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EL MIEDO AL CASTIGO INFLUYE MÁS QUE EL ESTÍMULO CEREBRAL
Un experimento llevado a cabo con jóvenes universitarias revela que aplicar corrientes en la zona cerebral que controla el cumplimiento de normas sociales no ofrece unos resultados homogéneos. En toda acción, influye enormemente el contexto, no sólo la estimulación física.
Si el titular te ha sonado raro, aguarda a la presentación del experimento: un profesor suizo de Economía (no de otro campo ni de otro país) reunió a un grupo de estudiantes universitarias que voluntariamente aceptaron que les aplicaran electricidad en el cerebro, les dio dinero y les amenazó con castigarlas. El objetivo: observar si la estimulación cerebral contribuye a un mejor cumplimiento de las normas sociales.
Respira, que seguimos.
El estudio se basa en anteriores investigaciones según las cuales se ha comprobado a través de resonancias magnéticas craneales que hay un área concreta del cerebro que rige la voluntad a la hora de acatar o no determinadas normas sociales. Ya sabes, esas que de niños nos saltamos a la torera y que vamos aprendiendo con la edad (algunos más que otros, todo hay que decirlo).
La zona en concreto es el cortex prefrontal derecho (rLPFC por su abreviatura en inglés). Al parecer, ese área del cerebro se 'activa' cuando decidimos cumplir lo establecido. ¿Y cómo se aprende eso? Como respuesta al castigo, no necesariamente físico, que conlleva el aprendizaje. Por ejemplo, el aislamiento social es una forma de castigo (alguien maloliente, agresivo o gritón suele a ser arrinconado y esquivado por los demás, lo que supone un servero correctivo en términos sociológicos).
Total, que cuando aprendemos qué es lo socialmente aceptable y qué no lo es, el rLPFC se encarga de soltar una alarma para 'obligarnos' a hacer lo correcto para evitar algo desagradable. Obviamente, el contenido de esa norma a respetar y el posible castigo a recibir dependerá del lugar en el que vivamos, nuestra edad y de la importancia de la norma infringida. El contexto social, vaya.
Con estas ideas sobre la mesa Christian Ruff, el profesor de economía de la Universidad de Zurich antes citado (del departamento de Neurociencia, eso sí), hizo una prueba económica: juntó a jóvenes a las que había estimulado eléctricamente esa zona con jóvenes a las que no, dándoles a las primeras cierta cantidad de dinero que tenían que repartir con las segundas. Si éstas consideraban que el dinero recibido era poco, tenían libertad para tomar lo que quisieran, por lo que había un 'castigo' implícito en el juego.
A través de la investigación se observó que las estudiantes que habían sido estimuladas tenían una tendencia mayor a repartir su dinero más generosamente, dando cerca de la mitad a su compañera, mientras las otras, no sujetas a posible 'castigo' alguno, no reaccionaban así.
Entonces, la electricidad funciona ¿no?
No exactamente: la variable que 'manda' resulta que no es la del estímulo cerebral, sino la del castigo: una estudiante 'estimulada' y amenazada da más que una estudiante sin estimular y amenazada, pero una estudiante 'estimulada' y sin amenaza da menos que una sin estudiante con ambas variables activas.
El experimento se repitió de una forma no presencial, sino a través de ordenador… y los resultados variaron en cantidades (enfrentar el castigo de forma presencial tuvo mayor efecto que de forma virtual) pero las tendencias fueron las mismas.
Así que, en teoría, el miedo al castigo y el reto de enfrentarse presencialmente a quien te puede castigar tiene mayor influencia que la estimulación artificial del área cerebral que controla tu comportamiento social. En cualquier caso, esa electroestimulación no funciona como un interruptor que activa el buen o el mal comportamiento, sino que facilita una u otra tendencia, aunque de forma no inmediata y siempre condicionada al contexto.
La buena noticia de esto, que el deseo de respetar la ley es mayor que la acción física, lo que es fantástico en clave de derechos humanos. La mala, que en términos científicos el deseo de ser corrupto parece incurable.