DIARIO DE UN CONFINAMIENTO
La portada
"Hace falta respeto profundo, empatía y hacer todo lo posible para que esto no vuelva a suceder"...
Soy periodista. Es la carrera que estudié, el oficio que más tiempo he ejercido y, bueno, es lo que soy. Creía que veía la vida con ojos de periodista hasta esta pandemia. Ahora ya no lo tengo claro. No es el gremio que más nos está ayudando en estos días de miedo y zozobra, no. Creo que he dejado de sentirme parte de ellos en estos días.
A 5.000 kilómetros desde donde escribo estas líneas hay un montón de periodistas haciendo el New York Times, el periódico más importante del planeta Tierra. Es un medio tan grande que de vez en cuando publica un ranking con algunos de los documentales y películas de los que el propio medio ha sido protagonista. Algunos, no todos. Es el mejor periódico del mundo, sin duda. Y ha hecho el mejor y más sencillo ejercicio de periodismo de esta pandemia: su portada del 24 de mayo, la edición 58.703 del diario. No hay ni una foto. Sí un titular: 'Las muertes en Estados Unidos se acercan a 100.000, una pérdida incalculable'. Y un subtítulo: 'No eran simplemente nombres en una lista. Eran nosotros'.
Después, en una monótona letra pequeñita, desgranan mil (¡solo mil!) nombres de los que han caído. No caben en una portada de formato sábana, así que al terminar, una nota hiela la sangre: 'Continúa en la página 12'.
Al lado de cada nombre, su edad, su ciudad de procedencia y una frase que define algo de su vida.
En algunas es un hito importante: Albert Petrocelli, 73, Nueva York, jefe de bomberos que respondió la llamada el 11 de septiembre. Glenn Daniel Bellitto, 62, Nueva York, concejal de la ciudad.
En otras, un detalle delicioso de su vida: Muriel M. Going, 92, Cedarburg, Wisconsin, enseñó a sus hijas a jugar a las cartas. Ronnie Estes, 73, Stevensville, Maryland, siempre quería estar cerca del mar.
Es dolorosísimo leer la portada. Te hace asumir la magnitud de la tragedia de una manera terriblemente cruel. Entre otras cosas, claro, porque lo que está pasando es terriblemente cruel. Pero a la vez encierra un grandísimo respeto por todos y cada uno de los muertos, es un bellísimo homenaje, encierra un gran y laborioso trabajo periodístico y, sobre todo, los iguala a todos. Cada uno de ellos, haya hecho lo que haya hecho, sea quien sea, tiene el mismo valor.
'No eran simplemente una lista. Eran nosotros'.
Son solo mil, casi un 1% de las personas que han fallecido en los Estados Unidos y un 0,3% de las pérdidas de vidas en el mundo. Edward Cooper Jr., 83, Louisiana, amaba a su mujer y decía “Sí, cariño” un montón. Joan Cecile Berngen, 69, Burbank, Illinois, conocida por su increíble sentido del humor. Michael Wrotniak Jr., 92, Glen Cove, Nueva York, llevaba a su familia a la iglesia cada semana. Wanda Bailey, 63, Crete, Illinois, una de nueve hermanos.
No hace falta nada más. Ni posturear en redes, ni fotos, ni dibujos. Ni darse golpes en el pecho ni tirarle los muertos a la cara a nadie. Hace falta respeto profundo, empatía y hacer todo lo posible para que esto no vuelva a suceder. Cada uno desde nuestra pequeña pero vital responsabilidad y los que mandan, desde la suya. Cada vida cuenta, cada vida importa y todos podemos hacer algo por honrar a los que se la han dejado. Sin sensacionalismos, sin estridencias, con responsabilidad. Desgraciadamente, ya es lo único que podemos hacer por Rhoda Hatch, de 73 años, que murió en Chicago y que fue la primera de su familia que se graduó en la universidad.