Una historia de auténticos espías

No solo fue a Bárbara Rey: viaje a la España de los 90 en la que el CESID espió a mansalva

Columnas de la Historia laSexta columna ahonda en los diarios del jefe de los espías de la época, Emilio Alonso Manglano, para reconstruir cómo el poder se movió entre las sombras para tapar sus vergüenzas o destapar las del contrario.

Los reyes, normalmente, tienen cara de sello o de moneda (e incluso pueden funcionar como ello): están en todos lados, valen mucho, pero no suelen hablar. Por eso gusta tanto escuchar las conversaciones de un rey a puerta cerrada, cuando cuelga la corona en el perchero, cuando comenta con su "cariño" -Bárbara Rey, en este caso- las cosas de ser rey; cosas que en público, evidentemente, no contaría: que si su mujer no le deja hacer alguna cosa, que si los hijos le dan disgustos, que si tiene que hacer frente a golpes de Estado y su antiguo preceptor, el general Armada... Y, claro, eso puede tener consecuencias.

Esta misma semana, Bárbara Rey ha reconocido que se preparó ella sola un gabinete de escuchas en la Tienda del Espía, lo que para la vedette supondría una especie de seguro de vida en forma de cintas. El porqué de actuar así lo cuenta Miguel González, periodista de 'El País' en aquella época: "Agentes del CESID entran en su casa haciéndose pasar por técnicos de electricidad o de televisión. Se meten hasta la cocina y revisan la casa. Ella llega a poner una denuncia ante la Guardia Civil". Pero lo cierto es que las habilidades de Rey para hacer hablar de cuestiones clave a Juan Carlos I, para soltar su lengua real, se quedaron cortas.

En esa época, a principios de los años 90, había por ahí auténticos profesionales con orejas más afiladas. Profesionales que escuchaban al rey, sí, pero también a políticos, empresarios o periodistas. Nadie que tuviera móvil en ese momento estaba libre de que le escucharan. Y quien sufría esta audiomanía era el CESID -el servicio secreto español de entonces-, que, además de buscar espías o terroristas, tenía gente dedicada a oír con mucha atención lo que decía la gente poderosa. El juez del caso, Perfecto Andrés Ibáñez, ofrece alguna pista: "Hubo un industrial de Madrid que comentó que él, en aquella época, tenía una relación extramatrimonial de la que su mujer había tenido conocimiento por la prensa, precisamente en virtud de una de las grabaciones".

¿Para qué quería el antiguo CNI esta cintateca con las grabaciones más relevantes de la época, desde Adolfo Suárez hasta Ramón Mendoza, pasando por José María Ruiz Mateos? El periodista Pedro J. Ramírez, uno de los espiados, se aventura con una respuesta en el caso de Juan Carlos I: "El CESID de Manglano (Emilio Alonso Manglano, quien dirigió entre 1981 y 1995 los servicios de inteligencia españoles) hizo dos cosas: uno, facilitar, proporcionar la cobertura para que el rey tuviera esos encuentros; y dos, intentar evitar por todos los medios que los vídeos, los audios, los detalles de esas citas salieran a la luz. Comprar el silencio de Bárbara Rey, algo verdaderamente bochornoso".

El también periodista Juan Fernández-Miranda lo confirma: "Manglano dijo que era un chantaje y puso en marcha un gabinete de crisis del que forma parte gente de la Casa del Rey, con algún empresario amigo del monarca, gente del CESID y alguna persona más, para tratar de frenarlo. ¿Cómo lo hizo? Pagando 25 millones de pesetas y algo más, y además dándole (a Rey) contratos en Televisión Española". Pero la cosa se fue de madre.

Perote entra en escena

Un espía cabreado (y según algunos, levemente corrupto) se llevó unas cuantas copias de estas delicadas grabaciones cuando lo echaron del CESID. Se llamaba Juan Alberto Perote. Poco después de hacerlo, las cosas (judiciales) se pusieron complicadas para él. Jesús Duva relata cómo le detuvieron: "En un momento, pero que fue cuestión de segundos, llamaron a la puerta de la casa del coronel (Perote era militar). Rápidamente le sacaron y le metieron en un Jeep". Como Perote es una persona con recursos, tiró de contactos hasta llegar a Mario Conde, quien también, por lo que sea, tenía problemas con la justicia.

El abogado de los dos, de Mario Conde y de Alberto Perote, se pasó por Moncloa con estos audios en la mano -además de algunas 'cosas' sobre guerra sucia contra ETA- para advertir al entonces presidente del Gobierno, Felipe González, de lo que podría pasar si sus clientes terminaban en la cárcel. Conde y Javier de la Rosa (otro empresario conocido por verse salpicado por grandes escándalos) sabían mucho de estos chanchullos. Lo explica el periodista Manel Pérez: "Fueron los grandes creadores de unas redes de operativos ilegales de grabaciones, seguimientos, extorsiones, fotografías de personas; primero, para hacer negocios; y luego, para torcer la voluntad del Estado intentando que la judicatura y que los poderes políticos se rindieran".

No parece que funcionara la advertencia (hay quien lo llamaría chantaje) de Conde. Lo que se sabe hasta ahora es que, cuando se publicaron algunas de estas escuchas, a quienes les costó el puesto fue al director del CESID, Manglano, al ministro de Defensa García Vargas y al vicepresidente del Gobierno Narcís Serra. "Todo el mundo tiene claro que el CESID depende de Narcís, siendo ministro al principio y vicepresidente después, y que Julián García Vargas pasaba por allí", aclara el periodista Miguel González.

El año siguiente, en 1996, el PSOE perdió las elecciones. En laSexta Columna viajamos a esa época de los móviles calientes, cuando hablar por celular era caro y podía costarte aún más si te descuidabas.