LA MORTALIDAD DE LOS ESPAÑOLES EN LOS CAMPOS FUE DE DOS DE CADA TRES

La historia de los deportados españoles en campos nazis lucha por sobrevivir

La historia de los miles de españoles deportados a campos de concentración nazis lucha contra el olvido al que le arrastran el escaso respaldo institucional y el inexorable paso del tiempo, con apenas una quincena de supervivientes nonagenarios de los 10.000 que llegaron a ser deportados.

Los expertos estiman, aunque mantienen diferencias, que fueron unos 10.000 los españoles quienes, por desobediencia o ideología, acabaron en campos como Mauthausen, Oranienburg, Sachenhausen, Dachau o Buchenwald, sinónimos del horror nazi en la memoria colectiva.

De ellos, apenas un tercio resistió las inhumanas condiciones de los campos de concentración, según distintos cálculos. A esto se suman las más de siete décadas que ya han transcurrido desde que las fuerzas aliadas liberaron los campos de concentración del Tercer Reich.

"En la actualidad viven entre quince y veinte", estima el historiador Benito Bermejo, conocido como el "detective de Mauthausen", en declaraciones a los medios tras un coloquio mantenido en la embajada española de Berlín, esta semana, sobre los supervivientes españoles a los campos nazis.

El respaldo institucional para estas víctimas del nazismo ha sido "prácticamente inexistente" durante décadas, añade Bermejo, que está convencido de que el franquismo fue consciente de la presencia de españoles en los campos porque gestionó la salida de varios deportados y porque recibió partidas de defunción.

Este historiador cree que la dictadura alentó la dureza contra los presos españoles, ya que la única circular en la que el nazismo se refirió a cómo tratarlos se emitió un día después de que entonces ministro de Interior Ramón Serrano Suñer visitase Berlín.

Bermejo considera que ello ha empezado a cambiar "un poquito" en los últimos años, aunque cree que queda mucho por hacer. La mayoría de los supervivientes, apuntó este historiador, nunca volvieron a su país.

España, asegura el historiador Xosé Manoel Núñez Seixas, es un "caso peculiar" entre las naciones europeas por haberse mantenido oficialmente neutral, aunque "100.000 y 150.000" de sus ciudadanos se vieron "directa o indirectamente" involucrados en el conflicto.

"La sociedad española participa en la Segunda Guerra Mundial mucho más que las de otros países que se declararon neutrales", como Suiza, Suecia y Turquía, recalca Núñez.

Según Walter Bernecker, catedrático emérito de la Universidad de Erlangen, los españoles que empezaron a llegar en 1940 a los campos de concentración, principalmente al de Mauthausen, eran exiliados de la guerra civil que habían huido a Francia.

Algunos fueron deportados por revelarse ante las condiciones de trabajo a que les obligaban los nazis en la Francia ocupada, otros por haberse unido a la resistencia y otros por su significación política, como Francisco Largo Caballero, que fue primer ministro durante la II República española.

A Mauthausen llegaron unos 7.200, un 90 % de los deportados españoles, de los que murieron 4.800; a Dachau y Buchenwald entraron unos mil, y a Oranienburg, un centenar, según Bernecker. La tasa de mortalidad entre los españoles fue mucho mayor que entre otras nacionalidades, aproximadamente dos de cada tres, entre otras razones porque fueron de los primeros en ser deportados.

En los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial se seguía "una política rigurosa de exterminio" y en los campos había una "mortalidad de extrema", señala este historiador alemán, pero luego se preservaron más las vidas de los prisioneros para que contribuyesen con su trabajo al denominado "esfuerzo de guerra".

"Lo que nos salvó es que Hitler, tras perder tantos soldados, necesitaba trabajadores", observa en el coloquio el francés Roger Bordage, superviviente de Sachenhausen y trabajador forzado en una factoría de bombarderos.

Para Bordage, que preside ahora el Comité Internacional del Campo de Concentración de Sachenhausen, "si seguimos hablando de esto es para que las generaciones siguientes puedan entender que la sociedad es algo muy frágil".

En este sentido, advierte del actual auge en Europa de la "extrema derecha", aunque sin dar nombres, alertando frente a quienes proponen soluciones fáciles para "problemas terriblemente complejos".

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