Comida, vamos a llevarnos bien
Comer información: el acto más importante de estos años
"Durante estos años, he defendido una idea que hoy quiero dejar escrita como legado: la información también nutre o intoxica. Y elegir bien qué leemos, qué creemos y qué compartimos es tan importante como elegir qué ponemos en el plato".
Durante estos dos años escribiendo en El Muro, he hablado de comida, sí. De pan, de azúcar, de microbiota, de mitos, de modas y de certezas incómodas. Pero si hoy echo la vista atrás, me doy cuenta de que en realidad no he escrito solo de nutrición. He escrito de algo mucho más grande: de cómo nos alimentamos… y de qué nos alimentamos.
Porque no solo comemos alimentos. Comemos mensajes. Comemos titulares. Comemos miedo. Comemos promesas rápidas. Comemos información… y a veces basura informativa.
Y eso, aunque no engorde el cuerpo, también enferma.
Vivimos en la era de la sobreinformación y, paradójicamente, de la desnutrición intelectual. Nunca habíamos tenido tanto acceso al conocimiento y nunca había sido tan difícil separar lo útil de lo inútil, lo honesto de lo interesado, la evidencia del espectáculo. En nutrición esto se ve con claridad: cada semana aparece un nuevo enemigo, un nuevo superalimento, una nueva regla que promete controlarlo todo.
Y mientras tanto, las personas siguen confundidas, cansadas y culpables.
La nutrición, bien entendida, nunca fue una lista de prohibiciones ni un campo de batalla. Es una herramienta de cuidado. Una forma de relación con el cuerpo. Un lenguaje para entendernos mejor. Pero para que eso ocurra, hace falta algo previo: información de calidad. Y tiempo. Y calma. Y contexto.
Lo difícil no es saber qué comer. Lo difícil es saber a quién escuchar.
Durante estos años, he defendido una idea que hoy quiero dejar escrita como legado: la información también nutre o intoxica. Y elegir bien qué leemos, qué creemos y qué compartimos es tan importante como elegir qué ponemos en el plato.
Una mala dieta informativa genera ansiedad, dependencia y ruido. Una buena dieta informativa genera criterio, libertad y salud.
En consulta lo veo a diario. Personas que no vienen con un problema de comida, sino con un problema de confianza. Han leído demasiado, han probado demasiado, han escuchado a demasiados "expertos" que no los miraban a los ojos. Y cuando alguien te hace creer que tu cuerpo está roto, empiezas a tratarlo como tal.
Por eso, la nutrición no va solo de nutrientes. Va de relato. De qué historia te cuentas sobre ti. De si comes desde el miedo o desde el cuidado. De si buscas soluciones mágicas o procesos reales.
Y aquí es donde el papel de los divulgadores, de los medios y de los espacios como este cobra un valor enorme. Informar bien no es dar más datos. Es ordenarlos, explicarlos y humanizarlos. Es decir "no lo sabemos todo". Es aceptar la complejidad. Es no vender certezas donde solo hay probabilidades.
He intentado escribir siempre desde ahí. Desde la duda honesta, desde la ciencia bajada a tierra, desde el respeto a quien lee. A veces acertando, otras aprendiendo. Pero siempre con una intención clara: que la información ayude, no que abrume.
Cerrar esta etapa no significa dejar de creer en la divulgación, al contrario. Significa reafirmar que sigue siendo necesaria, quizás más que nunca. En un mundo acelerado, explicar despacio es un acto casi revolucionario. En un entorno de gritos, hablar en tono normal es un gesto de valentía.
Ojalá dentro de unos años miremos atrás y entendamos que cuidar la salud no era solo contar calorías o pasos, sino aprender a pensar mejor, a elegir mejor y a tratarnos con más compasión.
Porque comer bien importa. Pero saber por qué, para qué y desde dónde importa aún más.
Gracias a quienes han leído, cuestionado, compartido y pensado conmigo durante estos dos años. Si algo me llevo de este espacio, es la certeza de que cuando la información es honesta, también puede ser nutritiva.
Y eso, al final, es lo único que de verdad merece la pena llevarse a la mesa.
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