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A mediados de los noventa, en el Reino Unido, empezaron los ensayos clínicos para probar la eficacia de una molécula frente a la angina de pecho. En aquellas primeras pruebas los científicos no observaron grandes mejoras en los pacientes, pero se percataron de que producía erecciones notables. En 1998, dos años después de patentar el fármaco, bautizado como Viagra, Pfizer ya ganaba mil millones de dólares anuales por aquel descubrimiento de chiripa.
Normalmente, los efectos secundarios se consideran algo negativo, pero en el caso de la Viagra le supuso unos enormes beneficios a la farmacéutica. Reciclar fármacos es una manera de conseguir nuevos usos para viejos fármacos. Eso es lo que han tratado de hacer investigadores de la Universidad Johns Hopkins, que crearon un catálogo de 2.687 fármacos entre los que buscó sustancias con las que combatir la malaria, una de las enfermedades más letales que existen. Finalmente, encontraron una en el astemizol, un medicamento empleado para combatir las alergias.
Si la viagra es un ejemplo del potencial comercial del reposicionamiento, el de la talidomida puede ser una muestra aún más radical de las posibilidades de este enfoque. Este fármaco, vendido desde finales de los 50 para calmar las náuseas del embarazo, produjo graves malformaciones en miles de bebés durante aquellos años.
Aquel caso endureció los controles de seguridad necesarios para sacar una molécula al mercado y es posible que, en parte, el desarrollo de un nuevo medicamento sea hoy tan difícil por lo que sucedió entonces. Medio siglo después, la talidomida se emplea para combatir varias enfermedades, desde el cáncer a la lepra. Eso sí, con nuevas precauciones para evitar que ninguna embarazada vuelva a tomar el medicamento.