Trabajos sucios
Siempre la UFAM
Confieso mi debilidad por el trabajo que se hace en UFAM. Como me dijo alguien que pasó por allí, "en ninguna otra parte de la Policía se palpa el dolor como aquí".
Hace unos días Sonora tuvo su puesta de largo con un acto en el centro de Madrid. Es una nueva plataforma de historias originales en audio con un rico y sorprendente menú en el que se puede escuchar la increíble peripecia del robo de arte más importante de nuestra historia, a Mamen Mendizábal hablar de las vidas de mujeres extraordinarias, a un gran maestro de ajedrez contar los secretos y los cotilleros del juego o el relato de cómo el empresario Juan Asensio convirtió Almería en una tierra sin ley. Yo he aportado mi granito a Sonora con un documental de ocho capítulos sobre la Operación Moon, la caza de Pedro Luis Gallego, el violador de La Paz, un tipo que tras pasar dos décadas entre rejas condenado por dos asesinatos y múltiples agresiones sexuales, volvió a secuestrar y violar mujeres y fue arrestado tras un minucioso y laborioso trabajo de la UFAM de Madrid.
En 2019 publiqué el libro 'Cazaré al monstruo por ti' (Editorial Al Revés). En sus casi trescientas páginas se diseccionaba otro trabajo de la UFAM de Madrid, la Operación Candy, que acabó con la detención del pederasta de Ciudad Lineal, Antonio Ángel Ortiz, un peligroso depredador sexual de niñas.
No es una casualidad que en mis dos últimos grandes trabajos monográficos haya elegido dos operaciones de UFAM. Mediaron varios años entre una y otra y sus protagonistas son distintos: Manuel Alcaide, David, Silvia, Víctor, El Irlandés, Marisa, Fraile... fueron los encargados de Candy. Irene Niño y Esther Pulido son las voces que en el documental de Sonora desmenuzan la Operación Moon. Maripi –de la que ya les conté unas cuantas cosas aquí–, una oficial jubilada recientemente tras treinta años de servicio en UFAM, aparece en los dos trabajos, como signo de su omnipresencia en esa unidad.
Confieso mi debilidad por el trabajo que se hace en UFAM. Como me dijo alguien que pasó por allí, "en ninguna otra parte de la Policía se palpa el dolor como aquí". Y es así: los policías de Homicidios, obviamente, no pueden tomar declaración a las víctimas. Las mujeres que han sufrido agresiones sexuales son personas arrasadas por el mal, "a las que no se las puede ni tocar, porque cualquier roce les duele", tal y como recordaba una inspectora. De los policías de UFAM he aprendido en todos estos años muchas cosas, como que una mujer no grita mientras es violada porque, sencillamente, no puede: el miedo le anula esa capacidad. Gracias a ellos también aprendí la importancia que tiene la primera declaración de la víctima, el cimiento sobre el que se levantará la investigación, y los cuidados que necesitan en esos momentos.
La veterana inspectora jefe Elena Palacios, a la que conocí en 1990 en una operación en la que se desmanteló una red de corrupción de menores, sentó las bases de lo que hoy son las UFAM: atención especializada a las víctimas, una inspección de guardia por la que tienen que pasar todos los que trabajan en la unidad y una investigación minuciosa, precisa y lo más alejada de los focos posible. Ese legado se sigue transmitiendo y hoy la UFAM de Madrid sigue siendo una unidad con cifras desorbitantes de detenidos y asuntos instruidos. Y también una unidad capaz de rescatar a víctimas tan vulnerables como las de la Operación Sana: Irene Niño –jefa de UFAM Madrid–, sus dos jefes de grupo, Rodrigo y Edu, y todos los que trabajan en el chalecito de Jefatura, como se conoce la sede de la unidad, continúan con un legado que ojalá se perpetúe.