TEMEN PERDER LA LIBERTAD QUE TANTO LES COSTÓ CONQUISTAR

Mayores homosexuales luchan contra la exclusión en residencias

A pesar de las conquistas conseguidas estos años, hay un colectivo gay que sigue siendo invisible, el de los mayores. No son pocos los casos de discriminación laboral e incluso en las residencias para la tercera edad. La 'Fundación 26 de diciembre’ lucha ahora por construir un centro para mayores LGTB, para que en su vejez no tengan que volver al armario.

Enrique tenía 16 años cuando se armó de valor para contarle a su familia que era homosexual. Ahora con 55 teme perder esa libertad que tanto le costó conquistar. “Lo mismo que hay homofobia en los chavales de 30 años, mucho mayor en la gente más adulta”, explica Enrique, miembro de la 'Fundación 26 de diciembre’.

Aunque desde entonces la sociedad ha cambiado, gays, lesbianas, transexuales y bisexuales mayores siguen siendo invisibles. En su caso, Enrique sufre una doble discriminación por la edad y por ser seropositivo, sobre todo en las residencias. “Las personas con enfermedades infectocontagiosas no pueden entrar, entonces nos queda la caridad”, declara Enrique.

José ‘Antígona’ fue una de las primeras estrellas del transformismo en España. Hoy, retirado de los escenarios y con 60 años, difícilmente se sostiene con la prestación de 426 euros que recibe del gobierno. “Actualmente me he dado cuenta de que no tengo Seguridad Social, no han cotizado por mí en ninguna empresa”, asegura.

Ambos forman parte de la ‘Fundación 26 de diciembre’, creada para ayudar a las personas LGTB en el tránsito a la tercera edad. Su primer proyecto es construir una residencia en la localidad madrileña de Miraflores de la Sierra. Algo parecido a la que hay en Rincón de la Victoria, Málaga, la primera residencia gay de España. Javier Checa, director de la residencia GayLife aifrma que “son 67 apartamentos de 42 metros cuadrados destinados al mercado de mayores gays”.

No quieren ser excluyentes, sino ocupar de una vez por todas su sitio. Como Elián García, artista retirado, que tiene 60 años. Durante el franquismo, la ley de vagos y maleantes le condenó hasta seis veces a prisión. “Llevo cinco años y medio esperando que se limpie mi nombre”, cuenta. Ellos fueron los primeros que abrieron las puertas de un pesado armario cargado de prejuicios. Hoy reivindican que también están orgullosos de ser mayores.

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