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UN DESCUBRIMIENTO CUESTIONA LAS TEORÍAS SOBRE NUESTRA ESPECIE
En agosto de 2005, en un lugar a medio camino entre Europa y Asia, un cuarentón al que apodan Maestro se topó con el tesoro de su vida. Entre la tierra del yacimiento de Dmanisi, en Georgia, Giorgi Nioradze descubrió la parte superior de un cráneo. Pronto se le unieron otros arqueólogos y las excavaciones se prolongaron durante días hasta que, por fin, dos cuencas vacías emergieron del terreno.
“Recuerdo cómo se fue descubriendo aquella mirada poco a poco, parecía como si el cráneo tuviese el ceño fruncido, nunca he visto nada igual”, recuerda la paleoantropóloga española María Martinón-Torres, que tuvo la suerte de estar en Dmanisi aquel verano de 2005.Aquella mirada ceñuda quedó completada con un hallazgo sin igual: el cráneo completo, casi intacto, de un ancestro humano que vivió hace 1,8 millones de años. Después de cumplir el rito habitual (brindar con champán derramando un poco sobre la Tierra para honrar a los antepasados), el precioso cráneo fue llevado a la capital y su descubrimiento pasó a un inquietante limbo. Nadie proclamó haber descubierto el cráneo más antiguo y completo de un homínido, ni ninguna revista científica se hizo eco del hallazgo. “En nuestro mundillo sabíamos que el cráneo existía, pero a veces me tenía que reafirmar preguntando a otros compañeros ‘¿tú también lo viste, verdad?”, recuerda Martinón-Torres.
“Este es el cráneo más antiguo y completo de un ancestro humano que se ha hallado nunca”, explica a Materia, David Lorkipanidze, investigador del Museo Nacional de Georgia y miembro del equipo que desenterró el fósil. “Solo existen cosas comparables en la Sima de los Huesos de Atapuerca y allí los cráneos son mucho más recientes, de hace unos 400.000 años”.
¿Quién era aquel ancestro humano? Su complexión apunta a que fue un macho con el que a pocos les gustaría identificarse. Medía un metro y medio y tenía un cerebro muy pequeño incluso para los estándares de su especie (546 centímetros cúbicos, más o menos la mitad que un humano actual). Su cara en cambio era enorme, muy simiesca y alargada, con grandes dientes y unos arcos de las cejas marcadísimos. Aquella complexión ceñuda era una rareza, incluso comparada con los restos de otros cuatro erectus que vivieron en Dmanisi. Por eso es aún más sorprendente la conclusión que los expertos sacan de este cráneo: los primeros miembros del género Homo, el nuestro, pertenecían todos a una misma especie.“Era similar a cómo en los humanos de hoy hay varias razas, pero solo una sola especie”, explica Lorkipanidze.
Hasta hoy la historia oficial de nuestros orígenes era muy diferente. Allí donde se encontraba un fósil de un homínido solía proclamarse el descubrimiento de una nueva especie. Así sucedió con el Homo habilis, una versión aún más primitiva del erectus que vivió (entre los árboles y el suelo) en Kenia. O con el Homo ergaster, la versión africana del erectus. O con el Homo rudolfensis, que según algunos debería ser sacado del árbol genealógico de los Homo junto al habilis.
El nuevo cráneo llega para unir a todas esas especies. El macho de Dmanisi es mucho más corpulento que sus congéneres, sus facciones más marcadas y primitivas y su cerebro más pequeño, pero, aún así, los rasgos de los cinco homínidos del yacimiento georgiano entran perfectamente dentro de la variación aceptable en una misma especie. Lo mismo sucede al comparar estos restos con los de los rudolfensis, habilis y ergaster: todos una misma especie con variaciones que no son mayores que las que hoy en día hay entre homínidos como los chimpancés o los sapiens. “Al final todo pertenece al mismo linaje de Homo”, resume Lorkipanidze.
Pero este mensaje de unidad que tanto nos acerca a nuestros ancestros no convence a todos. “Es difícil de mantener que pudiera existir una misma especie transcontinental que se mantuviese un millón de años sin cambiar a no ser que se congelase la biología”, opina Martinón-Torres, investigadora del Centro Nacional de Investigación Sobre la Evolución Humana que ha estudiado en detalle los dientes de los homínidos de Dmanisi. El nuevo cráneo que tanto le sorprendió por su mirada y más en concreto sus dientes, son simplemente demasiado diferentes como para pertenecer a una misma especie. La experta apunta que tal vez el macho de Dmanisi y el resto de los homínidos fuesen en realidad dos grupos que pudieron vivir en el mismo lugar pero separados por más de 10.000 años. Esta, resalta, es la posibilidad que un equipo español determinó en un estudio sobre los niveles de terreno de Dmanisi. Otro trabajo español apuntaba que las herramientas de piedra halladas en el yacimiento georgiano eran demasiado diferentes entre sí como para pertenecer a un solo grupo.
Una tarde de tormenta
“Esta clasificación le haría la vida mucho más fácil a la gente si fuera verdad”, bromea Fred Spoor, investigador del Instituto Max Planck de Biología Evolutiva, que no cree que todos los Homo fuesen en realidad uno solo. En 2007, Spoor presentó dos nuevos cráneos de Homo habilis hallados en Kenia que, según su equipo, demostraban que aquellos homínidos eran una especie diferente a erectus y resaltaban que ambas especies eran diferentes a pesar de haber vivido en la misma zona de África durante medio millón de años. Según Spoor, la comparación que ha hecho Lorkipanidze entre los cráneos africanos y los georgianos es “tosca” y se ha limitado “a mirar por encima” la forma general de los cráneos. Si se entra en detalle, dice, se ve que el cráneo de Dmanisi tiene rasgos únicos de los erectus, entre ellos la parte posterior del cráneo algo angulosa y, sobre todo, ese arco de las cejas proyectado hacia afuera que tanto sorprendió aquel verano al sobresalir del terreno.
La tarde que Maestro y el resto del equipo de Dmanisi lograron por fin sacar el cráneo de la tierra amenazaba lluvia, mucha lluvia. “Los arqueólogos sacaron el fósil delante de los periodistas de la prensa local”, recuerda Jordi Agustí, investigador del IPHES, que estaba allí aquel día. “Fue un momento casi mágico; un miembro del equipo sacó el fósil de la tierra y justo entonces estalló una tormenta que acabó por anegar el yacimiento”, resalta. Para Agustí, los homínidos de Dmanisi son un punto y seguido. Una versión primitiva, previa, al erectus evolucionado.
Llegado un punto, las diferentes facciones se unen. Todos los consultados coinciden en apuntar a erectus como la especie que dio origen a la nuestra. En algún momento, un grupo de estos homínidos que vivían en Asia o tal vez en Europa, volvieron a África para seguir desarrollando cerebros más grandes y sociedades más complejas hasta dar lugar al Homo sapiens. Este camino hasta nuestra especie bien pudo pasar por España. Aquí, en la sierra burgalesa de Atapuerca, vivió un humano más evolucionado que los erectus y menos que el sapiens: el Homo antecessor. “Antecessor era ya bastante parecido a los humanos modernos y podría muy bien ser el candidato”, concluye Spoor. Pero para demostrarlo hará falta encontrar, como no, otro cráneo excepcional.