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SU LUZ NOS DA MUCHA INFORMACIÓN
En una noche oscura y despejada, si nos fijamos bien, podremos apreciar ciertas tonalidades en el titilar de las estrellas. El color de la estrella lo primero que nos indica es algo fundamental: su temperatura superficial.
El color que nos ofrecen las estrellas se podría comparar con la forja del hierro por parte de un herrero. Imaginemos que nuestro herrero particular no está forjando el hierro. Lo que emitiría en base a su color superficial: no ofrecería luz, o mejor dicho, no brillaría en el espectro visible, pero sí en el infrarrojo. Esto quiere decir que una estrella fría como un hierro sin forjar no emitiría luz en el visible, sino que lo haría en alguna de las bandas del infrarrojo.
Dicho de otro modo, la astronomía infrarroja se encarga de analizar el universo frío, como por ejemplo planetas, polvo interestelar y demás objetos que no emiten luz propia.
Cuando el herrero empieza la forja, el hierro se comienza a calentar y su color cambiará: pasaríamos del infrarrojo al espectro visible, adquiriendo un brillo apreciable a simple vista. Su luz la emplazaríamos en el lugar menos energético del espectro visible a simple vista, o lo que es lo mismo, las estrellas más frías detectables en el espectro visible: las enanas marrones, con una temperatura superficial de unos 1500 K. Una de ellas es la descubierta por el español Rafael Rebolo en 1995 dentro del cúmulo de las Pléyades (R. Rebolo et al. 'Discovery of a brown dwarf in the Pleiades star cluster', Nature 377, 129 - 131)
Si el herrero sigue forjando, el hierro tendería a volverse rojo. La estrella más cercana que tenemos, Proxima Centauri, es una enana con este color, lo que indica que su temperatura superficial es de unos 3000 K sería una de estas estrellas rojas. Pero no es cuestión de tamaño, ya que la supergigante roja Antares, en la constelación del Escorpión, tiene una temperatura similar: 3500 K.
Transcurrido un tiempo forjando, la tonalidad del hierro se iría tornando al amarillo, como nuestro Sol, cuya temperatura superficial es de unos 5800 K. La Estrella Polar tiene un color similar, aunque tendiendo ligeramente al blanco. Por lo tanto, su temperatura es ligeramente superior: 7000 K.
Aunque una estrella realmente blanca, que sería el siguiente color en la forja del hierro, es Procyon B, una enana blanca situada en la constelación del Can Menor cuya temperatura superficial es de 7700 K.
Cuando el hierro llega al blanco, le ocurre una cosa muy particular: se funde. Pero si suponemos que el hierro no funde y lo seguimos forjando, el siguiente color que veríamos sería el azul. Primero un azul claro, como el de la estrella supergigante Bellatrix, la tercera en brillo de la constelación de Orión marcando el hombro izquierdo del cazador. Su temperatura se nos dispararía a los 21000 K.
Y si hablamos de las azules oscuras, nos iríamos a Hadar, la segunda estrella más brillante del centauro y la décima de nuestro cielo. Catalogada como una gigante azulada, su temperatura superficial es de 25000 K. Más allá del azul, entraríamos en el universo ultravioleta que desaparecería del espectro visible.
Como ves tan sólo analizando el color de una estrella podemos saber su temperatura superficial, y si esto lo combinamos con la masa de la estrella, ya podemos saber en qué etapa de su vida se encuentra: cuánto ha vivido, cuánto le queda y cómo morirá (si como supernova o como nebulosa). El diagrama Hertzprung-Russell o diagrama HR nos ofrece esa relación, siendo una herramienta muy potente en el ámbito de la astrofísica en general y de la evolución estelar en particular.
Al fin y al cabo, de las estrellas sólo nos llega la luz, y veis que nos puede proporcionar datos muy importantes para comprenderla.