Una luz que nunca se va
Dormir es de pobres
"El esfuerzo no garantiza ningún éxito. El éxito en muchas ocasiones es cuestión de suerte y en muchas otras ocasiones es cuestión de tener dinero previamente..."
Los ritos de iniciación masculina pasan en la actualidad por levantarse a las cuatro de la madrugada, darse baños en agua helada, separarse de la familia, luchar contra la panza, hacerse rico, comprarse coches y relojes caros, casas inmensas.
Todo esto es el sacrificio de 'hacerse a uno mismo' que hay que realizar para convertirse en un hombre de provecho, para dejar de ser un 'vago' y comenzar a 'tomar las riendas de tu vida'. Todo esto es un relato que se imprime hoy con fuerza en una identidad masculina perdida. Frente a un mundo incierto hay hombres que hacen promesas a otros hombres, promesas que tienen que ver con una relación causa-efecto: si haces esto obtendrás esto otro. Pero eso no se puede prometer.
A veces te levantas a las cuatro de la madrugada y sigues siendo pobre, o te das baños de agua helada y te mueres. Hacer cosas 'bien' no te asegura un resultado 'bueno'. El esfuerzo no garantiza ningún éxito. El éxito en muchas ocasiones es cuestión de suerte y en muchas otras ocasiones es cuestión de tener dinero previamente.
Quizás una persona llegue a donde tú quieres llegar, pero la mayoría no lo hará, fracasará porque fracasar es lo común, es lo humano. Cuando una persona se pone como ejemplo o te dice qué hay que hacer para conseguir ligar más o ganar más dinero lo que está haciendo es ocultar su propia mediocridad, es no hablar de que ni siquiera esa persona sabe bien cómo le sucedió lo que le ha sucedido, es ocultar que igual que ella podría haber sido cualquiera, que no hay nada especial en ti, que tu lugar lo podría ocupar otra persona y no pasaría absolutamente nada, porque no eres tan importante.
Asistimos al regreso de un estoicismo mal comprendido, a una individualidad atroz que obvia cualquier cuestión estructural y que pone al sujeto (perfectamente delimitado) en el centro. Un sujeto que, además, no necesita a nadie, al que todo le estorba en su camino de alcanzar su propio bienestar, con una ausencia total de empatía hacia el otro y de compasión hacia uno mismo.
Al haberse producido un cambio de paradigma, al no estar aseguradas las funciones tradicionalmente asociadas a lo masculino como es el trabajo como identidad o el sostenimiento de una familia, se necesita algo que asegure nuestras existencias. Esa seguridad no puede pasar por romper todos los vínculos, por creernos autosuficientes, por no mostrar la vulnerabilidad, lo finito, lo humano.
Todas estas promesas de vidas más plenas no son sino una forma de no enfrentarnos a nosotros mismos, de no hablar de nuestros miedos, de huir hacia delante pensando que construyendo un cuerpo nuevo, una existencia invulnerable, nadie podrá hacernos daño.
Esa es la atronadora mentira de nuestros días, porque no se trata de que no puedan hacernos daño, de hecho pueden y podemos hacerlo porque estamos en la vida, mientras haya vida existirá el riesgo a que las personas seamos heridas.
De lo que siempre se trató es de juntarnos cuando algo nos duele.