DE PUÑO Y LETRA

Macarras Ibéricos, una lectura política

Macarras Ibéricos, una lectura política | Akal
  Madrid | 28/07/2022

"Cuando no hay cultura de raíz política, sucede que la ciencia política deja de ser ciencia y se convierte en un ideal cosmético (...) buscamos partidos políticos que representen motivos banales, es decir, motivos de identidad. Por eso mismo estamos como estamos..."

Durante la Transición, a finales de los setenta, la militancia política de la juventud fue, en su mayoría, la manera de hacerse con una identidad. De esta forma, una buena parte de los jóvenes de entonces se politizó superficialmente, sin más arraigo que la convicción de pertenecer a un grupo.

Antes de que llegaran las tribus urbanas, lo de militar en partidos políticos fue una manera de identificarse con la nueva corriente social que ofrecían los tiempos. Las viejas identidades habían dejado de ser dominantes y las nuevas se presentaban envueltas en las papeletas del primer referéndum.

Iñaki Domínguez lo cuenta en un capítulo de Macarras Ibéricos (Akal), su nuevo libro. Si en las anteriores entregas macarriles el joven antropólogo pega un repaso al relato callejero madrileño, en este libro extiende el territorio y llega a a Barcelona, pasa por Bilbao y termina en Valencia siguiendo la Ruta del Bakalao. Con una narrativa ágil, Iñaki Domínguez nos va presentando a distintos personajes de la época.

Entre ellos destaca el Topo, un falangista de Arganzuela que primero fue anarquista y luego se hizo joseantoniano. Para el Topo, el verdadero asunto no era pertenecer a la izquierda o a la derecha, sino estar afiliado en algún lugar del espectro político. En realidad, lo del Topo no era algo original, se daba mucho por aquel entonces. Un día, un tipo militaba en el PCE y al otro día se vestía con camisa azul y entonaba el Cara al Sol.

Pero lo que resulta curioso del relato del Topo es cuando cuenta que los falangistas estaban todo el día de bronca con los cachorros de Fuerza Nueva, partido liderado por Blas Piñar y de corte franquista. Las peleas intestinas dentro de una tendencia política son las que más daño hacen a esa tendencia y, en aquellos tiempos, las peleas entre fachas eran constantes. Puede decirse que se mataron entre ellos.

La Falange tenía una línea de vanguardia, una fuerza de choque que se denominaba Primera Línea y que estaba estructurada como una sección de combate encargada del servicio de orden y de todo lo que tuviera que ver con actos violentos. Primera Línea fue dirigida por Juan José Molina González acusado de ser el cabecilla del asalto a la Universidad Complutense en 1979 donde acabaron heridos de bala varios alumnos de la facultad de derecho. La mayor parte de sus integrantes venían de barrios populares y estaban entrenados en artes marciales y uso de nunchakus.

Pero con los años todo esto fue cambiando y la gente de Primera Línea de Falange se atomizó y muchos terminaron de porteros de discoteca. Suele pasar. Los tiempos y sus estructuras sociales van condicionando a la masa de individuos desarraigados, de tal manera que los que antes se pegaban defendiendo a Primo de Rivera pasaron a ser cancerberos de la noche. Pillaron cacho en las puertas por no sentirse excluidos, sin darse cuenta de que ya estaban excluidos desde hace tiempo.

Cuando no hay cultura de raíz política, sucede que la ciencia política deja de ser ciencia y se convierte en un ideal cosmético. Por ello buscamos continuamente señales que nos acojan, símbolos en cuyo enigma podamos adentrarnos. Dicho de otra manera, buscamos partidos políticos que representen motivos banales, es decir, motivos de identidad. Por eso mismo estamos como estamos, que nos dan gato por liebre a la primera de cambio.