VIDA Y OBRA DE UN INTELECTUAL ANTIFASCISTA
Manuel Ángeles Ortiz y las cartas desde París: historia del pintor al que Picasso salvó la vida entre guerras y exilios
Manuel Ángeles Ortiz no sólo fue un destacado pintor y gran referencia de la Generación del 27. También fue un ferviente defensor de la República. En una serie de cartas relata su lucha contra el fascismo, su reclusión en un campo de concentración francés y su exilio en Argentina, y cómo Picasso le ayudó y le salvó la vida en todas esas ocasiones.
París fue ciudad de vida para Manuel Ángeles Ortiz, como lo fue para otros tantos artistas y civiles españoles que llegaron a la capital francesa en busca de las pasiones prohibidas que España les negaba. Pero París también fue ciudad de muerte para Manuel Ángeles, como lo fue para otros tantos artistas y civiles que marcharon en busca del auxilio extranjero frente a la cruenta Guerra Civil que afrontó nuestro país, así comola posterior represión contra todo aquel tildado de enemigo del régimen. Según el ‘informe Valière’, realizado a instancias del Gobierno de Francia el 3 de marzo de 1939, cerca de medio millón de españoles huyeron al país galo como consecuencia del fallido golpe de Estado en julio del 36. Entre esos miles de exiliados se encontraba Ortiz, pintor de Jaén convertido en una de las grandes referencias culturales de la Generación del 27, a quien Picasso salvó la vida.
Contaba la escritora Antonina Rodrigo, en una columna a propósito del artista andaluz publicada en la revista Triunfo en diciembre de 1981, que la primera impresión que tiene Manuel Ángeles de Picasso es de "asombro" por las formas milenarias en un hombre de cuarentaypocos. Así se lo relata en una carta al compositor Manuel de Falla, que ya era amigo de los dos pintores y hace posible el encuentro entre ambos: "Gracias a Dios y a usted, que me hizo traer mis trabajos y presentarme a Picasso, estoy trabajando como nunca y viviendo con una intensidad grandísima alocadamente, pero sin perder el equilibrio. Hoy es esto y mañana es aquello, pero lo conseguiré (creo que tengo esa seguridad)". En ese momento, y como diría años después el periodista Rafael del Pino, París es "la ciudad a la que marcharse si uno es joven, artista y español en las primeras décadas del pasado siglo", y a esa París se quiere unir Manuel Ángeles, también porque necesita escapar de la temprana muerte de su mujer, Paquita, después de solo dos años de matrimonio. Con la recomendación de Falla, de origen gaditano, y animado por el también pintor granadino Ismael de la Serna, Ortiz viaja a la casa de Picasso acompañado del poeta malagueño Emilio Prado –todo queda en Andalucía; todo queda en casa– para mostrarle sus cuadros al ya famosísimo artista del cubismo. Éste le habría respondido al examinarlos: "Bien, pero no es ése el camino". De estas palabras nace una nueva ambición artística en Manuel Ángeles que se alimentará con su nuevo amigo y mentor.
"Llegaron como refugiados Queipo de Llano, Franco el aviador, Ruiz de Alda y Unamuno"
"Ismael de la Serna, que ya estaba en París, me había buscado alojamiento en uno de esos hoteles que aún hoy se encuentran en la rue Vavin. Algunos días después encontré un estudio en el número 3 de la rue Vercingétorix". Así relata Manuel Ángeles Ortiz sus primeros pasos en la capital. Una vez instalado, muchos y más íntimos son los encuentros que mantiene con Picasso en los diez años siguientes. La prueba inicial es otra carta que envía a Falla sólo un mes después de su primera visita a casa de Picasso. Le escribe entusiasmado: "Queridísimo don Manuel: no puedo menos de escribirle a usted. ¿La causa? ¡¡¡Pues que estoy muy contento!!! Hoy he estado en casa de Picasso, le he llevado treinta dibujos y un óleo de dibujo de mujer […] Al ver el primero exclamó: 'Parece imposible; esto que me trae usted parecen los resultados de una obra de dos años de trabajo en París, después de haber visto y estudiado mucho, y usted tan solo hace veinte días que estuvo en casa para mostrarme las cosas que traía de España, completamente distintas. Continúa viendo los dibujos y diciéndome que este caso no se da más que en un español, más aún en un andaluz'". Esa noche, continúa explicando Ortiz, no sólo hablan de pinturas; también, de Andalucía, una tierra que los une especialmente: "Yo le contaba cosas y hablaba de pueblos y ciudades andaluzas, diciéndome él que de oírme le daba tristeza y le entraban deseos de irse". Dice que cuando se despidieron, Picasso le dijo: "Hasta pronto y le doy la oreja".
