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UNA COSTUMBRE ARRAIGADA
Es una costumbre que lleva años acompañando a muchos propietarios de un iPhone. Es instintivo, inconsciente, casi una manía: antes de bloquear el teléfono, cerrar todas las aplicaciones de forma forzosa hasta dejar la lista de las que se quedan en segundo plano a cero. ¿Tiene fundamento o es una rutina sin sentido?
Hace unos meses el mismísimo Craig Federighi, vicepresidente de Software en Apple, fue claro a la hora de valorar la práctica de cerrar las apps en iOS: desaconsejó hacerlo porque no sirve de nada. ¿En qué se fundamenta? En el funcionamiento del sistema operativo: está diseñado para ser capaz de congelar una aplicación por completo, sin que consuma ni un solo recurso.
En principio, eso debería hacer que se deje de hacer lo del cierre forzoso, ya que se fundamenta en el temor a que el iPhone funcione más lento, o a que la batería dure menos, por dedicar recursos al segundo plano.
Algunas pruebas de velocidad con la multitarea activada, al menos en modelos muy recientes, avalan la tesis de Federighi: el sistema no se resiente y es extremadamente ágil a la hora de ejecutar aplicaciones y juegos. En el caso de un iPhone 7 Plus, incluso de forma más eficiente que un Galaxy S8 varios meses más reciente.
No obstante, en alguna ocasión se ha visto que el sistema ha trastabillado y sí se ha dado un consumo de recursos inusual, como la batería, desapareciendo la autonomía que le quedaba al iPhone en poco tiempo. No es común, así que tampoco debería preocupar demasiado.
¿Cuándo sí es buena idea forzar el cierre de aplicaciones? Básicamente cuando una app no responde o se queda trabada porque si salimos sin más, al volver a abrirla seguirá en el mismo estado. Lo mejor es cerrarla directamente y empezar de cero con ella. El resto, leyenda urbana.