DE PUÑO Y LETRA

El álgebra de la necesidad (II)

"En la pieza anterior, dedicada a la Generation beat y a su libro de cabecera 'Loca sabiduría' nos habíamos quedado con William Burroughs en una tienda de la Sexta Avenida donde vendían material de granja"...

- El álgebra de la necesidad (I)

Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques | Anagrama
  Madrid | 22/10/2019

Tras decidirse por una esquiladora de ovejas, Burroughs se miró las uñas de sus dedos y arrugó el gesto. Era la forma que tenía de sonreír. Bien mirado, el impulso de amputar su dedo con la esquiladora, tenía el mismo origen que el de matar a un hombre. A ambos impulsos los gobierna el álgebra de la necesidad. Por eso, Burroughs escucharía en silencio la confesión de Lucien Carr, identificándose con el ímpetu rebelde que trae consigo el crimen. Nadie mejor que él para saber que aquel crimen, más que un acto de legítima defensa, fue resultado de una operación aritmética donde el sexo, la literatura y la droga pasan a ser conceptos permutables de una fórmula a la espera de ser escrita.

Cuando Burroughs terminó de escuchar la confesión, aconsejaría a Lucien Carr que tirase al váter el paquete de cigarrillos que había robado al viejo Kammerer. Acto seguido, el joven Lucien Carr salió del apartamento del Hombre Invisible y fue al encuentro de su otro amigo, Jack Kerouac, un joven moreno, fuerte y perverso, al que habían expulsado de la marina por motivos psiquiátricos, según consta en el informe médico.

Kerouac dormía en el apartamento de la Calle 118 Oeste que compartía con dos mujeres: Joan Vollmer y Edie Parker. Kerouac había nacido el 12 de marzo de 1922 y en aquel momento contaba con 22 años de edad. Cuando golpearon la puerta, Edie se sobresaltó y dejó de abrazar a Kerouac para salir a abrir. Tiempo después, cuando todo hubo pasado, Kerouac y Burroughs escribirían una novela a cuatro manos donde evocaron con detalles de ficción lo sucedido aquella noche. La titularon And the hippos were boiled in their tanks que, traducida al castellano, viene a ser 'Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques'.

Según cuentan, mientras Kerouac se desperezaba, Lucien Carr se acercó hasta su oreja para soplarle: "Ya me he deshecho del viejo". Tras oír aquello, Kerouac decidió que no iba a dormir más y, con la parquedad de un macho, hizo un gesto a Lucien Carr para que lo acompañara hasta la calle. Frente a un bar, Kerouac señaló una alcantarilla donde el joven Lucien Carr se arrodilló para soltar la navaja. Lo hizo a la vista de todo el mundo, como si quisiera compartir su crimen, lo más parecido a un acto poético que buscase ser propagado. Luego se metieron en el bar a beber cerveza fría.

Cuando estuvieron lo suficientemente borrachos, se perdieron entre el tumulto de la gente que iba al trabajo, finalizando su deriva en la oscuridad de un cine donde pasaban la película de Zoltan Korda titulada 'Las cuatro plumas'. El honor, la amistad y la cobardía, se trenzaron en una trama que hacía lucir la pantalla. Mientras tanto, acomodados en la sala de butacas, los dos amigos se buscaban a través de los calzoncillos. El gesto de sus manos, dejándose resbalar, evocaba un crimen que ahora, en la oscuridad del cine, recreaban con suspiros angustiados. "Si no puedes quererme, mátame". Entre jadeos, sellaron un pacto secreto que tuvo su continuidad en el Museo de Arte Moderno, ante la excitación de saberse cerca del peligro, mientras contemplaban el cuadro de Modigliani donde Jean Cocteau aparece con la expresión consumida en toda la elegancia de su rostro.

Esa misma tarde, llevado por los demonios del crimen, el joven Lucien Carr se presentaría en la oficina del fiscal del distrito para confesar que había sumergido el cadáver del viejo Kammerer en el río, llenando de piedras sus bolsillos. Al final fue sentenciado de uno a veinte años de prisión. Sólo cumplió dos. A William Burroughs, al contrario que a Kerouac, no lo pudieron arrestar como testigo, pues, su padre llegó a tiempo y con el dinero suficiente para que su hijo no entrase en la indecente cárcel del Bronx, conocida como "la Ópera". No sería la última vez que el Hombre Invisible se viese envuelto en un homicidio, tampoco la última vez que el dinero de su familia atenuase su condena.

Años después, estando Burroughs en México junto a Joan Vollmer, sí, la otra chica que compartía apartamento con Kerouac, el álgebra de la necesidad llevaría a Burroughs a formular la teoría acerca del crimen definitivo. Armado con una Star del 38, Burroughs le dijo a Joan "Supongo que ya es hora de hacer nuestro número de Guillermo Tell". A continuación, Joan se puso una copa de champán en la cabeza y William Burroughs apuntó demasiado bajo. "Tengo que admitir la terrible conclusión de que nunca me habría convertido en escritor de no haber sido por la muerte de Joan, y soy consciente de hasta qué punto este suceso ha motivado y determinado mi forma de escribir", diría tiempo después en una de sus entrevistas. Le sentenciaron a un máximo de cinco años. A las dos semanas estaba en la calle. Pero volvamos al mes de agosto de 1944, con el arresto de Kerouac como testigo del crimen.

Al final, el dinero de la fianza de Kerouac lo puso la familia de Edie Parker, sí, la chica que dormía a su lado en el apartamento de la Calle 118 Oeste. Pagaron la fianza con la condición de que Kerouac contrajese matrimonio con ella. Antes de entrar en la cárcel del Bronx, la policía condujo a Kerouac hasta el depósito de cadáveres para que identificase el cuerpo de "el Viejo". Habían pasado tres días, el cadáver estaba hinchado y Kerouac no pudo reconocerlo. Con todo, lo que más llamó su atención fue que el pene de Kammerer seguía erecto.

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