Tratad de imaginar un
coche de competición capaz de acelerar más rápido que un Fórmula 1. Concretando más, pensad en un Ford Fiesta ST capaz de hacer el 0 a 100 km/h en menos tiempo que el Bugatti Veyron. Estoy hablando obviamente de los Supercars del
Campeonato del Mundo de RallyCross, capaces de igualar en prestaciones a los mejores ‘dragsters’ a este lado del planeta y protagonistas de una categoría que ha ganado en popularidad a pasos agigantados durante los últimos años gracias a su acción frenética en pista y a su facilidad para ser televisado. Los
Supercars del World RX, son lo más parecido a un Grupo B moderno. Motores delanteros de
600 CV de potencia, tracción total, y radiadores extra situados en la parte trasera para mejorar el reparto de pesos. Esta última medida no se hace únicamente para mejorar el rendimiento de unos motores siempre al límite, sino que además se trata de que duren el máximo tiempo posible
en carreras muy cortas, pero en las que no se evita el contacto y la lucha puerta con puerta.
Son posiblemente
los stock-cars a la europea (con permiso de los Wheelen, la NASCAR del viejo continente), debido a la casi ausencia de electrónica. A la hora de acelerar, son prácticamente de otro mundo,
mejorando los registros de los Grupo B (el Audi Quattro S1 se decía que estaba en torno a los 2,8 segundos en el 0 a 100 km/h) en casi un segundo y bajando, en los mejores casos, la barrera casi imposible de los dos segundos. Auténticas bombas teledirigidas que impresionan aún más cuando los ves, y sobre todo escuchas, realizando
el procedimiento de salida, muy similar al que utilizan los actuales coches del Campeonato del Mundo de Rallyes. Engranas primera, accionas el sistema que
elimina el retraso en la respuesta del turbo, buscas la mordida del embrague, agarras el freno de mano y pisas el acelerador a fondo mientras preparas todos tus músculos para que reaccionen de la forma más coordinada e inmediata al apagón del semáforo. Un parpadeo, una respiración contenida y ves cómo estos ‘supercoches’ se pierden en el horizonte. A partir de ahí,
cada curva es una batalla en la que el ganador no tiene apenas tiempo para disfrutar la victoria. La filosofía de las carreras es muy sencilla: tienes que ser más rápido que el resto de pilotos de parrilla (por normativa nunca se superan los seis coches por carrera) y si no lo eres, una buena estrategia y tapar huecos te puede llevar también a la victoria. Aquí
no hay KERS, ni DRS, ni pit-stops, ni tan siquiera los ostentosos hospitalities que tan de moda se han puesto en la Fórmula 1, WRC o Mundial de Resistencia.
Las semifinales y final son apenas seis minutos en que todos los pilotos deberán completar las vueltas al trazado compuesto mayoritariamente por un
recorrido sobre asfalto y un pequeño porcentaje sobre tierra que puede variar dependiendo la fisonomía del circuito y si se trata de provisional o permanente. La llamada
Joker-Lap, trazado alternativo de una de las zonas del circuito por el que los pilotos están obligados a pasar al menos en una ocasión por carrera, es
el único elemento extraño y se utiliza con el fin de que los pilotos puedan realizar estrategias distintas que les permitan adelantar a sus contrincantes. Este sistema, tan sencillo y tan fácil de retransmitir en un formato compacto a través de televisión han hecho que, con el trabajo adecuado del promotor, el
crecimiento del RallyCross durante las dos últimas temporadas (desde que la FIA le dio carácter de Campeonato Mundial) haya sido casi exponencial. Algo que sin duda ha llamado la atención tanto de marcas como de pilotos, que ven en él un campeonato
mucho más barato y con mayor retorno publicitario que otros torneos organizados por la Federación Internacional. Además de las participaciones oficiales o semioficiales de firmas como Peugeot, Volkswagen, Ford o KIA, nombres como
Petter Solberg, Yvan Muller, Sébastien Loeb o Marcus Grönholm han pasado por sus carreras dándole aún más caché. A pesar de tratarse de una disciplina que tiene casi 50 años de edad, hasta hace menos de una década se trataba de una competición prácticamente reservada a tierras escandinavas. Ahora está viviendo
una segunda juventud más que merecida, aunque sólo sea por ver los que serán los particulares Grupo B de nuestra era.