Lanzada por Estados Unidos

70 años de la primera explosión de una bomba termonuclear: así fue la detonación que borró una isla

En 1952, Estados Unidos detonó la primera bomba de hidrógeno de la historia en una isla remota del Pacífico.

Se cumplen 70 años de la primera explosión de la historia de una bomba de hidrógeno. Fue la primera detonación de este tipo de bomba nuclear, llamada también termonuclear. La detonó Estados Unidos en noviembre de 1952, en las islas Marshall, situadas en el Pacífico, para demostrar su fuerza durante la Guerra Fría.

En concreto, se calculó que la explosión fue 110 veces más potente que la de la bomba que habían lanzado siete años antes en Hiroshima. En el centro, se alcanzó una temperatura de 15 millones de grados, la misma temperatura que tiene el núcleo del sol. La bola de fuego llegó a medir más de seis kilómetros de diámetro y el hongo de la detonación, que se eleva hacia el cielo, alcanzó los 17 kilómetros de altura.

Ahora, la televisión pública Finlandesa ha recreado cómo pudo ser la explosión de esa primera bomba de hidrógeno a la que llamaron Ivy Mike. Según esta recreación, las plantas y árboles de esa isla comenzaron a arder en cuanto explotó la bomba nuclear, cuya onda expansiva tardó en llegar 18 segundos.

De esta forma, consiguió arrasar completamente con todo lo que se encontró. La bomba calcinó todo lo que había en mil kilómetros cuadrados, secando completamente la laguna donde se detonó y lanzando millones de gotas de agua y cal a la atmósfera.

Aquella bomba nuclear de Estados Unidos impactó en Atolón Eniwetak, una pequeña isla que después de la explosión desapareció completamente sin que sobreviviese nada de lo que allí había. El cráter que se formó mide casi dos kilómetros de diámetro y 50 metros de profundidad.

Ahora, las islas de alrededor se han convertido en el lugar del planeta con más radiación y son absolutamente inhabitables. La lluvia radiactiva que generó llegó a más de 11 mil kilómetros de distancia y la radiación acabó alcanzando a Australia, Japón e incluso al propio continente de Estados Unidos. Los isleños nunca han podido volver a lo que queda del lugar en el que vivían.

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