Trabajos sucios

Sito, el gánster y las monjas

José Ramón Prado Bugallo, conocido como Sito Miñanco, en una imagen de archivo | Efe
  Madrid | 04/04/2022

Para ilustrarme sobre los códigos de Sito me contó una vieja historia de la que él fue testigo directo. El hoy comisario participaba en una de las operaciones que acabaron con Sito detenido.

Hace unas cuantas noches compartí mesa y mantel con un comisario que ha pasado media vida persiguiendo a grandes narcotraficantes. Habla con conocimiento de causa de los códigos de honor de tipos como Sito Miñanco, de la corrupción en los puertos o de lo escurridizos que fueron gente como El Negro o Frankie. Finalmente, la conversación se centró en Sito y el veterano policía reflexionó para explicar su última detención, en 2018, casi 30 años después de la primera.

–No creo que siguiese traficando por dinero; lo hacía porque le gusta y porque no sabe hacer otra cosa.

Para ilustrarme sobre los códigos de Sito me contó una vieja historia de la que él fue testigo directo. El hoy comisario participaba en una de las operaciones que acabaron con Sito detenido. Durante un registro hallaron en poder de uno de sus hombres de confianza unos 600 euros que el subalterno había robado a su jefe. Éste se dio cuenta inmediatamente.

¿Para que me robas ese dinero? Te lo habría dado si me lo hubieses pedido –le dijo.

Cabría pensar que en ese momento, el todopoderoso Sito firmó la sentencia de muerte de su empleado, pero no. Cuando acabó el proceso judicial que comenzó con esa detención y en el que Sito pagó los abogados de gran parte de los suyos –también del descuidero–, el narco le dijo al ladrón: "No quiero volver a verte más".

La sobremesa siguió y le pregunté si creía que Sito daría un paso más y se convertiría en un hampón como aquel que acabó sus días torturando empleados portuarios para robar un alijo, lo que le costó una condena que no acabó de cumplir porque murió prematuramente.

–¡Ah! Solía venir aquí de vez en cuando –me dijo el comisario apurando una torrija–. No, Sito no se va convertir en eso. Saldrá y seguirá traficando.

Pensé en el gánster fallecido –no revelaré su nombre porque uno también tiene códigos– y en aquella historia que me contó uno de los policías que con mayor ahínco le había perseguido cuando lideraba la mejor banda de butroneros del país. Una Navidad, el agente recibió una voluminosa cesta con los mejores ibéricos y los más selectos licores. Las viandas venían acompañadas por una nota del gánster, al que el policía detuvo ese mismo año, aunque no permaneció mucho tiempo entre rejas. Los ibéricos y los licores fueron a parar a un convento de monjas después de que el agente llamase al hampón y se ciscase en sus muertos. Eran otros tiempos. Los tiempos en los que había códigos.

Más sobre este tema