartir en la sombra: lo que ocurre en un juicio debe llegar hasta la sociedad a través de los periodistas. Nuestro máximo tribunal dijo en 1987 que la publicidad de los procesos penales lograba una doble finalidad: por un lado, proteger a las partes (acusadores y defensores) de una justicia no sometida al control público y, por otro, mantener la confianza de la comunidad en los tribunales. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos también ha reiterado que este principio de transparencia en los juicios es una de las bases de la legitimidad de la administración de justicia. Se trata, en resumen, de que los ciudadanos puedan comprobar cómo funciona su Estado de Derecho. El manido "luz y taquígrafos" para los palacios de Justicia.
Este principio de publicidad no es absoluto y no hay nada reglamentado al respecto. Hay excepciones que nacen del sentido común: solo el jurado y las partes pudieron ver las fotografías que Patrick Nogueira se hizo con los cadáveres de sus cuatro víctimas y que envió a su amigo Marvin por Whatsapp. Otras tienen que ver con la seguridad de algunos testigos protegidos, que declaran con todas las prevenciones posibles.
La familia de Gabriel Cruz pretendía que todo el juicio contra Ana Julia Quezada –para la que se solicitaba la máxima pena prevista en nuestro Código Penal- fuese a puerta cerrada, completamente en la sombra: sin público ni prensa. Finalmente, el tribunal accedió a que los familiares directos de Gabriel declarasen a puerta cerrada, para evitar la multiplicación del dolor que arrastraban desde el asesinato del pequeño, una decisión comprensible. Menos comprensible es que la Audiencia de Almería autorizase que la sesión correspondiente a los peritos médicos también fuese a puerta cerrada. Esos testimonios iban a ser –y así ha sido- la base sobre la que se fundamentaría el veredicto del jurado y, por tanto, la condena para la procesada. El respeto a la intimidad de la familia de la víctima chocaba en este caso con el indudable interés de esos informes pericialesy con la trascendencia de esa prueba, que se practicó en la sombra, aunque luego fue recogida en los informes finales de los partes. Precisamente, Francisco Torres, el abogado de los padres de Gabriel, fue el que aportó más detalles de lo dicho por los médicos. Para sostener que Ana Julia mató al pequeño con ensañamiento tenía que justificar que el crío sufrió una agonía, que fue golpeado, zarandeado…
Es absolutamente comprensible el dolor de los padres de Gabriel, que más de 500 días después de perder a su hijo han vuelto a revivir la tragedia en las siete sesiones que ha durado el juicio. Es tan comprensible como el dolor de Ruth, la madre de Ruth y José Bretón, los dos niños asesinados por su padre, que pudo ver –gracias a la señal de televisión- cómo el profesor Etxeberría recomponía en la sala dos esqueletos de niños para explicarle al jurado qué huesos eran los que habían quedado en la hoguera en la que ardieron los pequeños. ¿Alguien se atreve a medir qué duele más? Yo, no. Solo soy un periodista.