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BIENESTAR Y SALUD
El descubrimiento permitirá usar este tipo de intervenciones en diversas condiciones vinculadas al dolor crónico.
Los beneficios del ejercicio físico son numerosos, tanto en nuestro estado físico como en el mental. En este último aspecto, la actividad física ha demostrado ser una intervención no farmacológica comúnmente recomendada para prevenir y tratar una variedad de condiciones de dolor crónico.
Al mismo tiempo, se ha detectado que la prevalencia de dolor crónico y molestias musculoesqueléticas disminuye con niveles más altos de este tipo de rutinas. De hecho algunos estudios señalan una respuesta inhibidora del dolor inmediatamente después de una sesión intensa de ejercicio. Este fenómeno se conoce como hipoalgesia inducida por el ejercicio (EIH, por sus siglas en inglés).
El problema es que hasta ahora los análisis que sugerían el uso de actividad física para paliar el dolor crónico se habían realizado en grupos pequeños y de personas jóvenes y saludables. Ahora, un nuevo estudio, publicado en 'PLOS One' ha analizado a más de 19.000 voluntarios.
El estudio fue liderado por Anders Årnes, del Hospital Universitario del Norte de Noruega, y utilizó datos de los niveles de actividad física informados por los participantes y sus niveles de tolerancia al dolor, según lo evaluado en una prueba que implicaba sumergir la mano en agua fría.
Durante la prueba, se pidió a los participantes que mantuvieran la mano abierta y relajada con la mano y la muñeca sumergidas en agua helada durante el mayor tiempo posible, hasta un tiempo de tolerancia máximo de 120 segundos. Los voluntarios podían quitar la mano cuando quisieran.
El análisis estadístico de los datos mostró que los participantes que reportaron ser físicamente activos tenían una mayor tolerancia al dolor que aquellos que reportaron un estilo de vida sedentario. Por su parte lo voluntarios con niveles de actividad más intensa tenían una tolerancia al dolor aún más alta.
Si vamos a las cifras directamente, mientras los participantes del extremo más activo llegaban a los 120 segundos, el promedio de los sedentarios no pasaba de los 55 segundos.
Teniendo en cuenta los resultados, el equipo de Årnes sugiere que impulsar la actividad física podría ser una estrategia potencial para aliviar o evitar el dolor crónico. Además, cambiar la rutina física de niveles más bajos a más altos podría estar asociado con una mayor tolerancia al dolor.
En este sentido no importaría tanto el tiempo de la actividad como la intensidad con la que se lleve a cabo. A eso hay que sumarle que los efectos, según los resultados del estudio, serían en parte independientes del paso del tiempo. Al menos hasta llegar a los 60 años aproximadamente.
Teniendo en cuenta que se ha sugerido que la tolerancia al dolor afecta el riesgo o la gravedad del dolor crónico, estos resultados podrían sugerir que el aumento de los niveles de actividad física como una posible vía no farmacológica para reducir o prevenir el dolor crónico.
Si bien los autores concluyen que "mantenerse físicamente activo con el tiempo puede beneficiar su tolerancia al dolor. ¡Haga lo que haga, lo más importante es hacer algo!", el sentido de esta afirmación tiene muchas aristas.
Las personas que han llevado una vida sedentaria pueden tener mayores posibilidades de experimentar dolores crónicos pero los resultados de este estudio no deberían impulsarlos a llevar a cabo rutinas físicas de alta intensidad sin experiencia previa.
Los grupos comparados en el estudio, tres en total, estaban formados por sedentarios y activos físicamente, solo que en este último grupo se distinguían los que realizaban actividades físicas moderadas e intensas. Perseguir un tratamiento no farmacológico buscando la intensidad, puede producir consecuencias cardiovasculares, óseas y musculares que terminen siendo contrarias al objetivo que se persigue. Lo más recomendable, por lo tanto, es acudir a nuestro médico y comenzar con un aumento lento de la intensidad.