"De entrada mi amistad con él se convirtió en muy íntima", reconoce Manuel Ángeles. Aquel 'hasta pronto' se resuelve más pronto que tarde, y ya se empiezan a buscar para todo tipo de propósitos: montan exposiciones, disfrutan de las playas de la Costa Azul, de casinos; van a los toros y a las famosas tertulias con café. Atención a con quiénes dice Ortiz que coincide en esos sitios: "Nos reuníamos en la rotonda y a veces en la Closerie Des Lilas […] El grupo se completaba siempre con los nuevos llegados de España, y cuando en España se dio la sublevación contra la dictadura Primo de Rivera llegaron como refugiados el general Queipo de Llano, Franco el aviador (Ramón, hermano pequeño del dictador) y Ruiz de Alda, y Unamuno cuando escapó de la isla en las Canarias donde estuvo confinado".
Entre fiestas con cante jondo y malagueñas, y con ayuda de Picasso, Manuel Ángeles ha entrado en un selecto círculo cultural y puede ganarse ahora la vida como retratista de la aristocracia francesa. Prueba de ello son sus exitosas exposiciones en España, sus decorados para la obra Geneviève de Brabante, de Erik Satie, y para Aubade, de Francis Poulenc, o la revista Gallo, editada en 1928 de la mano de Dalí y Lorca. Manuel Ángeles abandona París en 1932 y pone rumbo a España, inconsciente del abismo cultural y político que al que se enfrentaría poco después; un país que va oliendo a crispación, donde se van sucediendo ataques aislados de la extrema derecha y un intento fallido de golpe de Estado –la conocida Sanjurjada–. Pero ni el tiempo, ni la distancia, ni la Guerra Civil, ni la dictadura rompen la amistad entre Ortiz y Picasso. Así lo descubrirá él para siempre siete años después.
Ortiz, exilio y prisión: "Con un fondo de cañonazos abandonamos la ciudad"
A Ortiz le sorprende el inicio de la guerra en Madrid. No duda en incorporarse, sólo unos días después, a la Alianza de Intelectuales Antifascistas, organización en la que coincide con Zambrano, Alberti, Buñuel o Cernuda. Entre todos hay un mandato claro: frente a la "explosión de barbarie, al levantamiento criminal de militarismo, clericalismo y aristocratismo de casta contra la República democrática, contra el pueblo"; frente al "monstruoso estallido del fascismo", ellos declaran su "identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha gloriosamente al lado del Gobierno del Frente Popular". Manuel Ángeles se convierte en un activo defensor de la II República. De vuelta a Barcelona, colabora con la Dirección de Prensa y Propaganda de la Generalitat con carteles, dibujos y periódicos para el frente democrático, ilustra el poemario Guerra Viva (Herrera Petere, 1938) y hasta asiste a la Exposición Internacional de París para denunciar el avance del fascismo en España.
Pero al pintor también le pasa factura vivir en un país lleno de ruinas, miseria y hambruna: se llega a decir que recibe paquetes "de 10 y 15 kilos de comestibles" que le manda Picasso desde París a través de la Cruz Roja. Y poco más puede hacer: en diciembre de 1938 comienza la brutal ofensiva franquista de Barcelona. Nazis y fascistas italianos ayudan a Franco a tomar Catalunya de la forma más terrible en unos pocos meses.
