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UN PROBLEMA DE CABEZA DIGITAL

El problema de las fake news se pasa a WhatsApp (y es mucho peor)

Las fake news han pasado de problema digital a dolor de cabeza severo en el mundo real, sobre todo desde finales de 2016. Tanto es así que en 2017 el Diccionario Oxford la escogió como palabra del año. Así ha marcado.

WhatsApp WhatsApp

Hasta ahora, las fake news estaban centradas en Facebook, a cuyos directivos y empleados se les ha atribuido la principal responsabilidad de luchar contra ellas aplicando soluciones técnicas y de revisión humana, algo que a la postre convierte a la red social en un medio de comunicación, sin labor creadora pero sí responsable de la difusión de contenidos hasta un punto en que requiere la labor editora.

Ahora este fenómeno se extiende. Y con mala pinta. Esta semana hemos visto cómo una turba enfurecida asesinó a dos hombres inocentes en India. La culpa de la confusión, un bulo viralizado en WhatsApp que les acusaba de ser secuestradores de niños.

Más allá de la necesidad de repasar el estado social de un país con el peligro de actuaciones callejeras así, también se dibuja un escenario en el que las cadenas de WhatsApp son un nuevo y enorme peligro que puede propiciar situaciones como esta, si no desencadenando muertes, sí al menos acarreando situaciones de riesgo o de perjuicio sin que tenga que acabar en asesinato.

El problema mayor es que la solución técnica para luchar contra las fake news en WhatsApp es mucho más compleja y de peor factura que la de Facebook. Facebook es un espacio social abierto, aunque tengamos candados en nuestro perfil; la difusión sigue una cadena que deja llegar al inicio, hay multitud de áreas de libre acceso para cualquiera donde se quedan registrados los datos de sus participantes o miembros.

En WhatsApp tenemos exactamente lo opuesto: microentornos cerrados -conversaciones de dos y pequeños grupos-, pérdida del rastro mediante el cual las cadenas se van reenviando. Una pesadilla para cualquiera que quiera intervenir de alguna forma las comunicaciones o las transmisiones de ciertos contenidos.

A botepronto, las únicas soluciones parciales que podría asumir Facebook, propietaria de WhatsApp, podrían ser las siguientes:

Un ‘check’ que verifique las noticias de medios de comunicación validados por la empresa, ausente en otros medios sin certificar. Así los receptores de mensajes podrían ver de forma rápida si esa noticia es sospechosa de ser falaz o no. Válido para URL’s.

Avisos y solicitudes de verificación a la hora de reenviar mensajes en cadena. Simplemente pedir a la persona emisora si está segura de que quiere reenviar ese mensaje, y si está segura de si su contenido es veraz y no contiene falsas acusaciones. Válido para texto plano.

De momento no hay mucho más. La arquitectura de WhatsApp es la que es, y aunque inicialmente estaba pensada para simple e inocente mensajería instantánea, lo que está pasando recientemente con Facebook -tanto las fake news como el caso Cambridge Analytica y similares- es una muestra del nivel de perversión al que pueden llegar ciertos sectores de usuarios e incluso de la propia empresa por su inacción.

Mientras llegan esas soluciones mágicas, no está de más recordar que todavía estamos en una fase temprana del uso de estos servicios, y no sabemos a dónde nos pueden llevar, igual que no imaginábamos en 2009 que aquellos tests de personalidad tan divertidos iban a acabar pululando lustros después por ordenadores de terceros revelando cómo pensamos y sentimos. Y andarnos con ojo con lo que leemos en WhatsApp.

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