Crear sin ponerse límites suele dar como resultado sueños que se adelantan al futuro. Y Citroën decidió, a mediados de los años 50, dejar a un lado la racionalidad para imaginar un modelo que sólo podía llevar un nombre: DS, la diosa. Lo quisieron presidentes de la República y personalidades de toda índole. Tuvo éxito en los rallyes, donde mostró su poder, y causó furor entre la jet-set. Era un coche único. El DS supuso un shock mundial por audacia, diseño y tecnología. Tanto como llegar al garaje y encontrarte aparcado el Halcón Milenario o un OVNI. Porque sus soluciones eran tan avanzadas que incluso hoy nos sorprenden. Al abrir la puerta, un mullido sofá recibe al afortunado que va a ponerse al volante, cuyo curioso diseño de un radio nunca tapa el cuadro de mandos. Te sientes privilegiado al tocar materiales y botones que quizá no destaquen por su calidad, cierto, pero sí por su facilidad de manejo. La palanca de cambios, de cinco marchas y colocada en el lateral del volante, exige un par de minutos de adaptación. También el pedal de freno, que es poco más que un botón en el suelo. Los dos primeros pisotones te dejan clavado en el sitio. Después, dosificarlo es tan natural como respirar. La tecnología hidroneumática no sólo aparecía en el equipo de frenado; dominaba prácticamente todo el coche. Se aplicaba a la dirección y a la suspensión, precisamente el elemento que más aplausos consiguió. Era tan eficaz que el Tiburón, como se conocía en nuestro país, podía avanzar sin problemas aunque perdiera una rueda. Este sistema de amortiguación neumática independiente trabaja para que no sepas que existe. Da igual si el motor del DS es rápido o lento, porque las sensaciones son distintas a todo lo que has vivido: viajas como en un colchón de aire deslizándose sobre un lago en calma. Muy pocos coches modernos son tan cómodos sobre asfalto en buen estado como este modelo de los años 50, ya que su suspensión nivela la carrocería en cada mínimo bache. La suspensión es una de las ideas geniales del DS que los coches de gama alta siguen copiando actualmente: la puedes subir ante una carretera en mal estado y volver bajar cuando el coche se para. Otro de los avances que hoy sólo ofrecen los modelos más equipados son los faros direccionales. Estos faros, que giran con el volante, son icónicos, sello de identidad de un coche inconfundible. Pero este modelo incluso se atrevió con componentes y materiales que estaban a años luz de los que se utilizaban en la época, como el techo de fibra para rebajar el peso del vehículo. Y lo mismo ocurre con su aerodinámicas formas de gota de agua, precursoras de las que se emplean en muchos coches de hoy. Es precisamente ese mezcla entre lo clásico y la ciencia ficción lo provoca que el DS siga llamando la atención 60 años después en cualquier carretera por la que circule. Es allí donde merece lucirse. Porque sus creadores no se pusieron límites, demostrando hasta dónde pueden llegar el ingenio y los sueños.