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CUANDO LLEGUE EL GRAN APAGÓN…
Un abrir y cerrar de ojos. No se necesita más para que todo nuestro mundo tecnológico se apague o, en el mejor de los casos, se ponga en suspenso. Y es que, como nos demuestra la Historia, cuando el Sol estornuda, la Tierra se constipa.
Un poco antes del mediodía del 1 de septiembre de 1859, Richard Carrington subió al pequeño observatorio que había creado en Redhill, al sur de Londres. La astronomía era una de esas aficiones de aristócrata inglés que tanto bien hizo por la ciencia en el siglo XIX. En su caso, y lo largo de siete años y medio, reunió 5,290 observaciones del Sol... pero aquel día pasaba algo raro.
Desde hacía unos días, cada vez había más manchas negras en el Sol. Carrington estaba haciendo un mapa de ellas para documentarlas con detalle cuando, de repente y ante sus ojos, una llamarada blanca salió de la superficie.
Diecisiete horas más tarde, las auroras (que ya se habían visto al norte de Queensland) iluminaron buena parte de América desde Ellesmere hasta Colombia. Tan brillante fue la luz que muchos creyeron que acababa de amanecer.
Miles de personas quedaron sobrecogidos por el espectáculo aureal. El 'Diario de Menorca' publicaría el día 4 de septiembre que "anteayer a hora avanzada de la noche vio una persona fidedigna dos auroras boreales, que si bien eran más diminutas que la que vimos años atrás, no dejaron de causar un efecto maravilloso". El 'Baltimore American and Commercial Advertiser', así como innumerables periódicos, diarios de abordo o crónicas locales de la época también lo recogieron: "Aquellos que se encontraban la noche del jueves tuvieron la oportunidad de ser testigos de otra magnífica exhibición de las luces de la aurora. El fenómeno fue muy similar a la de la noche del domingo, aunque a veces la luz era, si es posible, más brillante, y las tonalidades más variadas y magníficas".
En algunos lugares debió ser sobrecogedor. Hay un testimonio recogido por el 'Mercury Charleston' de Carolina del Sur que explicaba que "el mar reflejaba el fenómeno, y nadie podía mirarlo sin pensar en el pasaje de la Biblia que dice 'el mar se convirtió en sangre'. Las conchas de la playa, que reflejan la luz, parecían ascuas en una hoguera".
Pero tras el espectáculo, llegaron los problemas. Esa noche, los telégrafos dejaron de funcionar. Salían chispas de las máquinas y líneas de tensión. Desde el 28 de agosto, los telégrafos de Norteamérica ya habían comenzado a hacerlos visibles. En Pittsburgh, un telegrafista comentó que la corriente que iba por los cables era tan fuerte que estaban a punto de fundirse.
No era la primera vez que las tormentas solares 'interactuaban' con los telégrafos, pero nunca se había visto nada igual. Cuando los telegrafistas llegaron a sus puestos de trabajo el 2 de septiembre, era imposible transmitir o recibir ningún mensaje. Curiosamente, en lugares menos afectados, la energía que llevaban los cables era tal que se podían enviar mensajes sin usar las baterías.
¿Y si pasara hoy?
El evento de Carrington fue la mayor tormenta solar de la que tenemos constancia, o al menos, la mayor que ha golpeado la magnetosfera de la Tierra en la era electrónica. No lo recordamos como uno de los eventos más caóticos de la historia porque el telégrafo, el llamado "internet victoriano", sólo estaba dando sus primeros pasos. Había cosas que ya se habían empezado a vehicular a través de él, pero el mundo permanecía aún felizmente desconectado.
Hoy no pasaría esto. En 2008, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos decidió estudiar qué pasaría si un nuevo evento de este tipo impactara contra la Tierra. Sus conclusiones fueron muy claras: una tormenta similar a la de 1859 produciría graves interrupciones en el metabolismo social y económico del mundo. Las redes energéticas, los dispositivos electrónicos, los satélites (comunicaciones, GPS…) se verían muy afectadas y, dependiendo del impacto y la potencia, puede ser que destruidas por sobrecarga.
En el mejor de los casos, los daños se estiman entre uno y dos billones de euros. Pero los problemas sociales del 'gran apagón' en un contexto como el actual podrían ser estremecedores porque todas nuestras redes logísticas, energéticas e informativas dependen críticamente de internet.
¿Sería el fin del mundo? No, no lo sería, o eso se cree. Los gobiernos de todo el mundo llevan años trazando planes de contingencia y, ante un suceso como este, los mecanismos que se activarían conseguirían moderar los efectos del evento, asegurar los suministros y trabajar en la reconstrucción. Pero para ello debemos estar preparados. También, y sobre todo, los ciudadanos.