Manuel Ángeles logra salir de la capital catalana muy poco antes de que caiga, en enero del 39, y así lo recuerda él mismo: "Con los franquistas ya en las puertas de Barcelona, la Dirección de Prensa y Propaganda, en Muniquer esquina Diagonal, dio la orden de evacuar. A las dos de la mañana, con un fondo de cañonazos abandonamos la ciudad. Íbamos en camiones, abarrotados, pero aquello era una gran suerte, pues miles y miles de criaturas salían a pie". Con él viajan también su madre y su hija. Quieren llegar a Figueras para cruzar la frontera, pero la situación es extrema también en Girona. "Como los bombardeos no paraban, en cuanto me fue posible embarqué a mi familia en unos camiones que evacuaban gente hacia la cercana frontera de Port Bou", le contó Ortiz a Antonina Rodrigo. Los hombres son trasladados al castillo de Figueras a la espera de nuevas instrucciones, y unos días después se ponen en marcha: caminan durante cinco horas –dice haber visto pasar camiones con cuadros del Museo del Prado– hacia Le Perthus, pueblo que une a España y Francia y que de la noche a la mañana se convierte en escenario de la huída masiva de refugiados hasta el 9 de febrero del 39, cuando pasa al control de Franco.
Manuel Ángeles y otros tantos consiguen cruzar, pero son detenidos por la Gendarmería francesa. El pintor tiene la suerte de haber visto poco antes a Nancy Cunard, activista británica que ayuda a escapar a numerosos españoles represaliados y actúa además como corresponsal de un periódico antifascista, el New Times and Ethiopia News. Ella le ha dado algo de dinero para que pueda escribir a Picasso y él le ha entregado una carpeta con dibujos. Justo después, trasladan a Manuel Ángeles y sus compañeros al campo de refugiados más cercano, un espacio improvisado por el gobierno francés para acoger a cientos de miles de refugiados que huían de la victoria fascista en España.
Picasso, el salvador de Manuel Ángeles
Ortiz es recluido en el campo de Argelès-sur-Mer, y poco después el de Saint-Cyprien. En una carta, los describe como un "horror de pesadilla". Francia, desbordada por este éxodo masivo, levanta cientos como estos dos. Con Manuel Ángeles acaban conviviendo hacinadas unas 100.000 personas en la zona norte de la playa de Argelès, rodeados de alambradas, en condiciones infrahumanas. Cunard los describe así: "Los campamentos se ejecutan con una disciplina de hierro que sería extrema hasta para los peores criminales de la sociedad". Allí, muchos duermen en el suelo por la falta de espacio, sufren un invierno "excepcionalmente frío" sin apenas ropa de abrigo y cavan hoyos en la arena de la playa para evitar el viento; se alimentan de pan y dos sardinas, la única ración diaria que les da el gobierno francés. "Algunos refugiados, al paso por tierras de viñedos, arrancaban cepas para hacer fuego con ellas, porque además de hambrientos íbamos mal vestidos", rememora Ortiz. Aquello no tardó en ir a peor: aparecen casos de disentería, raquitismo, tifus, sarna y conjuntivitis. Además, afirma el historiador Juan Carlos Losada, quien intenta escapar es retenido "por guardianes senegaleses que no dudan en disparar a matar contra cualquier fugitivo". Y Manuel Ángeles acusa a la prensa francesa de expandir ese odio: "Aprovechaba cualquier incidente para tratarnos de forajidos, de salvajes, a la vez que preconizaba nuestra expulsión de Francia".
Manuel Ángeles pasa 15 días de penurias y penas en el campo de Saint-Cyprien. Una canción que comienza a ser entonada a diario por los que viven allí refleja sus ánimos: "Somos los tristes refugiados / que de España llegamos / después de tanto andar / […] después de tanto luchar / contra el fascismo atrás / y en el campo de Argelès-sur-Mer / nos fueron a encerrar pa’ no comer. Pero al menos está acompañado: en el campamento coincide con Herrera Petere, García Lesmes, Rafael Dieste o Rodríguez Luna. En total, unos 500 escritores, artistas y músicos, según pudo saber Cunard a través de las encuestas difundidas por los altavoces del campo de refugiados. A los 15 días de reclusión, Picasso salva a Manuel Ángeles a través de otras tantas cartas: llegan al campo de refugiados una orden ministerial para su puesta en libertad, un giro postal y una carta del pintor malagueño en la que lee lo siguiente: "Amigo Ortiz, aquí le mando mil francos. Su madre y su hija están aquí, en París, en su taller de la Rue Vercingétorix. Cuando llegaron a la frontera me mandaron un telegrama y yo les mandé mil francos. Ayer fui a verlas y les di sus señas. Nos ocupamos de usted y de los otros, haciendo todo lo que podemos para sacarlos de ese infierno. Un abrazo de su amigo Picasso. Hasta pronto y escriba".
