FAMILIAS QUE NO PUDIERON ENTERRAR A SUS MUERTOS

Accidente del Yak 42: una catástrofe que se pudo evitar y una "pésima" gestión

El 26 de mayo de 2003, 62 militares morían en el accidente del Yak 42, el avión en el que viajaban de vuelta a casa después de una misión de paz de cuatro meses en Afganistán.

En 2003 el modelo de avión Yakolev 42 acumulaba tres accidentes y 500 muertos. Tras el accidente se supo que los militares habían alertado de las malas condiciones de las aeronaves sin que sus quejas fueran atendidas.

"El Yak 42 era una tartana, los propios militares españoles se habían quejado ya 14 veces antes de que se produjera el accidente de las condiciones en las que estaban siendo trasladados desde España a Afganistán. Aunque le salía más barato al Gobierno, en realidad la seguridad era lo que no estaban revisando", explica Ramón Javier Campo, autor de 'Yak 42, honor y verdad'.

A la mayor catástrofe aérea del ejército español en tiempos de paz, se unió una pésima gestión de la identificación y repatriación de los cadáveres. "Se forzó el entierro de esas 62 personas en la base de Torrejón. El 28 de mayo de 2003 para llevarlos corriendo a ese entierro 30 de los muertos no estaban identificados", explica Campos.

El escritor cuenta que "lo peor de esta tragedia es que con estos 30 muertos no identificados no acertaron al enviarlos a sus lugares de origen y hubo que exhumarlos para identificarlos y entregarlos a sus familias".

Ana Pastor habla con una de estas familias, Amparo Gil y Paco Cardona, los padres de Francisco José Cardona, recuerdan como recibieron la noticia del accidente cuando esperaban en Zaragoza la llegada de su hijo al que habían ido a buscar: "Llegó el coronel de la base y nos confirmó que nuestro hijo había fallecido", explica la madre de una de las víctimas.

Los padres aseguran que las quejas sobre el estado de los aviones eran de sobra conocidas: "El avión era un desastre, todos los compañeros lo dijeron".

El enfado de las familias fue evidente en el funeral de Estado. Allí mismo vieron que unos féretros estaban identificados con chapitas grabadas mientras otros tenían cartones con los nombres: "Esos 30 féretros en el mismo avión los habían identificado aleatoriamente", cuenta Amparo Gil.

El cuerpo de su hijo fue entregado a otra familia que creyendo que era su familiar lo incineró y sus padres recuerdan emocionados que antes de irse a las misiones su hijo siempre les decía: "A mí incinerarme no, a mí enterrarme como esté que no quiero ser víctima de las llamas".

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