Comer y malvivir en tiempos de crisis

Yogures, carne, tortilla envasada. No hay lista de la compra. Tampoco tienen caprichos. Comen lo que ofrece el contenedor. Una montaña de comida recién desechada de los supermercados.

Todo comienza cuando, los supermercados, han echado el cierre y sacan los restos del día. Lo que otros no pagarían por comer, es su menú. Se convierten en aunténticos rebuscadores de comida, de contenedor en contenedor. Los hay que bajan con el carrito y hasta con sus hijos . Y todo sin ningún control sanitario.

Los propios límites al final los marca el hambre. En el último año han sido varias las asociaciones y partidos políticos, como Izquierda Unida, que han pedido que los supermercados no saquen a la calle contenedores con comida caducada o en mal estado. En Girona, directamente, han puesto candados

Eduardo Berloso, miembro de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Girona reconoce que "hay que procurar la salud pública dado que alimentos que han estado en contacto con desperdicios puede producir enfermedades".

Y así, cerrado a cal y canto el contenedor, ofrecen cestas con comida a todos los que rebuscan en la basura. Una alternativa al Banco de Alimentos, con el que algunos supermercados tienen acuerdos, pero que a día de hoy asegura no dar abasto. Tienen lista de espera de organizaciones y la demanda de comida ha crecido un 45% en plena crisis.

Ni siquiera los comedores sociales llegan a todos. Tampoco la ayuda europea. Ahora acaban de aprobar una partida de 3.500 millones de euros al fondo de alimentos para gastar entre 2014 y 2020. Pero no han aumentado el presupuesto y la realidad en la calle no cambia.

Cada vez más la hora del cierre de un supermercado equivale a la hora de la comida para otros. Para los que el hambre entraña más de un riesgo. Porque unido al no tener dinero, en ciudades como Madrid hasta se arriesgan a multas de 750 euros por considerar comida lo que otros tiraron a la basura.