Manuel Ángeles, que muchos años después acabaría enmarcando esa carta, sale del campamento a las pocas horas de recibir su correspondencia y viaja en tren toda la noche hacia París. Después de 900 kilómetros, pisa la estación, donde le está esperando su buen amigo Picasso, que le acoge en su misma casa, y su madre y su hija. Ortiz siente que vuelve a su hogar: "Recuperé (el estudio de rue vercingétorix) una vez terminada la guerra de España cuando de nuevo me vine a Francia en febrero del año 39, esta vez como refugiado político". Pero no es esta la última vez que el malagueño ayudará a Manuel Ángeles. Muy pocos meses después de instalarse en la capital francesa, y habiendo participado con Picasso en una exposición de París por la defensa de los españoles exilados en dichos campos, Manuel Ángeles, ante lo que ha pasado en España y por lo que termina de empezar en Europa, fija su objetivo en Argentina, a donde le urge marchar. El 13 de julio de 1939 vuelve a escribir a Picasso, que recientemente se ha mudado con su mujer Dora Maar a la comuna de Antibes.
"Mándame un trozo de mar de ese que huele mucho a sal y pica en las ingles"
"Entrañable Picasso, adjunto te envío esta carta y te explico cuál es el motivo de ella. Hablé con [José Ignacio] Mantecón, que es uno de los componentes del S.E.R.E. [Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles], al que expliqué la conversación que tuvimos respecto a mi solicitud presentada, y me dijo que sería muy importante para la buena acogida de mi petición, puesto que tú estabas dispuesto a interesarte por ella, que ésta fuera avalada con una carta tuya dirigida al asistente del tal organismo posando mi instancia y concebida más o menos en los términos que, como ves, ha sido escrita. Si en la carta no encuentras nada que te sea extraño te agradeceré la firmes teniendo siempre en cuenta una exaltación de cualidades agradables. Sé lo mucho que te molestará esto, pero es muy importante lo que con ella me puedes beneficiar. Cuando la firmes remítemela incluyéndola en ese sobre dirigido a mí, y para que no se extravíe te ruego me la mandes certificada o por avión a la mayor brevedad posible pues es urgente. No sé aún nada de mí ida y las esperanzas son como parasoles en la bruma. Escríbeme y mándame un trozo de mar de ese que huele mucho a sal y pica en las ingles. Saluda a Dora. Te abraza entrañablemente Manuel Ángeles Ortiz".
Para entonces, la relación de admiración y amistad entre ambos es tal que suceden dos hechos trascendentales para la futura vida de Manuel Ángeles: ambos asisten en septiembre del 39 a la boda de la hija del pintor jienense, que se marcha a vivir a Bulgaria, y Ortiz deja a su madre a cargo de Picasso, quien parece ser que acepta de buen grado. El 17 de octubre, en Burdeos, da comienzo a su exilio en Buenos Aires, y de allí no vuelve hasta 1948. Ni el tiempo ni la distancia logran cortar el lazo íntimo que une a los dos artistas andaluces, que vuelven a trabajar y a disfrutar juntos tras el regreso de Manuel Ángeles. Tampoco se rompe la otra conexión, tan emocional y lógica como espiritual, que siente Ortiz con Granada, la que le regaló la vida, la que le dio y le quitó a Paquita, y que no ha pisado en casi 30 años. Su nuevo comienzo en la ciudad andaluza no tuvo más sentido que el que él le dio muchos años después, cuando la escritora, activista y cofundadora de la revista 'Mujeres Libres' Mercedes Guillén le preguntó qué era la pintura. A ello respondió así: "No lo sé. Hace años sí lo supe, o creía saberlo. Ahora no lo sé. Pero es muy posible que tenga que ver con Granada, que esté en relación con lo que para mí es Granada. Con esa transparencia de su aire, con el ruido y la gracia del agua, con el color".