Brecha generacional

¿Democracia o prosperidad económica? El dilema descubierto por el CIS catalán que divide a jóvenes y mayores

Un sondeo en Cataluña revela un sorprendente dilema generacional: los jóvenes optan por la prosperidad económica sobre el sistema democrático, mientras que los mayores valoran la libertad por encima del bienestar material.

En un reciente análisis del periodista Ángel Villarino para 'El Confidencial', una pregunta formulada en el CIS catalán ha destapado una profunda división en la sociedad. La encuesta planteó una disyuntiva contundente a los ciudadanos: elegir entre un país democrático con limitaciones económicas o uno no democrático que garantice un nivel de vida adecuado. Los resultados arrojan luz sobre una marcada diferencia generacional: mientras que la juventud prioriza el bienestar económico sobre el sistema político, a partir de los 50 años, la balanza se inclina a favor de la democracia, mostrando cómo las prioridades cambian con la edad.

Este fenómeno encuentra su explicación en la disparidad económica entre las generaciones. Los mayores de 50 años, en términos generales, disfrutan de una situación económica más estable y segura, libres de las incertidumbres que asedian a los más jóvenes. Estos últimos, enfrentados a la volatilidad en el empleo y la vivienda, expresan un descontento con el sistema actual, cuestionando su eficacia para proporcionar una economía saludable. Esta brecha de experiencia y expectativa alimenta la disposición hacia opciones políticas menos democráticas.

Pero, ¿se reduce todo a la economía? Parece que no. Existe una palpable decepción con la democracia entre los jóvenes, quienes, a diferencia de sus mayores, no han vivido bajo regímenes autoritarios y critican abiertamente los fallos del sistema democrático actual: corrupción, polarización, y una percepción de abandono político. Esta desilusión con la democracia, combinada con la sensación de ser ignorados por las políticas gubernamentales, fomenta la apertura a alternativas políticas.

La perspectiva hacia el futuro permanece incierta. Sin capacidad de predecir el devenir, nos enfrentamos a un escenario bifurcado: por un lado, la esperanza de que las opiniones maduren y se alineen más estrechamente con los valores democráticos a medida que la gente envejece; por otro, el temor a un cambio de paradigma en las preferencias políticas de las generaciones venideras.

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