Una luz que nunca se va
No hay nada malo en ser vulnerable
"Los hombres no hablan de sus temores, de sus esperanzas o de sus dudas con respecto a lo que supone ser padres..."
Maxwell, el hijo del actor Justin Baldoni, empezaba su primer día de escuela y su padre lo llevaba en el coche.
Mientras grababa un vídeo de recuerdo Justin se emocionó hasta las lágrimas.
En vez de avergonzarse y ocultar su emoción le dijo a Maxwell que es bueno llorar.
Qué importante mostrar que las cosas nos afectan y qué poco nos enseñan a los hombres a demostrarlo.
Solo se nos permite reaccionar si es con violencia, con ira o con rabia, porque las únicas emociones válidas para nosotros son aquellas que muestran nuestra fuerza ante los demás.
Y llorar de emoción es todo lo contrario a eso.
Es indicar al otro la dirección exacta a la que puede ir para herirte y hacerte daño.
Pero también para darte un abrazo.
Es la posibilidad de perder. Es rendirte porque no quieres ganar.
Y sin embargo llorar por el hecho de que tu hijo se haga mayor es algo que circunscribimos al terreno de lo frágil, algo que vinculamos tradicionalmente a lo femenino y a la maternidad, pero no a la paternidad.
De la paternidad no sabemos nada, no sabemos cómo se vive, porque no existen relatos sobre la paternidad.
Los hombres no hablan de sus temores, de sus esperanzas o de sus dudas con respecto a lo que supone ser padres.
Por esa ausencia de palabras muchas veces pareciera que en las relaciones heterosexuales los hombres cumplen con un deseo de las mujeres de ser madres pero que no es un deseo que nazca de ellos.
Que se hace por complacer, porque toca, porque es lo que ella quiere, lo que ella necesita, porque es lo que toda mujer espera.
Como si tener un hijo o una hija no fuera cosa de dos.
Existe como un tupido velo con respecto a qué significa ser padre para los hombres.
Y este tupido velo no deja de dotar de un misterio insondable a la paternidad.
No deja en muchos casos de ser también una forma de lavarse las manos.
Porque si no sé lo que sientes con respecto a algo tampoco puedo preguntarte sobre ese algo.
Es imposible reflexionar sobre ese algo porque la paternidad se presenta así como un suceso.
Como un constante accidente sin conexión con nada más.
Sería interesante que los hombres que son padres, cuando ocupan el espacio público con palabras, se dedicaran a hablar mucho más de la paternidad.
Que cuando se les presenta la oportunidad de escribir algo, hablaran de esto.
Porque parece que lo único que da prestigio es hablar siempre cosas que nada tienen que ver con los cuidados o con la vida.
Estaría bien que existieran menos ensayos de hombres sobre cuestiones abstractas, grandilocuentes, y más sobre cuestiones cotidianas.
Que son igual de relevantes aunque no den tanto poder.
Que son igual de necesarias aunque no reciban tantos aplausos.
A veces pienso que si viniera un extraterreste y leyera a las mujeres tendría un mapa amplísimo sobre lo que es ser mujer en el planeta Tierra, pero si leyera a los hombres no tendría ni idea.
Y lo que es más triste es que tampoco los terrestres la tenemos.
El gesto de Justin con su hijo es algo anecdótico, pero supone un cambio en esa forma tradicional de paternar.
Un paradigma distinto.
Porque el mensaje que recibe Maxwell no es el de has de ser duro para enfrentarte a la vida.
Es el de has de sentir para saber de qué va esto de la vida.
Es el de no hay nada malo en ser vulnerable ante la existencia.
Porque todos y todas lo somos.
Qué importantes son las diversas formas de paternidad que sustituyen a esa figura ausente en lo físico pero presente en la autoridad, a ese hombre que has de suponer que te quiere porque nunca te lo ha dicho, a ese al que respetas porque le puedes tener incluso miedo, a ese del que no sabes nada porque es un desconocido hasta para sí mismo, pero que es tu familia y le quieres.
Qué importante es tener un referente relajado, una figura, que no ha de mantener un castillo de arena ridículo.
Que no quiere parecer lo que no es
Que dice: yo también tengo miedo.
Pero vamos juntos en esto.