UN COCHE DE OTRA ÉPOCA
El Audi A8 es un cochazo, pero no pasa por su mejor momento en ventas y no encuentra su hueco en el mercado. ¿Sobrevivirá?
La pregunta lleva meses flotando en los pasillos de Ingolstadt, aunque nadie quiera verbalizarla demasiado alto: ¿qué va a ser del Audi A8? La que lleva treinta años siendo la gran berlina tecnológica de la marca, ese escaparate en el que Audi presumía de materiales, ingeniería y gadgets antes que nadie, está ahora mismo en un cruce de caminos que nadie había previsto cuando elprimer A8 salió en 1994.
Porque el modelo actual, refinado hasta el extremo y todavía impecable en confort, seguridad y calidades, vive sobre una plataforma que ya ha dicho basta, y cuando una arquitectura llega a su límite técnico, da igual cuántos retoques puedas hacerle, porque el problema no es el maquillaje, sino el esqueleto. Audi lo sabe, lo reconoce sin rodeos y admite que un nuevo restyling no tiene sentido. Lo que nadie esperaba es que tampoco tengan una decisión tomada sobre lo que viene después.
El A8 que vemos hoy se vende desde 2017 y recibió una actualización importante no hace mucho, pero la MLB evo no puede estirarse más, y adaptarla a las exigencias de emisiones que entran en vigor es directamente antieconómico. Con la producción programada para finalizar a mediados o finales de esta década, Audi se ha quedado sin base técnica (pero ni eléctrica ni térmica) sobre la que construir su heredero, lo que convierte este momento en algo inédito dentro de la marca.
A todo esto hay que sumar un proyecto eléctrico que pintaba ambicioso. No uno, sino dos sustitutos: un crossover de lujo conocido internamente como Landjet y una gran berlina inspirada en el Audi Grandsphere. Ambos 100% eléctricos, ambos sobre una plataforma de nueva generación desarrollada junto a Porsche. Sobre el papel, un sueño húmedo para cualquier gasolinero. En la práctica, está todo congelado porque las previsiones del mercado eléctrico premium se han enfriado más que un V8 TDI al ralentí.
Lo inquietante es que Audi reconoce que está “evaluando cuál es la tecnología adecuada y cuándo sería el momento ideal” para lanzar un sustituto. Una frase que, traducida del audinés al castellano, significa: no sabemos si tiene sentido hacer otro A8.
En este sudoku estratégico, Audi maneja tres posibilidades. La primera es un A8 térmico basado en la nueva plataforma PPC, pensada para motores de combustión y para los futuros Q7 y Q9. Con una versión alargada, podrían montar un A8 nuevo con híbridos enchufables y suficiente margen para cruzar buena parte de los años treinta sin despeinarse. Sería la solución sensata, rápida y poco arriesgada, aunque también la que algunos verían como un retroceso en electrificación.
La segunda opción es volver a encender la maquinaria eléctrica de lujo y crear un A8 totalmente nuevo sobre una arquitectura específica. Una gran berlina 100% eléctrica de altísimo nivel tecnológico que, eso sí, exigiría inversiones astronómicas y empujaría su llegada realista a mediados de la próxima década. El problema es que, a día de hoy, el mercado de eléctricos de representación no vive su mejor momento, y eso hace que la apuesta sea tan heroica como cara.
La tercera opción es la más radical: salirse del segmento F. Abandonar el territorio de las grandes berlinas, un nicho cada vez más pequeño y dominado por SUV gigantes con más margen de beneficio. Tendría todo el sentido financiero del mundo, pero también implicaría renunciar al modelo que ha sido el emblema tecnológico de Audi durante treinta años.
El contexto tampoco ayuda a la tranquilidad. BMW convive con el Serie 7 y el i7 sin dramas existenciales. Mercedes ha blindado la continuidad de la Clase S mientras mantiene al EQS como alternativa eléctrica. Los dos rivales históricos siguen firmes en el segmento F porque saben que estas berlinas son algo más que coches: son señales de poderío, vitrinas de ingeniería y auténticos laboratorios rodantes.
Audi, sin embargo, está ante una decisión que marcará no solo el futuro del A8, sino el rumbo de la marca durante la próxima década. Si apuestan por un nuevo A8 térmico, priorizarán estabilidad y margen. Si relanzan el A8 eléctrico, competirán en el Olimpo tecnológico, aunque el coste sea brutal, y si lo eliminan, enviarán un mensaje más contundente que cualquier campaña publicitaria: Audi ya no quiere liderar el segmento, sino reinventarse lejos de él.
Así que sí, la pregunta es inevitable: ¿y qué hacemos ahora con el Audi A8?
La respuesta, de momento, ni la tiene Audi ni la tiene el mercado. Pero lo que está claro es que, por primera vez desde 1994, la gran berlina de Ingolstadt no tiene asegurado su futuro, y eso, para los que llevamos décadas siguiendo la saga como si fuese una serie de culto, tiene algo de inquietante… y mucho de intrigante.